Conservación y destrucción de la cultura escrita
Los hombres han conservado, a través de los siglos, los textos que sus antepasados les legaron mediante una labor muchas veces minuciosa y agotadora. La imagen del monje copista medieval o del humanista viajero y cazador de libros son claros ejemplos de como la humanidad se ha esforzado por recuperar y recordar. No obstante, también hemos visto, y podemos ver en nuestros tiempos, como nuestros semejantes se afanan en deshacerse de esos mismos objetos. Podríamos ser ingenuos, y argumentar que quienes conservan y destruyen son fuerzas opuestas y maniqueas, con objetivos contrarios. Pero, a poco que reflexionemos, vemos como la conservación y la destrucción de la cultura escrita han tenido, en muchas ocasiones, las mismas finalidades y como incluso han sido los mismos agentes quienes han salvado y destruido la palabra. Es aquí donde surge la paradoja y cabe preguntarse como es esto posible.
Entre la conservación y la destrucción de la cultura escrita, ¿una paradoja?
Para empezar a tirar del hilo y deshacer la madeja debemos preguntarnos, en primer término, por qué se conserva la cultura escrita, sobre la cual se asienta aquello que llamamos memoria colectiva (el pasado que una colectividad acepta como propio y que define, por tanto, los elementos comunes que vertebran esa comunidad).
La respuesta es que la conservación es algo inherente a la propia escritura, ya que ésta implica voluntad de duración y de permanencia en el tiempo, de relación con la ausencia y de superación de la temporalidad y la corporeidad propias de lo oral. Aunque la escritura alfabética tiene muchas propiedades específicas, la más clara y evidente es que permite detener el flujo evanescente de la palabra oral, que se disipa en el aire al mismo tiempo que el sonido. Todas las sociedades que han poseído esta tecnología la han empleado, en primer término, para dejar por escrito aquello que considerasen importante y crear así una memoria, palabra que se transforma desde entonces. De este modo, archivos y bibliotecas aparecen, en palabras de Borges, como palacios y galerías de la memoria, haciendo posible el encuentro con el pasado y la recuperación de experiencias individuales y colectivas.
Dicho esto, no debemos olvidar que la escritura alfabética tiene otras propiedades que, al tiempo que la convierten en un instrumento poderoso, incitan a los hombres a conservar la memoria que ésta produce. La escritura tiene la virtud de dar la posibilidad a su usuario de alejarse de la realidad cotidiana y diseccionarla desde el espacio propio de las letras. Las sociedades orales están ligadas a lo cotidiano y no gozan de esta poderosa herramienta de análisis que, a la vez que hace posible una forma diferente de reflexión, también se convierte en una técnica con voluntad creadora y transformadora. En efecto, la práctica de la escritura (no así la lectura) tiene características que la hacen afín a la estrategia política o ideológica. La utopía o la revolución sólo son posibles mediante la representación de un mundo que queremos crear o transformar, pero que todavía no existe; y la escritura nos da la posibilidad de hacerlo real a los ojos de los demás. La escritura suele tener una repercusión en el mundo real, alterándolo, ya se trate de la Declaración de los Derechos del Hombre o de un vulgar y modesto título de propiedad. Por todo ello, existen motivaciones de variada índole que impulsan la protección de la memoria, como son las administrativas, las políticas, las ideológicas, las de control social, las propagandísticas, etc. La escritura hizo posible el estado y la religión revelada.
La escritura es memoria, y la memoria es poder. Cada presente es un modo de determinación, una objetivación, una construcción hecha de fragmentos de pasado. De esto se infiere que la apropiación de ese pasado da el poder, desde el presente, de proyectar hacia el futuro una construcción política, una ideología, una religión o una cultura. El control de la memoria da el control de la conciencia que la sociedad tiene de sí misma, de la identidad de ésta y de la forma en que reflexiona sobre su pasado y se prepara para el porvenir. Por ello, no es extraño que los diferentes poderes que han existido se hayan apropiado, o por lo menos lo hayan intentado, de la memoria: los estados-nación contemporáneos, las grandes religiones o las ideologías mejor construidas se cimientan siempre sobre una visión concreta de la Historia, para poder así justificarse, controlar el presente e intentar construir un futuro en consecuencia. También podemos decir lo mismo de aquellos que se han levantado contra estas fuerzas. La revolución o la herejía, la transgresión social o la utopía, se han erguido sobre la base de una memoria concreta; porque toda ideología que se precie ha de tener sus héroes y sus mártires, sus guías y pensadores que, por su mano o por la de otros, dejan testimonios de cultura escrita.
La escritura tiene el poder taumatúrgico de cambiar la realidad, porque esa realidad está hecha, en buena medida, de memorias escritas. Así, podemos comprender por qué todas las civilizaciones que han conocido el secreto de la escritura, poderoso y trascendental para los hombres como el fuego de Prometeo, han conservado un patrimonio textual. Si, al hablar del individuo, podemos afirmar, como Emilio Lledó que “ser es, esencialmente, ser memoria”, lo mismo podemos decir de esas construcciones sociales.
Sin embargo, al preguntarnos por qué se destruye la cultura escrita, aparece la paradoja, pues los motivos son, esencialmente, los mismos que impulsan a su conservación.
En primer lugar, para conservar el patrimonio escrito, hay que destruir una parte de él por motivos puramente pragmáticos. Ninguna sociedad puede conservar íntegramente toda su producción escrita y, de hecho, ninguna lo ha logrado porque ni siquiera lo ha intentado. Se produce un “exceso de memoria”: una cantidad ingente de cultura escrita que no se considera necesaria en su totalidad. Por tanto, la susodicha sociedad tendrá que seleccionar la parte más preciosa de sus tesoros y destruir, por acción u omisión, el resto. Evidentemente, esta selección se hará sobre la base de la escala de valores de esa comunidad que, en cada momento histórico, habrá de discriminar entre lo imprescindible y lo desechable. De esta forma, cada civilización ha creado sus cánones literarios, absolutos o segmentarios (religión, pensamiento, literatura). Occidente también ha creado sus cánones y subcánones, vigentes en los dos últimos siglos y que pueden rastrearse en las inevitables colecciones de “clásicos” y en el ordenamiento que estas obras presentan en las instituciones-memoria (los agentes sociales encargados de la conservación y selección del patrimonio textual, como son los archivos, los museos y las bibliotecas). En efecto, el ordenamiento tampoco es neutral. Éste puede ser virtual, presentando los materiales en listas, elencos, bibliografías e inventarios; o puede ser físico como lo es el ordenamiento de los libros de una biblioteca en una determinada posición y orden. Ambos ordenamientos son el reflejo de una jerarquía aceptada comúnmente y respaldada por la tradición, por la intelectualidad y por la inexplicable necesidad del hombre de clasificar las cosas.
Los cánones cambian cuando la sociedad, que se ve representada por ellos, ya no se siente identificada con ese pasado y quisiera modificarlo para, de ese modo, alterar la realidad. Es en esos momentos cuando se produce la criba, cuando se amputa y amplia el panteón de los héroes de la cultura. Armando Petrucci cita el caso de los vertederos de libros situados en Lipsia, en los últimos momentos de la URSS, cuando la Alemania oriental se deshace del subcánon marxista, como preludio de una transformación muy real.
Por otra parte, los cambios tecnológicos en el modo de producción de los textos, que han dado lugar a la aparición de nuevos formatos (el códice o la propia escritura electrónica), han representado encrucijadas en las que una nueva criba debía discernir que parte de la memoria se adaptaría al nuevo entorno y cual se extinguiría. No es necesario insistir en estos aspectos, pues nos encontramos inmersos, gracias al desarrollo de la informática, en una de esos momentos cruciales.
Sin embargo, la destrucción de la memoria también está relacionada, al igual que la conservación, con las esferas de poder de todo tipo (político, social, ideológico y religioso). Los textos, ya nos lo advertía Platón, son tozudos e incapaces de defenderse por sí solos. Por eso, por mucho que los interroguemos, seguirán diciendo lo mismo y la única forma de acallarlos será destruyéndolos.
La historia está plagada de actos de destrucción de la memoria. Cuando una civilización se ha impuesto sobre otra, ha borrado sus huellas de identidad para facilitar así la incorporación de los conquistados a la nueva cultura dominante. De la misma forma, cuando un grupo social se ha impuesto a los demás, se ha preocupado de convertir sus ideales en los de la colectividad a través de la escritura. Cuando una sociedad entera ha aborrecido su fe o su historia, han intentado transformarlas a través de los mismos caminos. Al fin y al cabo, la memoria colectiva es fruto de unas técnicas de dominación simbólica realizadas mediante la escritura, con lo que, cuando cambie el dominador, cambiará la memoria.
La imposición de una falsa memoria colectiva (aunque todas son falsas) requiere la destrucción de los dedos acusadores que, también desde la cultura escrita, la señalan. Por ello, la memoria también está construida de olvido. El conquistador destruirá la memoria de los conquistados para que olviden que lo son. El profeta y el predicador arrojarán al fuego los libros paganos y los heterodoxos, para implantar la verdadera fe. El asesino, borrará el pasado para asegurarse de que sus vilezas no serán recordadas en el futuro. El rebelde, quemará los títulos de propiedad que le oprimen y las leyes, siempre escritas, que lo asfixian. El tirano, por su parte, destruirá la senda que le llevó al poder, para que nadie recuerde que éste no es legítimo. Y el inquisidor y el ideólogo totalitario, amigos del pensamiento verdadero y único, destruirán el recuerdo de quienes no lo son, higienizando la sociedad y salvándola del “error”.
Arturo Pérez-Reverte, en uno de sus artículos más emotivos, recordaba la quema de la biblioteca de Sarajevo, un escollo memorístico a la construcción de la Gran Serbia:
“Pude comprobar que en el conflicto de los Balcanes las primeras bombas serbias siempre eran para la iglesia, los archivos, el museo de turno. Y Sarajevo no podía ser la excepción. (...) Déjenme que les cuente un secreto. Cuando un libro arde, cuando un libro es destruido, cuando un libro muere, hay algo de nosotros mismos que se mutila irremediablemente, siendo sustituido por una laguna oscura, por una mancha de sombra que acrecienta la noche que, desde hace siglos, el hombre se esfuerza por mantener a raya. Cuando un libro arde mueren todas las vidas que lo hicieron posible, todas las vidas en él contenidas y todas las vidas a las que ese libro hubiese podido dar, en el futuro, calor y conocimientos, inteligencia, goce y esperanza. Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma de un hombre. Lo que a veces es incluso más grave, más ruin, que asesinar al cuerpo. (...) Ningún asesino de libros es casual. Ningún asesino de libros es inocente”[1].
Visto todo esto, no cabe duda de que la paradoja inicial, la que nos presenta muchas veces a los mismos actores interpretando los papeles opuestos del rescate de la memoria y de su destrucción, no es tan sorprendente, pues son las dos caras de una misma moneda. El hombre es un ser extremadamente complicado; tanto que se pierde por los senderos del pensamiento al reflexionar sobre sí mismo. Esta es una de las múltiples situaciones en las que el comportamiento humano parece contradictorio, pero esa impresión se destruye si lo observamos con detenimiento.
La paradoja, pues, es doble. Por una parte, la triste materialidad de las cosas hace que para conservar algo se haga necesario destruirlo en parte, principio al que también se somete la memoria escrita. Ya hemos visto como resulta físicamente imposible, incluso en nuestros días, conservar toda la producción escrita que generamos, no sólo porque la consideremos innecesaria para el futuro, sino porque suele crearse sobre materiales perecederos. El tiempo es una de las más poderosas fuerzas de la naturaleza y si el hombre no puede luchar contra él, tampoco sobrevivirán sus huellas a un combate tan desigual. Por tanto, se impone la selección: puesto que no toda la producción escrita es considerada necesaria por sus creadores y herederos, solo los escritos escogidos serán salvados de las fauces del hambriento Cronos. Sin embargo, esta selección no será nunca objetiva ni neutral, pues toda elección es subjetiva, con lo que se nos plantea la segunda parte de esta paradoja: ¿por qué, a la vez que el hombre se esfuerza tanto en conservar su memoria, en ciertas ocasiones la destruye premeditadamente?
La respuesta es igualmente contradictoria: porque la memoria también está hecha de olvido. Hemos de tener muy presente que las sociedades construyen su memoria y la remodelan a menudo para hacerla a su imagen y semejanza. La memoria colectiva no es algo que la Historia imponga al hombre: es el hombre quien construye el discurso histórico, y al hacerlo está juzgando que es lo bueno y lo malo, y fabricando una imagen de cómo debe funcionar el mundo. Por tanto, la memoria es el suelo donde se sustenta el presente y, puesto que el “presente” es un punto indeterminado en el tiempo, podemos decir “futuro”. Al construir esta memoria se persiguen, como hemos visto, unos objetivos concretos y, por tanto, no se utilizará como material constructivo aquel que no interese a nuestros propósitos. Pero no basta con marginar ciertas partes no convenientes de la cultura escrita, porque la memoria nunca calla, con lo que habrá que enmudecerla, muchas veces de forma ignominiosa.
Adenda: La biblioteca de Sarajevo fue bombardeada con bombas incendiarias de fósforo a finales de Agosto de 1992. Ha sido restaurada e inaugurada de nuevo. Un dato sorprendente, o por lo menos un dato que nos debería hacer reflexionar, es que el ataque fue ordenado por un exusuario de la biblioteca, profesor universitario especializado en la obra de Shakespeare. Se llamaba Nikola Koljevic. Este hombre de sólida cultura acabó siendo el número dos del partido ultranacionalista de Radovan Karadzic, quien se declaraba amante de la poesía. El estilo oriental de la biblioteca recordaba el pasado otomano, el cual había sido respetado por el imperio de los Austrias. Para los ultranacionalistas había que purificar Sarajevo, donde los croatas católicos y los bosnios musulmanes eran mayoría. Atacaron a las personas y a la personificación de su cultura y su memoria.
Paradójicamente, las milicias serbias acabaron consiguiendo justamente lo contrario de lo que pretendían. Hoy Sarajevo es una ciudad mucho más islamizada. La Turquía de Erdogan se ha convertido en el principal valedor de los bosnios y la influencia de su economía es notable. Cabe destacar que la Biblioteca de Sarajevo fue reconstruida con fondos aportados por Qatar[2]
Santiago Pitarch
[1] Pérez-Reverte, A., Patente de Corso, Alfaguara, Madrid, 1993.
[2] Juliana, Enric. El hombre que incendió la Biblioteca de Sarajevo, http://www.lavanguardia.com/politica/20140518/54408044118/hombre-incendio-biblioteca-sarajevo-enric-juliana.html
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Este articulo me ha hecho reflexionar. Es muy curioso que se hable de la memoria escrita en un lugar donde todos pretendemos que nuestros ensayos y opiniones perduren en el tiempo más que si lo hicieran en nuestras mentes (con faltas ortograficas incluidas por mi parte).
No es dificil encontrar un grupo de personas que piense de distinta forma que otra gente. Todos tenemos nuestras experiencias, nuestra opinión, nuestro punto de vista. En no raras ocasiones estas diferencias chocan y cada individuo quiere imponer sus ideas. En una discusión todos hemos reconocido gestos como hablar a destiempo, cortar la intervención del que está hablando o incluso subir el tono de voz todo con la interior de mitigar o incluso acallar al que opina diferente a ellos. Es por lo tanto de esperar que se tomen medidas con la "memoria escrita" para precisamente hacer desaparecer lo que no interese.
Como seres interesados y por lo tanto partidistas que somos no nos ataca sólo la opinión que es totalmente contraria a nosotros, lo hace cualquiera que sea diferente e independientemente de si es objetiva o no. Mucha de la memoria escrita que se destruye se hace por estas tristes causas, basta con que alguien que no tolere lo que se plasma en ese papel o formato tenga la posibilidad de hacerlo.
Y ahora mirando al presente y al futuro ya de paso me parece algo muy destacable la enorme integración que ha tenido en nuestra sociedad la memoria digital, donde nuestras ideas pueden reproducirse en cualquier lugar y con grán rapidez. Ayer escuché en las noticias que los niños finlandeses, quienes gozan del que se considera el mejor sistema educativo del mundo, dejarán de recibir clases de caligrafía y en su lugar tendrán clases de mecanografia para poder familiarizarse con cualquier tipo de interfaz que se encuentren en un futuro que se estima no muy lejano. Esto no quiere decir que no aprenderán a escribir, pero que dediquen cada vez más tiempo a familiarizarse con el mundo informático nos da una pista de cuál será el futuro de la memoria escrita. No se trata de su apogeo o la extinción, sino de un cambio radical del formato.
Ondo joan.
Lo he leído rápido y me parece muy interesante, no obstante hay dos o tres cosas que me gustaría comentar pero prefiero releerlo una vez más, ya te diré cuando tenga tiempo.
Animaría a los del foro que lo lean y comenten, el escrito es para reflexionar como dice Jonan.
Dos meses después de su publicación, ¡por fin lo leí! Y no me arrepiento jajaa
Mira, me llama la atención que hayas utilizado citas de Platón y hayas hablado de utopías y viajes a Icaria. Siendo cierto que se necesita un mínimo de cultura, de léxico, de conocimientos en general para hacer frente a un texto filosófico antiguo (quizá nos cueste menos leer a Moro o Savonarola que a Platón o Séneca), siendo cierto eso, considero no obstante que el acceso a ese tipo de cultura es bastante sencillo y, a veces, no podemos valorar lo suficiente esa suerte que tenemos. Porque para poder llegar a esos textos nos han hecho falta tres cosas:
1. Que no hayan sido destruidos, y que, por tanto, hayan podido llegar a nuestras manos completos o incompletos. Es lo que dice el artículo.
2. Que alguien los haya traducido. Hace 450 años sólo podrías haberlos leído en latín o en griego. Incluso muchas de las obras de entonces estaban escritas directamente en latín (en un latín macarrónico, que no tenía nada que ver con el clásico, pero en latín al fin y al cabo) En el siglo XVI las predicaciones tenían más éxito que los libros, y sólo durante los siglos XVII y XVIII se tradujo la mayor parte de esas obras a la lengua de cada país.
3. Que seamos capaces de leerlos, aun estando en nuestro idioma. Y es que hay muchas formas de censura. Nosotros, los europeos, tenemos la inmensa suerte de poseer un código de escritura sencillo y práctico, fácil de aprender. Con 25-30 signos somos capaces de leer todas y cada una de las palabras que podemos encontrar en nuestro rico patrimonio escrito. Los árabes también poseen un sistema de escritura alfabético, bastante sencillo.
Pero, ¿qué ocurre en el extremo oriente? Los chinos saben leer y escribir, pero sólo saben desenvolverse lo justo para ver las noticias en televisión y leer algunos periódicos de noticias. Su sistema de escritura es silábico, es decir, cada golpe de voz tiene su propio signo y tiene que aprenderse por separado. Vale, muy bien. Esto multiplicaría por cinco el número de signos que se tienen que aprender (cada letra multiplicada por las cinco vovales), pero no funciona así. También hay sílabas con diptongos, sílabas con más de una consonante, etc. ¿Eso es todo? Ni mucho menos. Aquí viene lo principal: existen signos que tienen la misma correspondencia sonora, es decir, que suenan igual pero se escriben diferente. El idioma hablado es más o menos el mismo para todos, pero a la hora de escribirlo, cada clase social o intelectual utiliza sus propios signos. Un chino medio no puede acceder a según qué obras, teniendo que cursar estudios universitarios y, a veces, incluso una filología china cuyo uso se limita a las obras literarias. Este podría ser otro tipo de censura, sólo que más light. (No sé chino, pero todo esto me lo explicó un amigo que vivió allí durante cinco años)
Así que, como podemos apreciar, la perdurabilidad de una idea escrita puede estar sujeta a muchas otras variables.
En cuanto a la selección de obras para destruir o preservar, creo que eso constituye otro medio de expresión de la personalidad de la cultura. Si nos llegan obras de Horacio, de Plauto o de otros literatos antiguos, es porque gustaban. O porque, de una forma u otra, se hicieron famosos. Creo que en cada sociedad hay díscolos, gente que viaja, que trae nuevas ideas o que inventa sus propias ideas, pero al final no son capaces de transmitirlo porque la sensibilidad de las personas que han de recibirlas no está lo suficientemente preparadas como para entenderlas y hacerlas suyas. Y al contrario: si notamos una diferencia esencial entre la poesía de Juvenal y la de Prudencio, es porque la sensibilidad ha cambiado. Domina otro estilo, que, a su vez, triunfa sobre el antiguo. Esto puede parecer extraño para una civilización como la nuestra, dominada por el no-estilo y por la sencillez cada vez más patente del lenguaje ordinario, tanto oral como escrito. A nadie se le courriría ahora escribir como Felipe II (que seguramente también hablaba diferente que sus contemporáneos pecheros, igual que los reyes siempre han caminado con un paso distinto y una cadencia mucho más pausada que sus súbditos, excepto ahora, que se ha perdido el estilo) o como Quevedo, cuyos estilos tal vez sean un poco sobreactuados porque escribir poesía (o una carta) requería una forma, además de un fondo, lo cual ya no es así. En definitiva, que el gusto de una época nos puede hablar también de sus valores, de su cosmos interno, de lo que está dispuesta a aceptar o rechazar. A Cromwell no le habría gustado leer cualquier poesía subidita de tono del Bajo Imperio Romano, por muy latina que fuera.
Enhorabuena por el artículo
.- Sobre la noticia de los finlandeses del Jonan decir que no veo el avance por ningún lado, hoy cualquier chaval está más familiarizado con un teclado que con la caligrafía. Lo que se debería potenciar es la caligrafía.
Los finlandeses, y el resto, deberían animar a los niños a leer y escribir más, sentirse cómodos con los libros, vale, pero también pasar el tiempo con internet, televisión, películas, y sobre todo con juegos online. De esto ya hablamos en otro hilo.
.-Sobre lo que comenta Galeazzo, interpreto que la escritura condiciona nuestra forma de proceder. Se realizan criterios diferentes según qué lectura y escritura utilizas.
.- Y sobre el espléndido artículo de Santiago, bueno, a mí es que no me gusta escribir, pero haré un esfuerzo jajaja.
1º La escritura nació como la sirvienta de la conciencia humana pero poco a poco se está convirtiendo en su dueña y señora. Eso es lo que pienso. La escritura es un proceso cerebral complejo y que así como se va avanzando cada vez debemos dejar a un lado la manera de pensar tradicional humana y pensar de nuevo con ayuda de sistemas externos de procesamientos de datos, como hacen los físicos, que algunos procesos mentales ya no tienen lugar en sus cabezas sino en ordenadores o pizarras.
2º Hablas en tu escrito de ordenamiento, posición…, “la inexplicable necesidad del hombre de clasificar las cosas”. Esta necesidad de clasificar no es humana, viene dada por la escritura, la matemática de procesar datos, el hombre en estos casos piensa en modo contable.
Cuando voy al trabajo, incluso leyendo un libro, pienso en humano, me vienen a la cabeza infinidad de experiencias pasadas, cuando conocí a fulanita/o, dónde, qué canción sonaba; de repente el de al lado me pide que le recuerde la capital de Dinamarca e instantáneamente se lo digo… Ese es el pensamiento humano, todo junto. Otro ejemplo, cuando entras en la habitación de un estudiante, prometedor ingeniero, aquello es una leonera, deja pasar 20 años, esa leonera pasará a ser un lugar ordenado, trajes bien puestos, zapatos en su sitio, las camisas, libros, etc., Este humano ya procesa por un sistema de carpetas y burocracia.
3º Hablas de “Imposiciones de una falsa memoria colectiva, y que todas (las memorias) son falsas”. No lo veo así, no son falsas, son memorias imaginadas, en las cuales el impositor cree y también cree que lo normal es que los conquistados crean. Luego pones una serie de ejemplos como el criminal que borra sus huellas, eso sí que es falsear y mentir, pero las memorias, culturas, etc., son ilusiones en las cuales la gente cree.
Las sociedades complejas de otras especies como abejas y hormigas son estables porque la información para el desarrollo de su colmena está codificada en su genoma, pero el orden social de los humanos es imaginado, la más leve duda hará caer cualquier Imperio o a su Conquistador, las sociedades defenderán y querrán imponer sus memorias y culturas porque creen en ellas. Gracias a estas composiciones mentales hemos construido redes de cooperación en masa, algo único y exclusivo del humano.
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Hablas de “Imposiciones de una falsa memoria colectiva, y que todas (las memorias) son falsas”. No lo veo así, no son falsas, son memorias imaginadas, en las cuales el impositor cree y también cree que lo normal es que los conquistados crean.
...Esa imagen se ha elaborado, básicamente, mediante dos referentes: por un lado los datos históricos reales -los admitiremos como ciertos- y por otro lado todo el resto que sirve como amalgama para rellenar los huecos y hacerlo inteligible. Ese material que utilizamos para rellenar lo que no sabemos es la imaginación (que muchas veces plasmamos sobre otros medios culturales o artísticos) y que al final acabamos dando por cierta.
Cuando vemos la imagen del ejemplo de Santiago y queramos definirla rellenando los huecos que la imagen de por si no ha podido concretar, ¿Recurrimos a nuestra imaginación... o a nuestra interpretación? En este caso particular podemos utilizar expresiones como imaginar, adivinar, etc. pero creo que interpretar sería la definición más completa. Al fin y al cabo, para interpretar debes usar la imaginación.
Como seres humanos somos muy curiosos y tenemos la necesisad de tener contestadas todas las preguntas. Las respuestas que la imagen no pueda darnos las "imaginamos" en coherencia de lo que ya sabemos, las interpretamos. La historia no son los sucesos en si sino la interpretación que cada uno transmite, en ocasiones complementada con elementos conservados de épocas pasadas que la fortalecen.
Ondo joan.
Jonan lo estás liando más, jajaja, voy a intentar explicar a qué me refiero cuando hablo de “ficción” y “falso o mentira”
Especies distintas a los humanos utilizan las falsedades o mentiras, hay un ejemplo en un vídeo que dejé en otro hilo: Un chimpancé grita “peligro un felino” y otro chimpancé que estaba comiendo plátanos en el suelo lo deja todo y huye de allí, el grito de peligro es falso, era una mentira para que el mentiroso aproveche y coja los plátanos que ha dejado la víctima en la huida. La facultad de mentir no es exclusiva de los humanos, los simios también mienten, lo que nunca aceptará el mono que está comiendo plátanos es prometerle que si nos da los plátanos, cuando muera, en un paraíso de monos tendrá todos los plátanos que quiera durante toda una eternidad. Eso es imaginación, la realidad inventada a la que me refiero y que es exclusiva humana. ¿Por qué eso es importante? Porque la ficción nos ha permitido no solo imaginar cosas, sino hacerlo colectivamente, y entre miles y millones de personas que no se conocen de nada. Dos católicos uno de cada punta de la “Europa medieval” que no se conozcan de nada irán juntos a las cruzadas, lucharán y se protegerán mutuamente por la misma ficción.
Imaginemos que los neandertales también mentían, pero carecían de la imaginación. Una teoría de extinción de los neandertales sería el siguiente ejemplo: Una tribu de homo sapiens llega a un bosque donde hay un gran árbol de formas que llaman la atención y un día deciden enterrar a sus seres queridos allí, piensan que el gran árbol los guiará en la otra vida, otra tribus de homos sapiens lo ven y los imitan, también entierran a los suyos, y así con el resto de tribus, aquella zona se convierte en zona sagrada para todas las tribus de homo sapiens.
En un enfrentamiento entre un grupo de sapiens y neandertales, los sapiens no tienen nada que hacer, los neandertales son más fuertes y supongamos igual de inteligentes. Pero cuidado con el grupo de neandertales que se le ocurra comer de los frutos del árbol sagrado, todas las tribus de sapiens se unirán, aunque entre ellos sean enemigos, y arrasarán sin piedad con los neandertales.
Las imaginaciones de los humanos, sus ficciones, hacen que cooperen incontables números de miembros extraños. Esta es nuestra “grandeza”, las ficciones, nos hacen insuperables porque ese incontable número de extraños cree. Las mentiras o falsedades son otra cosa, no es lo mismo, no es sinónimo.
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Saludos!
Celebro que te haya gustado el artículo.
Sobre la digitalización de la escritura se puede hablar largo y tendido. Tiene sus pros y sus contras. El lado bueno es la democratización de la información: gracias especialmente a internet, la cultura escrita es ahora prácticamente universal. El lado malo tal vez sería, por un lado, la sobreinformación, que hace cada vez más difícil buscar información real entre un mar de "ruido"; por otro lado la debilidad del formato: empezamos escribiendo en piedra, pergamino, papel... en la nube... cada vez el soporte es más endeble. ¿Cuántos ebooks quedarán dentro de 500 años? ¿Estarán almacenados en algún lugar o simplemente habrán sido borrados por caducos?