Causas de la independencia hispanoamericana, 1750 - 1808
El objetivo del presente escrito es analizar brevemente todos los procesos que prepararon la independencia de las colonias españolas en el continente americano. La América portuguesa ha quedado a un lado, por motivos de espacio y de interés pero, de todas formas, muchos de los procesos descritos son paralelos en ambas coronas. Las revoluciones por la independencia en Hispanoamérica fueron repentinas, violentas y universales. Para que un espacio geográficamente tan amplio y con características tan diferentes entre sus territorios sufra un proceso idéntico y simultáneo, se habrán de buscar las razones en procesos estructurales y de larga duración.
Un derrumbe tan monumental no puede ser fruto de una coyuntura concreta. Al buscar estos procesos, salta a primer término la reforma borbónica, el progresivo derrumbe del poder español, las ideas de la ilustración y las revoluciones norteamericana y francesa, las transformaciones en la economía y sociedad coloniales, etc. Es en esos campos donde bucean los autores citados en la bibliografía. De este modo, de puede formar una visión clara e imparcial sobre un tema que, pese a la relativa lejanía en el tiempo, sigue siendo actualidad en ambas orillas del Atlántico. La independencia hispanoamericana es uno de esos acontecimientos históricos que se convierten en símbolos y, por tanto, se deforman en virtud de unos intereses concretos. Este símbolo en concreto es una parte esencial de la imagen que sobre nosotros mismos tenemos los españoles y el resto de hispanoamericanos; imagen que no es en absoluto uniforme ni ajustada. Es por tanto necesario crear una versión nítida de un proceso cuyas repercusiones llegan hasta nuestros días, fuera de cualquier imaginería popular u oficial.
Parece acertado buscar los orígenes de este proceso en la segunda mitad del siglo XVIII, pues es entonces cuando la sociedad colonial y la metropolitana sufren cambios a causa del reformismo borbónico, pieza clave de este rompecabezas. Es entonces cuando se producen dos grandes acontecimientos como son la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa, y cuando el mar es escenario de la lucha angloespañola. 1808 es el momento en que la conmoción napoleónica hace posible que las tensiones acumuladas se muestren. Por tanto, puede considerarse una buena fecha final, porque en ese momento se dan los primeros pasos de la revolución y ya pasaríamos a analizar el movimiento en sí, y no sus causas.
Introducción
Han sido muchas las interpretaciones que se han dado al movimiento independentista, por la variedad de problemas que abarca. Curiosamente, las perspectivas generadas inmediatamente después de la independencia son las que más se ajustan a las actuales. Éstas consideran la independencia como una lucha del poder regional contra el centralista de los viejos núcleos urbanos coloniales, de los grupos urbanos dominantes contra los marginados y de los caudillos provinciales contra los constructores del Estado.
En la época romántica el proceso independentista se vio como la acción de un conjunto de héroes, a imitar por las nuevas generaciones. Todas las cualidades morales, e incluso físicas, se daban en los libertadores, mientras que los realistas eran viejos, feos, incultos y malos. Luego vinieron otras interpretaciones como el enfrentamiento de la burguesía mercantil americana contra la burocracia metropolitana. Después, se transformó la independencia en una guerra civil entre criollos y peninsulares a causa del reformismo borbónico. Finalmente, se interpretó como parte del marco de tutela de las potencias industrializadas y dentro del enfrentamiento Norte-Sur.
Como vemos, muchas de estas interpretaciones, al igual que ocurre con todos los procesos históricos, varían sustancialmente según las intenciones de sus autores y el contexto en el que escriben. Pero antes de hacer un nuevo análisis del proceso independentista, cabría hacerse la pregunta ¿existen causas suficientes para que se independicen los pueblos?[1] Para Lucena todo estudio sobre el tema suele mostrar una amplia gama de causas, cuantas más mejor, para encubrir, mediante el número, el hecho de que ninguna de ellas es convincente, por lo que es necesario acumular una gran cantidad para superar esa sensación. El problema de fondo subyace en que no hay que preguntarse por qué se emancipó Iberoamérica, sino por qué no lo hizo hasta 1810.
“Para nosotros resulta muy difícil encontrar la causa o las causas de la independencia, pues sería tanto como encontrarlas para la libertad humana. Nos parece un ejercicio intelectual semejante al de encontrar las razones por las cuales los esclavos querían ser libres. Desde nuestro punto de vista, se pueden encontrar razones para explicar que un pueblo o unos hombres no sean libres e independientes, pero no para lo contrario, que estimamos algo inherente a la condición humana y en las sociedades que el hombre construye. Invertido así el problema, tendríamos que preguntarnos cuáles fueron las razones por las cuales Iberoamérica no se emancipó hasta 1810 y, evidentemente, éstas son sólo dos: no pudo o no lo necesitó”.[2]
En efecto, la Guerra de Sucesión había dado una gran oportunidad, pero Hispanoamérica era incapaz de asumir la independencia porque aún no estaba madura para ello. A principios del XIX el contexto interno y externo eran los apropiados y fue entonces cuando exigió su libertad ya que era entonces cuando la necesitaba.
Los orígenes de la independencia hispanoamericana
La gran característica, que resume todas las demás, en la relación colonial que mantenían España y sus colonias del Nuevo Mundo a finales del XVIII es que se daba la paradoja de que tanto la metrópoli como el área colonial presentaban un grado de desarrollo parecido, y este puede describirse como atrasado para los estándares de la época.[3]
Durante la segunda mitad del XVIII la España borbónica intentó modernizar su economía, sociedad e instituciones, de la mano del reformismo ilustrado. Las soluciones propuestas bebían de las teorías tanto fisiócratas como mercantilistas y del liberalismo económico. El papel de la Ilustración sería el de la apuesta por la razón y la experimentación frente a la autoridad y la tradición, jamás el de aportar nuevas ideas político-filosóficas. Los objetivos eran los de mejorar el sistema vigente cambiando lo menos posible la realidad social y política. Traducido al ámbito de la economía significaba reformar las estructuras existentes sin crear otras nuevas y promover la agricultura más que la industria. Con esto tiene mucho que ver el crecimiento constante durante todo el siglo XVIII del binomio agricultura-población, siempre unidos en la economía llamada de Antiguo Régimen, lo que llevó a que se considerase la mejora agrícola como la cuestión más urgente. En resumen, puede describirse la trayectoria económica dieciochesca española como de crecimiento sin desarrollo.
Jardín Botánico de Madrid, una de las muchas obras emprendidas por el espíritu ilustrado.
La reforma fue la pasión del siglo. Desdichadamente, esta etapa de innovaciones que buscaban la modernización de las Españas no acabaron de llegar a buen puerto por los imperativos de la época, la resistencia de los privilegiados y la timidez de los principales políticos reformistas. España perdió la oportunidad de realizar un cambio fundamental y acabó abandonando el camino de la modernización. Es verdad que durante la segunda mitad del XVIII se incrementó tanto la industria catalana como el comercio transatlántico. Pero la economía siguió siendo aplastantemente agraria y el comercio fue concebido para dar salida a los productos agrícolas de carácter especulativo. El impulso reformador, tan dinámico durante el reinado de Carlos III (1759-1788), agonizó durante el de Carlos IV: los hombres de gobierno, que lo eran por méritos, dieron paso a los cortesanos estilo Habsburgo, cuyo mejor (o peor) ejemplo lo constituye Godoy. Finalmente, el pánico desatado ante la Revolución Francesa tiró del freno de las reformas, paralizándolas totalmente.
En el ámbito de las colonias americanas, el poder español había sido distante desde finales del siglo XVII. Jhon Lynch habla de un estado de “emancipación informal”, que se plasmaba en un control únicamente burocrático de las colonias, ejerciendo la metrópoli sobre ellas una presión muy débil, y siendo éstas económicamente independientes. Los hispanoamericanos no necesitaban ninguna independencia formal porque la tenían de facto, lo que explicaría la absoluta lealtad durante la guerra de sucesión. Sin embargo, el espíritu reformista no podía tolerar esa falta de control y esa desvinculación respecto a la economía española. Era necesario vincular ambas economías en aras del beneficio de la metrópoli y más allá de las simples remesas de metales preciosos, tal como se aprecia en toda la literatura desarrollista del siglo XVIII. De ahí surge lo que Lynch llama el “nuevo imperialismo”, un enorme movimiento de control de los hombres y haciendas americanos que había de costear la modernización y recuperación de poder de España en la mente de Carlos III y sus ilustrados ministros. Esta “segunda conquista” enfrentaría los intereses de españoles y criollos, desestructuraría la sociedad tradicional en las colonias y provocaría una avalancha de protestas de todos los colectivos afectados. La independencia de facto había sido destruida, lo que provocaría todo un conjunto de respuestas americanas, tanto más radicalizadas a medida que otros factores, ideológicos, políticos, económicos, etc., fuesen haciendo más pesada y discriminatoria la nueva relación colonial, haciendo evidente la divergencia de intereses respecto a los peninsulares y la diferenciación respecto a ellos.
Carlos III, cuadro de Goya.
Inglaterra supone la otra cara de la moneda. Durante todo el siglo XVIII su crecimiento económico hace posible el comienzo de la revolución industrial, que se torna efectiva desde 1780. La producción de la minería, el acero y especialmente los textiles se incrementan espectacularmente. De esta producción se exportaba un tercio, y la única limitación en la expansión mundial de sus mercados se encontraba en el poder adquisitivo de sus clientes. Una parte de ese mercado exterior lo constituían las propias colonias españolas americanas, las cuales sólo generaban una gama limitada de productos exportables a Inglaterra, pero disponían de plata, medio de intercambio vital. Por tanto, era este un mercado apreciado por los británicos, de modo que trataron de ampliarlo constantemente a través de la rexportación desde los puertos españoles o directamente con las redes ilegales de contrabando. Pero este interés no iba más allá de lo económico: Gran Bretaña no albergaba intenciones políticas sobre el espacio colonial español, ni de conquista ni de liberación. Esto no quiere decir que no tuviera ningún papel en el proceso independentista, ya que ejerció un protagonismo importantísimo. Durante los años de guerra con España, especialmente después de 1796, cuando la flota británica bloqueó Cádiz, las exportaciones británicas fueron las que sustituyeron a las españolas. El contraste respecto al comercio tradicional con la metrópoli fue brutal, ya que llegaban más y mejores productos a precios más reducidos de los que podía ofrecer España. Nace la conciencia de la divergencia de intereses entre España y sus colonias, unida a una confianza en el desarrollo futuro de las colonias si no existe el monopolio español. Pero esta es una ilusión que se hace posible gracias a un sistema comercial mundial perturbado transitoriamente por las guerras napoleónicas, que obligaban a la búsqueda desesperada de mercados a Inglaterra. Aparte de cortar algo tan importante en una relación colonial como las comunicaciones con la metrópoli, este hecho supuso el cercioramiento de que el monopolio español no era beneficioso para la economía indiana y que si una gran potencia como Gran Bretaña podía perder sus colonias americanas, tanto más fácil fuese que pasase lo mismo con la parte española del continente.
El Infante don Pelayo acude al rescate del Santísima Trinidad.
Podemos decir que el poder dentro de las colonias españolas estaba repartido en tres esferas: la administración, la Iglesia y la elite local.[4] El poder económico lo tenía la elite comercial, territorial y minera que formaban una minoría de peninsulares y una mayoría de criollos. Junto con su riqueza, los vínculos (desde la amistad al parentesco) con la burocracia real, el virrey y los jueces de la Audiencia, hacían que estuvieran bien asentadas a lo largo de toda las colonias. Durante la primera mitad del siglo XVIII, la compra de cargos y los tratos informales junto con la política de la burocracia colonial de no enfrentamiento con las elites locales, convertía a ésta en un órgano de intermediación entre el poder del rey y el local. Desde luego esta no era la actitud de un gobierno centralista y el reformismo borbónico iba a alterar sustancialmente esta relación de poderes. Una de las grandes líneas de cambio sería la supresión del poder de las elites locales. Se centralizó el poder y se modernizó la burocracia; se crearon nuevas unidades administrativas y se introdujeron nuevos métodos de gobierno. El mejor ejemplo lo constituye la sustitución de corregidores y alcaldes mayores por los intendentes. Los antiguos funcionarios conciliaban una serie de complejos intereses a través de los famosos repartimientos de comercio: los indios se veían obligados a producir y consumir, los funcionarios recibían un salario, los comerciantes obtenían productos agrarios exportables y la corona se ahorraba los gastos. Todo este sistema se abolió mediante la Ordenanza de Intendentes (1784). Los funcionarios obtenían sus ingresos del Estado y los indios eran libres de producir y comerciar como quisieran. Las intendencias no eran una forma de reorganizar únicamente la administración: “estaban destinadas (...) a ser la culminación y la justificación de las reformas. Más allá del simple reordenamiento administrativo se pasa por ellas a transformar la sociedad”.[5] Pero lo que la administración concibió como un desarrollo lógico, las elites lo interpretaron como un ataque directo a su base material y la reforma fue saboteada desde dentro de las propias colonias por quienes se beneficiaban del antiguo sistema. Éstos tomaron conciencia de que tendrían que hacerse con el poder si querían evitar nuevas incursiones de la legislación ilustrada.
Los Borbones procuraron debilitar a la Iglesia. En 1767 fueron expulsados de América unos 2500 individuos: eran los jesuitas. Era un ataque lógico dentro de la dinámica de absorción de poder por parte de la corona, ya que esta orden gozaba de una gran independencia (incluso tenían un enclave fortificado en el Paraguay) y poseía un poder económico que la hacía totalmente independiente. La mayor parte de los expulsados eran criollos y, a largo plazo, aunque muchos se beneficiaron de la expropiación de sus bienes, se consideró que había sido un acto de despotismo contra los habitantes de las colonias. El resto del estamento eclesiástico tampoco se libró: primero fueron atacados sus privilegios debilitando así su defensa jurídica; luego se inició la ofensiva sobre sus bienes. El más afectado fue el bajo clero regular, muy pobre, por lo que no es de extrañar que de entre sus filas surgiesen muchos futuros guerrilleros, especialmente en México.
La metrópoli no tenía los suficientes recursos para mantener contingentes de peninsulares en las colonias de forma indefinida, pero era necesaria una mejor defensa. Por ello se optó por crear milicias con un fuerte elemento criollo, reservándose el máximo porcentaje posible a los europeos y la totalidad de la oficialidad. Sin embargo, la americanización de las jerarquías militares fue un proceso natural e irremediable. Esto no fue considerado un peligro, puesto que la defensa interna jamás había estado sustentada en el poder militar, sino en la antigua legitimidad y el sistema administrativo de la Corona. Sin embargo se había creado una fuerza sospechosa respecto a sus fidelidades últimas, que dio problemas al Estado desde el principio. Los criollos “no sólo adquirieron un nuevo fuero [el militar] sino también un sentido de la identidad militar y confianza, nacidos del convencimiento de que la defensa del país estaba en sus manos”.[6]
España intentó controlar todos los campos de la vida latinoamericana, pero fue el económico en el que se puso mayor énfasis. Se drenaron los recursos que antes se invertían en las propias colonias hacia la metrópoli, haciendo que la economía trabajase directamente para España, en especial para costear las guerras en Europa. Mientras los impuestos se recaudaron para invertirlos en las mismas tierras que los producían, su pago no supuso mayores problemas que los habituales. Pero cuando ese dinero cruzaba el océano y no se volvía a tener noticia de él, las lógicas protestas aparecieron por doquier.
El sistema fiscal sería transformado y también esta reforma crearía tensiones. Desde la década de 1750 se hicieron grandes esfuerzos para aumentar los ingresos de la Corona. Dos medidas serían las más eficientes: se crearon monopolios sobre un número creciente de mercancías y el gobierno se hizo cargo de nuevo de las contribuciones, antes arrendadas a terceros. La alcabala, el principal impuesto que estrangulaba al comercio, subió hasta el seis por ciento. Pero los nuevos ingresos no se gastaban en América, sino que se convertían rápidamente en numerario y se enviaban a la metrópoli. Sin embargo, la mayor presión fiscal no fue únicamente consecuencia de un mayor control estatal sobre la economía indiana, sino que influyó en gran medida el hecho de que debían ser las colonias las que financiaran la alocada política exterior española, sin tener voz ni voto en ella. “Aunque las cargas impositivas no convertían a sus víctimas en revolucionarios (...) engendraban de todos modos un clima de resentimiento y el deseo de establecer cierto grado de autonomía local.”[7]A medida que aumentaba la necesidad de fondos bélicos, se asaltaron todos los fondos existentes. El mayor agravio fue la llamada consolidación de vales reales (1804), que desposeía a la Iglesia de los fondos de caridad existentes en América. La zona más afectada fue México, donde el patrimonio eclesiástico estaba formado primordialmente por capital, el cual se utilizaba como si se tratase del de un banco, con lo que la medida no solo afectó a la Iglesia, sino también a todos aquellos que dependían de su crédito. La medida se suspendió ante la inminente invasión francesa, pero ya se habían enviado unos diez millones de pesos, quinientos mil de los cuales se habían repartido como comisión entre los funcionarios y el propio virrey. Para Lucena esta medida atolondrada e ignorante alertó a la Iglesia, ofendió a los propietarios y dio lugar a una crisis de confianza. Constituyó un ejemplo supremo de mal gobierno, mostró la corrupción existente entre la burocracia española en México y el mal uso del dinero mexicano en España.[8]
Los reformadores borbónicos quisieron reformar el comercio para rescatarlo de las manos de los extranjeros y exportar a las colonias productos españoles en barcos españoles. Entre 1765 y 1776 se desmanteló por completo el antiguo sistema. Se bajaron las tarifas y se permitió que cualquier puerto, no solamente Cádiz, comerciase con cualquier otro puerto, español o indiano. Pero esta reforma no perseguía otros objetivos que los de formular un pacto colonial estricto en el que la única beneficiaria fuese la metrópoli. Desde este punto de vista, la reforma fue un éxito, pues se aumentó considerablemente el tráfico marítimo y con ello los beneficios de la Corona, siendo un impulso para la modesta industria catalana. Sin embargo las tierras peninsulares no estaban lo suficientemente desarrolladas para abastecer de productos industriales a sus bastas colonias a cambio de las materias primas de éstas, como lo requiere un pacto colonial clásico. Por ello no es de extrañar que la mayor parte de las exportaciones hacia las colonias fuesen productos agrícolas (realmente todas menos los textiles catalanes). El gran inconveniente es que todos estos productos podrían haberse producido en las colonias, con lo que las exportaciones españolas no complementaban a las coloniales, sino que competían con ellas desde la posición de clara ventaja que le daba a España su estatus de metrópoli. No se trata de que los dirigentes peninsulares no se diesen cuenta de ello: no se consideraba un defecto del sistema económico, sino una virtud, ya que la dependencia económica era, pensaban, condición previa de la política. Incluso, en 1800, se decretó que no debían existir manufacturas en las colonias. Este vacío dejado por la industria seguiría siendo llenado por los extranjeros, bien a través de la reexportación que realizaban los puertos peninsulares o directamente a través del contrabando. La política borbónica agravó el subdesarrollo de Latinoamérica en este periodo. La dependencia económica (la llamada herencia colonial) tuvo sus orígenes, siguiendo las tesis de Lynch, no en la época de inercia, sino el nuevo imperialismo. De todas maneras, no hemos de confundir esta reforma comercial con la libertad de comercio, pues las colonias seguían sin poder tratar con quienes no fuesen parte de la Corona y siguieron soportando tributos injustos y discriminatorios.
No fue el sector comercial el único resentido. Durante la segunda mitad del XVIII la minería mexicana y peruana experimentan un ciclo productivo muy favorable, pero ello acentúa las tensiones en las relaciones coloniales. En primer lugar, la metrópoli recibirá más presiones para que asegure el suministro de mercurio y equipamientos para las minas, algo que le era imposible durante la guerra con Inglaterra. Por ello, también en el sector minero se vio la dominación española como un obstáculo al crecimiento.
Todo esto pone de manifiesto la gran importancia que tuvo el conflicto angloespañol en la quiebra de las relaciones coloniales. Por ello, será importante analizar la importancia real que tuvo la disparatada política exterior española en el proceso independentista latinoamericano. La larga guerra contra Gran Bretaña iniciada en 1777 pondría a prueba por última vez esos nexos coloniales. En abril de 1797 la batalla del cabo San Vicente y el posterior bloqueo de Cádiz por obra de Nelson destruiría las comunicaciones entre España y sus posesiones de ultramar. La paralización comercial fue total y mientras las autoridades españolas pensaban en posibles soluciones, América simplemente abrió sus puertos a los productos necesarios, viniesen de donde viniesen. Como medida de emergencia se decretó que los países neutrales podrían efectuar el comercio entre ambos continentes ante la necesidad acuciante de evitar males mayores (18 de noviembre de 1797). Esta concesión hecha a regañadientes, que dejaba a España con todas las cargas coloniales pero sin ningún beneficio, fue revocada el 20 de abril de 1799, levantando una oleada de quejas en hispanoamérica. Las colonias simplemente ignoraron las órdenes y siguieron comerciando con los neutrales (ingleses incluidos) quienes ofrecían mejores y más baratos productos que los antiguos abastecedores (quienes, por otra parte, no podían cruzar un océano infestado de buques británicos). Finalmente España tuvo que aceptar la realidad y salvar lo que se pudiese del pastel americano: se vendieron licencias a compañías de cualquier nacionalidad para que comerciasen con los territorios coloniales. “El monopolio comercial español concluyó de hecho en el período de 1797-1801, adelantando la independencia económica de las colonias.”[9] La paz de Amiens de 1802 permitió un resurgimiento comercial importante, aunque el 54 % de las mercancías cargadas en Cádiz eran de origen extranjero. El viejo monopolio comercial era ya imposible de resucitar porque los nexos con otras potencias -especialmente con los Estados Unidos- eran ya muy fuertes y los territorios latinoamericanos se dieron cuenta de las obvias ventajas que durante mucho tiempo se les habían negado. La nueva guerra con Gran Bretaña lo pondría en evidencia: cuando en Trafalgar se hunde la flota española, se hunde con ella el poder sobre las colonias. Éstas protestaban porque sus exportaciones se devaluaban y pronto acudieron otros países a cubrir el hueco español, espacialmente los propios ingleses ante la coyuntura de búsqueda desesperada de nuevos mercados por el bloqueo napoleónico. Lo único que quedaba era el control político, pero nadie dudaba que ese dominio no era nada sin el económico.
Bloqueo continental napoleónico hacia 1811.
En ese progresivo deterioro de poder frente a Inglaterra, existe un especial e importante capítulo, la invasión de Buenos Aires por tropas británicas procedentes del cabo de Buena Esperanza. Ocurrió el 27 de Junio de 1806, cuando los invasores calcularon bien la poca importancia de los trescientos soldados de la guarnición española, pero mal la reacción local: un ejército organizado por el oficial francés Liniers, los derrotó, al igual que hizo con el siguiente intento inglés el 3 de febrero del año siguiente. La incompetencia del virrey llevó a la audiencia a que lo destituyera y ocupase el cargo Santiago Liniers. Militarmente no es más que una anécdota, pero tuvo hondas repercusiones. Habían sido los criollos los que habían defendido su tierra, mostrando la incompetencia española para defenderlos y la voluntad local de no pasar de un poder colonial a otro, lo que no era nada reconfortante para la metrópoli. Además, la destitución del virrey por la audiencia ya era un acto revolucionario en sí y sirvió para que los criollos se diesen cuenta de su fuerza y tomasen conciencia de que podían tomar las riendas de los territorios en los que vivían con mucha más facilidad de lo que era de suponer. No es exagerado, pues, argumentar que “... la debilidad de España en América llevó a los criollos a la política”.[10]
"La Reconquista de Buenos Aires" (óleo de Charles Fouqueray, 1909). William Carr Beresford entrega su espada a Santiago de Liniers pero no se la recibe
Un elemento que vendría a desestabilizar aun más las relaciones sociales y el choque de intereses entre la Corona y sus posesiones americanas sería el constante aumento de la emigración peninsular a través del océano. En la segunda mitad del XVIII las nuevas oportunidades despertadas por el reformismo borbónico en la administración y comercio coloniales llevó a una masa de gentes de la cornisa cantábrica española a América. Allí conformarían una exitosa clase de empresarios en el comercio y la minería[11], lo que haría que los lugareños se sintiesen víctimas de una nueva invasión, de una nueva colonización española que les privaba a ellos de beneficiarse de las fuentes de riqueza y de los cargos públicos. Aunque esto era un tanto exagerado (los peninsulares representaban 150.000 almas entre una población total de 16, 9 millones de habitantes), sí era cierto que la corona prefería a los españoles peninsulares en los puestos de responsabilidad por considerarlos (acertadamente) más propensos a la lealtad. Irán constituyendo un grupo cerrado, que se opone vigorosamente al acriollamiento, mantiene estrechos vínculos con su tierra de origen y practica formas de solidaridad colectiva. Para Halperin Donghi la preferencia de la corona por los funcionarios peninsulares es más importante de lo que algunos creen. El funcionario peninsular era mal visto tanto por el favoritismo como por ser un testigo molesto de las complicidades locales al que era necesario introducir en ellas mediante el soborno. Durante la primera mitad del XVIII la necesidad económica había llevado a una venta masiva de cargos que había dado a las familias más ricas de cada región un poder fáctico inmenso. Pero la política reformista no podía prescindir de la línea de reafirmación de su poder, por lo que el objetivo fue desamericanizar el gobierno, y esto se consiguió, reduciendo la participación criolla en la Iglesia o en la administración, y rompiendo las relaciones entre los funcionarios y las familias poderosas en el ámbito local. De todas formas, esta visión ha venido a ser matizada por las últimas revisiones historiográficas que apuntan que las elites coloniales tendieron a fusionar a los grupos peninsulares y criollos a través de redes de intereses. Los criollos más ricos prefirieron cooperar con la burocracia imperial a través de las redes matrimoniales y de interés que enfrentarse a ella, pero se encontraron con que su influencia tenía un límite que era el local y que el crecimiento de su riqueza se veía coartado por una administración y un gobierno extranjeros.
Todo esto se relaciona con un componente básico de las relaciones sociales en Latinoamérica, que es la raza. A ningún criollo se le escapaba que los peninsulares tenían una piel más blanca que la suya[12] y esto, en una sociedad dividida en castas complejas en las que la blancura era un signo de superioridad, molestaba enormemente a los criollos y reforzaba su sentimiento de diferencia respecto a los españoles. El viajero Alexander von Humbolt observó que “el europeo más miserable, sin educación y sin cultivo intelectual, se cree superior a los nacidos en el Nuevo continente”.[13] La evidencia de la antipatía entre criollos y españoles es muy fuerte como para negarla o restarle importancia. “La rivalidad formaba parte de la tensión social de la época. Los contemporáneos hablaban de ella, los viajeros la comentaban y los funcionarios quedaban impresionados por ella”.[14]
Los viajes de Alexander von Humboldt a América (1799-1804).
Si los criollos recelaban de sus amos españoles, también lo hacían de sus sirvientes de color, a los que intentaron mantener por debajo en la escala social. La barrera que separaba a los criollos de los indios, los mestizos, los negros libres, los mulatos y los esclavos, aseguraba su preponderancia a pesar de ser una minoría. Pero la política borbónica también debilitó esta barrera al hacer posible una mayor movilidad social: los pardos (negros libres y mulatos) fueron admitidos en la milicia y pudieron comprar su blancura legal mediante las cédulas de gracias al sacar. Los solicitantes que las obtuvieron fueron autorizados a recibir una educación, casarse con un blanco, a tener cargos públicos y a entrar en el sacerdocio. Era una forma de rebajar la tensión social y reconocer a la creciente masa de pardos. Las líneas entre los blancos y las demás castas se diluyeron y los que no eran indios o negros pudieron acceder al estatus de españoles social y culturalmente. Pero los blancos reaccionaron vivamente. Este rechazo visceral hacia la masa de población no blanca se había acentuado por el crecimiento demográfico de ésta y por la inmigración peninsular que había revitalizado los antagonismos raciales. Especialmente en las zonas donde predominaba la población india o negra y los criollos formaban una pequeña minoría con todo el poder, existía un terror profundo hacia una posible sublevación de carácter racial. Los criollos estaban asustados por la posibilidad de que se reprodujese la situación que se había dado en Santo Domingo al igual que les horrorizaba el recuerdo de Tupac Amaru. Si bien este miedo sirvió en principio para que los criollos se mantuviesen fieles a la corona que sustentaba ese orden social del que dependían sus bienes, e incluso sus cabezas, a medida que el reformismo borbónico intentaba cambiar ese orden, los criollos perdían confianza en que España realmente estuviese de su parte. Por eso, cuando en 1808 se produce un vacío de poder, la población criolla necesita rellenarlo ella misma por pura cuestión de supervivencia. “Un inmenso volcán está a nuestros pies. ¿Quién contendrá las clases oprimidas? La esclavitud romperá el fuego: cada color querrá el dominio.”[15]
La sociedad tricolor en 1810 [16]
Grupos | Total | % |
Blancos | 3850000 | 20.7 |
Mestizos | 4400000 | 23.6 |
Indios | 7050000 | 37.9 |
Negros | 3300000 | 17.7 |
Las grietas que iban surgiendo en el orden colonial se manifestaron en las distintas rebeliones que se dieron antes de la independencia. Estas rebeliones mostraron conflictos que habían estado aletargados pero activos durante todo el siglo, estallando cuando la presión fiscal y otros agravios de la metrópoli dieron lugar a la unión de diferentes sectores contra la administración, permitiendo a los sectores más bajos sublevarse. Jamás se trató de revoluciones sociales, sino de revueltas con un origen social. En cuanto afectaron a esa estructura social de la que dependían los criollos, éstos dieron marcha atrás y se aliaron con la corona para frenar a las fuerzas populares que ellos habían puesto en marcha con sus protestas y acciones. Los alzamientos fueron mayormente producidos por aumentos impositivos, pero realizados de formas muy diferentes. Para Halperín Donghi, “más que elementos nuevos que anunciaban la crisis, ponen de manifiesto debilidades estructurales”[17] 1721-1735 Paraguay; 1749-1752 Venezuela; 1765 Quito; 1781 Nueva Granada...
Más razones tenía la población india para sublevarse, pues carecían de algún derecho y tenían muchas obligaciones, entre las que constan la mita, el sistema de repartimientos y una nube de cargas, diezmos, etc. Entre las diferentes medidas borbónicas fueron particularmente dos (el incremento de la alcabala y el establecimiento de aduanas interiores para asegurarse de que esta se pagaba) las que “pesaban duramente sobre los indios, los comerciantes y asimismo sobre los consumidores, y sirvieron para enajenar el apoyo de los grupos medios de la sociedad india y para estimular la aparición de cabecillas rebeldes”.[18] Sin duda el más conocido es el que protagonizó Tupac Amaru, quien al no encontrar posibilidad de reforma a través de la justicia española, declaró la guerra a muerte a todos los peninsulares. Este caso sirve de paradigma de todas las demás revueltas. El contenido ideológico iba contra todos los tipos de esclavitud y contra todas las injusticias que los americanos sufrían por causa de los europeos. En esta lucha habían de unirse todos los nacidos en el Nuevo Mundo sin distinción de colores, pues todos habían sufrido la opresión española. Pero no recibió ningún apoyo fuera del mundo indio. El movimiento tenía un contenido socialmente demasiado revolucionario y no convenía a los criollos que se cumpliese su programa ni en el plano social ni en el económico (mita, repartimiento). El ataque indiscriminado a las ciudades blancas por parte de los seguidores de Tupac Amaru puso definitivamente a los criollos al lado de los españoles, con lo que el movimiento fue sangrientamente destruido. Si bien se dictaron algunas normas que favorecían a los indios, como la abolición de los repartimientos y la sustitución de los corregidores por los intendentes, ello fue debido a la voluntad de apaciguar los ánimos y no por preocupación hacia la situación de los indios.
Sin embargo, lo relevante para el objetivo de este ensayo son las respuestas a dos preguntas: Si los movimientos indios y los puramente criollos pretendían la independencia y si se los puede considerar como antecedentes de ésta. Respecto a Tupac Amaru, parece bastante claro que la independencia sólo era un componente secundario de su programa porque su objetivo último era la mejora de las condiciones sociales indias y porque muy difícilmente una revolución de este tipo podría apuntar a un objetivo tan ambicioso. Las rebeliones del XVIII no fueron lo que podríamos llamar antecedentes de la independencia, aunque las autoridades españolas y sus partidarios las presentaran así ante la sociedad para provocar el mayor rechazo posible ante ellas. Como suele suceder en las rebeliones de la Edad Moderna, se apelaba a un pasado irreal y utópico en el que no existía la centralización burocrática ni la presión económica. Sin embargo, otro elemento característico, que es la fórmula viva el rey y muera el mal gobierno, ya no se da, lo que es algo relevante. Y es que como medio de protesta ya no podía ser realista, desacreditada como estaba por los Borbones, cuya política centralizadora invalidaba la vieja distinción entre el rey y el gobierno, e hizo a la corona francamente responsable de los actos de sus servidores. Las rebeliones del XVIII sí se pueden considerar antecedentes del sentimiento protonacional, porque hicieron más patente todavía que todo aquello contra lo que luchaban venía de un gobierno forastero.
Esto nos lleva a la cuestión de cómo influyó el incipiente nacionalismo en el proceso independentista. Ese nacionalismo no tuvo una raíz india o negra, sino criolla. Sus expectativas fueron dándoles el convencimiento de que ellos eran americanos y no españoles a medida que desarrollaban su propia identidad. Pero al mismo tiempo que repudiaban la nacionalidad española, tomaban conciencia de las diferencias existentes entre ellos porque ya antes de convertirse en naciones, las colonias rivalizaban entre ellas por sus recursos. Lo importante es que “este protosentimiento de nacionalidad era más subversivo ante la nacionalidad española y mejor conductor a la independencia que las peticiones específicas de reforma y cambio”.[19] La conciencia nacional se alimentaría de la literatura americana realizada por escritores criollos y también por la de los jesuitas exiliados. Pero la intención de estos últimos, no era promover la sedición, y la prueba es que la gran mayoría de sus obras ni siquiera fueron traducidas al español. Ello es debido a que su intención era describir como eran las tierras americanas para destruir la ignorancia y los prejuicios existentes en toda Europa. De todas formas, aunque no se tratase de una literatura nacional, sí que contenía ingredientes básicos del nacionalismo, como la conciencia del pasado histórico común y de unas características propias. La literatura criolla, por otra parte, fue mucho más optimista que la de los jesuitas, ya que tendían a la glorificación de los recursos humanos y naturales de sus tierras. Pero inconscientemente llevaban a la conclusión de que si tenían grandes recursos, era necesaria la autogestión para aprovecharlos adecuadamente. En conjunto, podemos concluir que, aunque se tratase de un nacionalismo más cultural que político, que no era incompatible con la lealtad a la legalidad vigente, preparó en cierta medida la independencia al dar conciencia de los recursos propios y de que éstos estaban en sus manos.
Misión jesuítica de Jesús de Tavarangué
Otra influencia muy debatida ha sido la de las ideas de la Ilustración. Todos los indicios apuntan que las luces iluminaron muy poco el camino de la independencia y el mundo hispánico en su conjunto. Las ideas de los pensadores franceses, con su crítica a la sociedad, política y religión no eran en absoluto desconocidas ni en las colonias ni en la metrópoli, pero no eran ideas aceptadas universalmente y la mayoría de la población seguiría siendo fiel al catolicismo y al rey. De esta forma, la versión española de la ilustración rescataba lo que consideraba positivo y extirpaba el contenido ideológico: la razón, el progreso, la crítica, etc., fueron asumidos para realizar una modernización económica y también social dentro del orden establecido. Entre la mayoría de los criollos la Ilustración sirvió para fomentar una actitud de pensamiento independiente de la oficial, favorable a la ciencia y crítica por el entorno, lo que normalmente sirvió como agente de reforma y no de destrucción. Pero hubo un grupo muy minoritario de criollos que miraron más allá, directamente hacia la revolución. La influencia de los trabajos de los philosophes franceses pueden rastrearse en Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Manuel Belgrano o Mario Moreno. Sin embargo la única sublevación en la que son los principios ilustrados el eje fundamental es la protagonizada por Manuel Gual y José María España. No fue la ilustración la que hizo revolucionarios a la elite criolla, fue la revolución la que los hizo ilustrados. Quienes ya eran disidentes por otros motivos buscaron en las ideas ilustradas nuevas fuentes de inspiración y, sobretodo, una justificación para la revolución venidera. Que se invocaran ciertos principios para dirigir a las masas no significa que fueran esos principios los que movían la revolución.
Las ideas ilustradas se materializaron en las revoluciones de Estados Unidos y Francia, por lo que se hace necesario analizar su influencia en Latinoamérica. Sin duda fue mucho mayor la influencia de sus hermanos del norte, no en el ámbito ideológico, sino como modelo de republicanismo y federalismo tras la independencia y como ejemplo práctico de que la independencia colonial era posible incluso respecto a una metrópoli tan poderosa como Inglaterra. El modelo francés no tenía muchos admiradores, pues se consideraba el paradigma de la anarquía y un peligro cercano que destruiría el mundo del privilegio en el que vivían y del que se aprovechaban los criollos. Miranda dijo al respecto: “Dos grandes ejemplos tenemos delante de los ojos: la Revolución Americana y la francesa. Imitemos discretamente la primera; evitemos con sumo cuidado los fatales efectos de la segunda.”[20] En ello tiene que ver mucho lo ocurrido en Saint-Domingue, la más próspera de las colonias del Nuevo Mundo gracias a medio millón de esclavos negros controlados directamente mediante la violencia. Con el panorama de desintegración social existente de blancos ricos contra blancos pobres, blancos contra mulatos, mulatos contra negros, etc., Santo Domingo podía considerarse un microcosmos paralelo al de América latina. La revolución francesa acabó de destruir el tejido social, y los esclavos, al saber que los blancos estaban divididos y debilitados, iniciaron su exterminio y culminaron creando, en 1804, Haití, la primera república negra de América. Era un ejemplo que causaba horror entre los criollos, mostrándoles lo que podía pasar si ese principio de igualdad entre los hombres llegaba a contagiarles, sumiéndoles en la barbarie y la anarquía. Haití sirvió de aviso, pero también de ejemplo. Los hispanoamericanos, al enfrentarse a la crisis de la metrópoli, no podían dejar de pensar en que podían convertirse en otro Haití, pues allí se produjo el estallido ante un colapso metropolitano. Por tanto, el ocupar el vacío de poder que dejarían los españoles era una necesidad para evitar que el descontrol se convirtiese en una revolución negra.
Incendio de una plantación en el Plaine du Cap en 1791, ilustración militar francesa de 1833.
La crisis de1808 fue la culminación de un proceso de dos décadas de depresión y guerra. En el interior, esta decadencia se plasma en el paso de la calidad de gobierno de Carlos III y sus ministros a Carlos IV, un monarca abúlico al que le gustaba reinar pero no gobernar, lo que le llevó a resucitar la figura del valido, encarnado en Manuel de Godoy, quien redujo el gobierno al patronato y el clientelismo. Las reformas borbónicas, lo único que se puede destacar como positivo de todo el siglo XVIII, se habían paralizado ante el terror a la revolución de los vecinos del norte. En el exterior se llevó una política suicida e irresponsable que desembocó en el enfrentamiento con Inglaterra y la alianza con Francia, justo al contrario de lo que habría requerido la naturaleza del país. La alianza francesa no salvó a España de su debilidad militar, sino que la acentuó y el enfrentamiento en el ámbito naval contra la primera potencia mundial destruyó su último comodín: la armada y el comercio. Los visitantes de la América española no podía creer lo que veían, pues lo que antes había sido una poderosa metrópoli, ahora besaba los pies de Bonaparte por permitirle ser un peón en el tablero en que se había convertido Europa. Pero lo peor estaba todavía por llegar, cuando éste decidió sacrificar su peón y controlarlo directamente, dando lugar al lamentable espectáculo de Bayona y a una guerra sangrienta. En las colonias se creó un vacío de poder: la legitimidad había residido en el rey y en las leyes del rey, pero ya no existían ni una cosa ni la otra. Los criollos tuvieron que decidir cual era el mejor medio para preservar su patrimonio y mantener el control, y decidieron que no podían ser unas colonias si no tenían metrópoli, ni una monarquía si no tenían rey. La guerra crea mutua desconfianza entre criollos y peninsulares. Artificiosamente, los españoles acusan a los americanos de esperar la ruina militar del país para independizarse y los criollos acusan a los peninsulares de preparar una América bajo poder francés. Las fuerzas locales se contrapondrán una y otra vez mediante instituciones que tenían una legitimidad cada vez más dudosa (como ocurre con el virrey Iturgaray). Estos episodios preparaban la revolución: tras el naufragio colonial, los puntos de discusión serán las futuras relaciones con España y con los peninsulares en América, porque ya nadie estaba dispuesto a resucitar el viejo sistema, ni los más fieles a España. No hemos de olvidar que parecía más que improbable que España resistiese la invasión napoleónica, que llegó a dejar encerrados a los restos del ejército español en Cádiz y a los ingleses bloqueados en Portugal. Ni tampoco se ha de pasar por alto que se había producido una revolución liberal que, aunque jamás se atrevió a llamarse a sí misma como tal, se plasmó en la constitución de Cádiz, por lo que era lógico pensar que si la metrópoli sobrevivía, estaría más que dispuesta a aceptar unos cambios que apelaban a ideas ilustradas. La alianza con Inglaterra, de la que dependía la supervivencia de España, aseguraba la muerte del antiguo monopolio. Por todo ello, la conflictividad venía de las nuevas relaciones entre peninsulares y criollos. “En los virreyes, los intendentes, las audiencias, se veía sobretodo a los agentes de la supremacía de los españoles de España sobre las altas clases locales, lo que simplificó enormemente los sentimientos de los primeros episodios revolucionarios en la América del Sur Española.”[21]
Conclusiones
La reforma imperial intentada por España le es impuesta por la universalización de la historia europea, universalización básicamente militar, lo que lleva la fiscalidad al primer plano en la agenda de reformas, aun a costa de provocar reacciones hostiles. Por tanto, la dimensión fiscal es el meollo de las reformas y el único ámbito exitoso: la reforma institucional fracasa y la social se queda en proyecto. La reforma es, por tanto, una reacción ante un medio que se ha vuelto más hostil militarmente; es un cambio estimulado desde el exterior de la metrópoli al darse cuenta ésta de la fragilidad de su situación. Descubrirá de esta forma sus limitaciones mediante las reacciones hostiles a las reformas. Ello anticipa un desfase entre objetivos y recursos. Pero, aun así, la corona consigue preservar el equilibrio entre su poder y el local ya que “éste les es de todos modos más favorable que el previo a esta etapa”.[22]
Los resultados económicos de la reforma son ambiguos: empeoró unos sectores pero dinamizó otros. Esa ambigüedad no es culpa del gobierno, sino de la complejidad de las colonias, la cual no se conocía. Por eso, “no es sorprendente que, en la reacción colonial a las reformas, las mercantiles hayan pesado menos que las administrativas y sobretodo las fiscales”.[23] En efecto es la reforma fiscal la que más protestas crea. La coyuntura de guerra hace que los impuestos suban con urgencia, lo que provoca violentas protesta como las de Nueva Granada y Perú. Todo esto no ha de hacernos perder de vista que no fue un cuarto de siglo de reformas lo que puso el orden colonial en crisis, sino el progresivo derrumbe de esa misma autoridad cuando la crisis militar y política europea se reveló demasiado fuerte para las defensas que esas reformas habían querido erigir.
Mirando el proceso desde este prisma podemos llegar a tener una visión equivocada del proceso independentista, porque olvidamos los factores internos de las colonias. En primer lugar, hemos de tener presente el despertar nacional de esos territorios, aunque se tratase de un nacionalismo más cultural que político, como ya hemos señalado anteriormente, y la influencia y desarrollo propio de las ideas ilustradas y las propias realidades revolucionarias, francesa y estadounidense. Pero lo más relevante parece ser la lucha del grupo criollo por mantener su posición, tanto frente a los españoles como frente a las clases más bajas. Esta posición se ve amenazada por el nuevo imperialismo, burocrático y económico, por la oleada de nuevos peninsulares y por la reformulación del pacto colonial. Éste abría la economía indiana a nuevas perspectivas, lo que hacía más patente su subordinación. La lucha por la independencia lo sería por un nuevo pacto colonial que consiga una mayor apertura hacia los mercados internacionales y retuviese para las colonias una mayor parte de los beneficios. Por ello se puede afirmar que “la independencia, aunque precipitada por un choque externo, fue la culminación de un largo proceso de enajenación en el cual Hispanoamérica se dio cuenta de su propia identidad, tomó conciencia de su cultura, se hizo celosa de sus recursos”[24]. Haciendo una síntesis, tal vez demasiado simplificadora, se podría decir que el proceso que hace posible la situación necesaria para la independencia es un haz de tres vectores que convergen en un mismo punto y se retroalimentan. El primero, sería el deterioro de la situación internacional española en medio de un ciclo militarista internacional que obliga a la metrópoli a aumentar la presión sobre sus recursos y emprender al mismo tiempo campañas militares que dañan seriamente esos recursos y, con ellos, su reputación y legitimidad. El segundo vector sería el que dibujaría la senda de la concienciación de la elite colonial de que tenían unos rasgos económicos y culturales propios y de que sus intereses eran diametralmente opuestos a los de España. El tercero sería ese intento colosal de reforma que intenta reaccionar ante esa debilidad internacional, valiéndose para ello de una creciente presión, principalmente sobre sus colonias, creando conflictos de intereses y expectativas que no se pueden satisfacer. Estas tres direcciones convergen en una situación que únicamente necesita un catalizador externo lo suficientemente poderoso, como lo es la virtual desaparición de la metrópoli en ese tornado que son las guerras napoleónicas.
Autor: Santiago Pitarch
Bibliografía
· Leslie Bethell (edit.), Historia de América Latina, vol. 5, Crítica, Barcelona, 1991.
· Lucena, M. (coord.), Historia de Iberoamérica, vol. 3, Cátedra, Madrid, 1988.
· Jhon Lynch, Las Revoluciones Hispanoamericanas, 1808-1826, Ariel, Barcelona, 1976.
· Tulio Halperin Donghi, Historia Contemporánea de América Latina, Alianza, Madrid, 1981.
· Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolución de los Imperios Ibéricos, Alianza, Madrid, 1990.
. Alcázar, Joan (et. Al.), Història Contemporània d’Amèrica, Universitat de València, 2000, p. 41
[1] Lucena, M (edit.),Historia de Iberoamérica, Cátedra, Madrid, 1988, vol. 3, p.24.
[2] Idem.
[3] “He aquí un caso extraño en la historia moderna: una economía colonial dependiente de una metrópoli subdesarrollada”. Leslie Bethell (edit.), Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1991, vol. 5, p. 1.
[4] Leslie Bethell (edit.), Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1991, vol. 5, pág. 5.
[5] Tulio Halperín Donghi, Reforma y Disolución de los Imperios Ibéricos, p. 70.
[6] John Lynch, Las Revoluciones Hispanoamericanas, 1808-1826, Ariel, Barcelona, 1976, pág. 19.
[7] Leslie Bethell (edit.), Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1991, vol. 5, pág. 10.
[8] Ibid., pág. 11.
[9] Leslie Bethell (edit.), Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1991, vol. 5, pág. 18.
[10] Ibid., pág. 20
[11] “Auténticos ascetas de la acumulación de capitales”, según Tulio Halperín Donghi,Reforma y Disolución de los Imperios Ibéricos, p.58. “Duros, despiadados y avaros, verdaderos productos de su patria”, según Jhon Lynch, Las Revoluciones Hispanoamericanas, 1808-1826, p. 26.
[12] O’Leary, general irlandés bajo el mando de Bolívar describía a los criollos como “morenos, de labios gruesos y piel áspera”.
[13] Alexander von Humbolt, Ensayo político sobre el reino de Nueva España, 4 vols. , México, 1941, vol. II, p. 117.
[14] Leslie Bethell (edit.), Historia de América Latina, vol. 5, Crítica, Barcelona, 1991, p. 22
[15] Bolívar a Páez, 4 de agosto de 1826, en Cartas, VI, p. 32.
[16] Alcázar, Joan (et. Al.), Història Contemporània d’Amèrica, Universitat de València, 2000, p. 41
[17] Tulio Halperín Donghi, Historia Contemporánea de América Latina, p. 84.
[18] Leslie Bethell (edit.), Historia de América latina, vol. 5, Crítica, Barcelona, 1991, p. 30
[19] Ibid., p. 33.
[20] Miranda a Gual, 31 de Diciembre de 1799, Archivo del General Miranda, XV, p .388.
[21] Tulio Halperín Donghi, Historia Contemporánea de América Latina, p. 98.
[22] Tulio Halperín Donghi, Reforma y disolución de los Imperios Ibéricos, p. 10.
[23] Ibid., p. 60.
[24] John Lynch, Las Revoluciones Hispanoamericanas, 1808-1826, Ariel, Barcelona, 1976, p. 8.
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Muy buen artículo sobre un tema complejo y apasionante.
Carlos III se estrenó con una desastrosa guerra (Guerra de los Siete Años) en la que España entró de parte de Francia, cuando la derrota de ésta ya era practicamente segura. Y después se embarcó en la Guerra de Independencia Norteamericana que si bien esta vez estuvimos en el lado correcto, no dejó de suponer un elevado coste económico. Más o menos 3/5 de los gastos públicos iban dedicados al ejército y la marina; incluso en periodos de paz estos se tenían que mantener altos debido a las tensiones internacionales y la necesidad de mantener un nivel mínimo de efectividad. Si a eso sumamos otros gastos como la administración civil, el pago de la deuda y similares... resulta que el "reformista" Carlos III apenas dedicó una minuscula proporción del presupuesto a lo que hoy llamariamos inversiones para el desarrollo económico.
Con una economía estandada y un estado que era un "enano" fiscal incapaz de meter mano a los estamentos fiscalmente privilegiados no es de extrañar que se mirara hacia América donde en teoría era mas fácil hacer reformas de calado para sacar más ingresos, aunque fuera a costa de dinamitar a la sociedad de las colonias. Apartando a los criollos en un proceso de recentralización en busca de "dinero rápido" se cometió un gran error, ya que un Imperio se suele sustentar sobre la base de un grupo de intermediarios que hacen de contacto entre el poder central y la población en general. La elite criolla se había beneficiado de ese papel de intermediarios y ahora veía perder privilegios sin que a cambio obtuvieran ningun tipo de compensación clara que justificara el mantenimiento de su lealtad a la metrópoli.
Saludos.
Saludos
No pienso que haber apoyado a los rebeldes de las colonias inglesas fuera estar en el lado correcto.
Entiendo que GB era el enemigo, pero se podia haber llegado a un acuerdo para evitar ese mal ejemplo para el sur de America.
Bueno con lo del lado correcto me refería al lado vencedor. Otra cosa es si lo correcto era el constante enfrentamiento con Gran Bretaña. Desde el punto de vista "imperial" de España ya no era sólo la obsesión con recuperar lo perdido en Utrecht sino el temor al agresivo expansionismo inglés. Es lógico que se intentara aprovechar cualquier oportunidad para debilitar a Gran Bretaña; además durante toda la historia los países han fomentado rebeliones en los países enemigos sin preocuparse excesivamente de si eso daba mal ejemplo o no en su propio territorio.
De todas formas queda la cuestión de si hubiera sido más inteligente y beneficioso seguir con la política de neutralidad de la época de Fernando VI, que supuso un tímido acercamiento con Gran Bretaña. Tal vez si desde Inglaterra se hubieran dado más muestras de buena voluntad y se hubiera vislumbrado la posibilidad de una cooperación mutuamente beneficiosa...
Habría que ver hasta que punto una potencia imperial como España tenía capacidad para sustraerse a todos los conflictos que fueron surgiendo, en especial los de las Guerras Revolucionarias y Napoleónicas que la llevaron a un punto de extrema debilidad. A pesar del "mal ejemplo" de los norteamericanos, ¿se hubieran rebelado las colonias masivamente contra una España en paz?
Saludos.
Pues, por estos lares, Inglaterra apoyó la independencia porque se legalizaba el comercio con ella, que hasta el momento era contrabando, con lo que, sin mover un dedo, sólo con enviar algunos agentes, consiguió que nosotros hicieramos el trabajo sucio.
Luego mandó algunos agentes, como Alvear y San Martín, que reforzaron el cambio de amo, perdón, la declaración de independencia.
El resto, lo hizo "el Deseado". La Pepa (Constitución) daba un margen de maniobra para comerciar con Inglaterra, permaneciendo Españoles. El pronunciamiento de Mayo de 1814 dejaba en claro que toda oportunidad de negocio pasaría por el valido real de turno. Así que se siguió peleando.
Saludos
"Poderoso caballero es Don Dinero"
Saludos
A ver, a ver, "el resto lo hizo..." "la pepa" todo eso no vale un pimiento, pues los caciques locales ya habian decidido la separacion, a lo lo sumo la hubiera retrasado un poco.
No digo que la separacion fuera inevitable, eh?
¿Cuál debería haber sido la política exterior de España durante la segunda mitad del XVIII? En primer lugar, contamos con la ventaja que nos da la distancia: para los contemporáneos era más difícil discernirla. Realmente, España no gozaba de una mala situación diplomática. Había dejado de ser una potencia dominante, pero aún era una gran potencia por su riqueza. Por tanto, no era el rival a batir y tenía más margen de maniobra. Las dos grandes potencias eran Francia e Inglaterra (con permiso de Austria y de las emergentes Prusia y Rusia). España estaba muy vinculada a Francia, lo que la protegía de posibles invasiones terrestres y podía centrarse en lo naval. La Armada española superaba a la francesa, lo que la situaba como la segunda potencia naval del mundo en tiempos de Carlos III. Creo recordar que la frase es del Conde de Aranda: "España debe ser el fiel de la balanza". Se refería a que por su situación estratégica y militar, España era vital. Francia no podía batir a los ingleses en el mar sin la ayuda española. Los ingleses no podían hacer la guerra a los franceses sin asegurarse la supremacía naval para sus transportes. Esa era la gran carta a jugar en el mundo de las potencias de la época.
¿Apoyar la independencia de USA? Desde una perspectiva militar y diplomática tenía todo el sentido del mundo. Así se hizo y fue un rotundo éxito. La contribución de España a la derrota de los ingleses fue vital, aunque sea uno de esos episodios desconocidos de nuestra historia. Lafayette es recordado, pero figuras como la de Gálvez o la gran victoria naval de la "captura del doble convoy" han pasado al olvido (pienso escribir un artículo sobre esto). Forma parte de la cultura de un país acomplejado de sí mismo y de su historia.
Fue el secretario de estado Carvajal (en la época de Fernando VI) el que propuso que España debía ser una potencia neutral pero "activa", aplicando "un dedo al fiel de la balanza" si se veía que o bien Francia o bien Gran Bretaña desequilibraban la balanza del equilibrio europeo. Después con Wall se pasa a una política de neutralidad "pasiva" de no querer inmiscuirse en las guerras europeas.
Precisamente Galvez ha sido recientemente reconocido en EE.UU. Se ha colgado un retrato suyo en el Capitolio, haciendo buena una promesa de hace más de dos siglos y se están ultimando los trámites para declararlo ciudadano honorario de EE.UU. -se convertirá en el 8º en recibir dicho honor-, algo que ya se hizo con Lafayette.
La lastima es que España entró en la guerra preparada y con un plan claro y definido (esta vez sí): las flotas española y francesa se unirían por sorpresa y se lanzaría una invasión de Inglaterra antes de que los británicos puedieran reaccionar. Los españoles cumplieron con su parte y se logró una superioridad naval temporal en la zona del canal de la Mancha (lo que no se pudo conseguir en época de Napoleón). Una oportunidad de oro que se desaprovechó por las dudas y falta de preparación francesas. De haber salido las cosas como España esperaba, la guerra se hubiera solucionado en unos meses a un coste razonable, obteniendo todo lo que se quería como Menorca, Gibraltar y Florida sin necesidad de conquistarlas in situ y tal vez lo más interesante desde el punto de vista de este tema: los colonos norteamericanos habrían ganado su independencia pero se hubiera visto como un "regalo" de las potencias borbónicas disminuyendo el impacto de ese "modelo a imitar".
El problema es que las guerras rara vez salen como uno las espera incluso para el bando vencedor.
Saludos.
Saludos
A ver, a ver, "el resto lo hizo..." "la pepa" todo eso no vale un pimiento, pues los caciques locales ya habian decidido la separacion, a lo lo sumo la hubiera retrasado un poco.
No digo que la separacion fuera inevitable, eh?
Te repito Miguel, ignoro la situación en México (actor importante si los hay) pero por estos lares los únicos independentistas desde el comienzo fueron Artigas, Belgrano y Castelli. A los tres los sacaron del medio en tiempo record. Para 1.813 la discusión era si mantenerse dentro de la órbita española como una federación (es decir, ampliando los derechos locales) bajo un formato republicano (igual que los republicanos peninsulares) o un realismo monolítico (el bando opositor a la Revolución). Para el Éxodo Jujeño (fin de Agosto de 1812) Belgrano debió amenazar con fusilar a los que no quisieran unirse en la retirada hacia Tucumán. Y es que se volvían Repulicanos o Realistas según el ejército que pasara por el lugar. Sin esa medida, y la posterior desobediencia de Belgrano en Tucumán, para 1813 la Revolución hubiese estado limitada a Buenos Aires y poco más, así que eso de "ya decidido la separación". Es bastante gratuito, teniendo en cuenta lo que le costó al bando independentista obtener la mayoría en 1816 (con el Deseado traicionando a la Constitución y persiguiendo a los liberales) en el Congreso de Tucumán.
Por aquí no quedó duda sobre la necesidad de independizarse de España cuando Fernando empezó a perseguir a la gente que había luchado por él. En 1810, se repartían cintas para identificar a los partidarios de los Borbones (rojas y blancas) al acabarse las cintas rojas, se usaron celestes y blancas. Esta anécdota fue la inspiración de nuestra escarapela... ser partidario de Fernando VII.
Saludos
Por aquí no quedó duda sobre la necesidad de independizarse de España cuando Fernando empezó a perseguir a la gente que había luchado por él. En 1810, se repartían cintas para identificar a los partidarios de los Borbones (rojas y blancas) al acabarse las cintas rojas, se usaron celestes y blancas. Esta anécdota fue la inspiración de nuestra escarapela... ser partidario de Fernando VII.
Saludos
Una anecdota curiosa pero que también se dio de forma similar en otros casos. Por ejemplo la famosa tricolor de la República francesa se creó en 1790 combinando los colores blanco de los Borbones con el azul y rojo de París, como símbolo de concordia entre la Monarquía y el Pueblo. Cuando dos años más tarde se proclamó la República y se ejecutó al rey, nadie se acordó de quitar el blanco borbónico de la bandera.
Saludos.
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Esto era, ¡tirar piedras contra su propio tejado!, aunque el lado correcto fuera apoyar a los americanos en su lucha por la independencia., era de esperar que Gran Bretaña nos la "tuviera guardada", esperando el momento propicio.
Tras el levantamiento de las colonias españolas en 1810, al principio no las apoyaron los ingleses porque nos tenían como aliados en la guerra contra Napoleón, pero tras ella, las apoyó económicamente y con fuerzas voluntarias de la, creo, "Legión Británica" (hablo de memoria).
saludos