El imperio bizantino
El término Bizancio corresponde al siglo XVI y designaba la parte oriental del antiguo Imperio Romano pero los propios bizantinos se seguían denominando romanos. Según Ahrweiler “Bizancio es el único imperio que fue un Estado antes de ser una nación” puesto que representa la continuación del Imperio Romano, aunque existe una controversia sobre el inicio de la historia de Bizancio: la mayoría lo sitúa en la crisis del s. III, otros en el reinado de Constantino y finalmente otra parte a partir del reinado de Teodosio.
El emplazamiento de Constantinopla es considerado privilegiado puesto que tiene un valor estratégico al situarse en una península, y un valor comercial, donde confluyen tanto rutas terrestres como marítimas. Esta geografía imponía un marco de actuación hacia Oriente, pero la tradición romana hacía mirar también hacia Occidente, de ahí las muchas contradicciones de su historia.
La historia de Bizancio se puede dividir en cinco etapas: la época protobizantina (s.IV-VII), el repliegue de bizancio (610-842), el
apogeo (842-1056,) el declive (1056-1261) y la lenta agonía de Bizancio (1261-1453).
La época protobizantina (s.IV - VII)
En el s.V se hicieron frente a las invasiones por parte de visigodos, hunos y ostrogodos, que acabaron marchando hacia Occidente.
En Oriente el Cristianismo tuvo un influjo más intenso que en Occidente ya que es donde se discutieron temas teológicos como la naturaleza de Jesucristo, que dio origen al dogma trinitario, a la doctrina arriana, al nestorianismo que fue considerado herético y el monofisismo, que fue condenado en el Concilio de Calcedonia (451), produciendo la primera ruptura oficial entre la Iglesia de Oriente y Occidente.
En la era justiniana destaca la figura del emperador Justiniano I (527-565), que quiso implantar el credo calcedoniano para conseguir la unidad religiosa pero también intentó buscar una vía intermediaria. Justiniano también quería someter las provincias bárbaras, firmando la paz con Persia (532) y aprovechando la situación de los reinos bárbaros que se encontraban en guerras civiles, pero Bizancio se vio amenazado por nuevos pueblos (ávaros, búlgaros y eslavos), que le obligaron a reforzar las fronteras, aunque el gran rival fue la monarquía persa sasánida.
A partir de la muerte de Justiniano (565), se produjo una grave penuria económica que hizo que el ejército cayera en una anarquía, continuó la división religiosa, se produjeron graves desórdenes que afectaron a las ciudades y al campo.
En lo referente al mundo rural, en el s. III se vio afectado por una crisis demográfica que tuvo como consecuencia lugares escasamente poblados, la adscripción de los colonos a la tierra y un éxodo rural. En los siglos IV y V se produciría una lenta recuperación, las ciudades quedaron vinculadas a la organización administrativa de la Iglesia y la población de algunas ciudades aumentó, produciendo un excedente de mano de obra. Sin embargo, en los años centrales del s. VI aparecen los síntomas de una recesión causada por la peste.
La jerarquía estaba encabezada por el emperador, que podía acceder al cargo si estaba vinculado con el senado y el ejército y a los diferentes tipos de parentesco (natural, legal o civil), aunque la política dinástica fracasó en esta época. El pueblo se manifestaba en el hipódromo donde había cuatro facciones: blanca, roja, azul y verde. La Revolución de Nika fue una protesta social que expresaba la rivalidad de los partidos verde y azul, y tras ser sometida por el ejército, sirvió para agilizar la reforma de la administración, comenzada por la codificación del Derecho.
El repliegue de Bizancio (610-843)
Durante esta etapa se iniciará un cambio en la historia de Bizancio para convertirse en un Estado medieval. A diferencia de la época protobizantina que no consiguió una sucesión dinástica, durante esta época se establecieron tres dinastías: la de Heraclio (610-709), la dinastía isáurica o siria (717-802) y la dinastía amoriana (820-867), gracias a la asociación al trono del sucesor que hizo más estable el sistema.
En la dinastía heracliana (610-711) se implantó la sucesión hereditaria a través de la asociación al trono del sucesor. El mayor peligro fue exterior, puesto que la anarquía fue aprovechada por persas, visigodos, ávaros y, finalmente, por musulmanes, que acometieron contra el imperio, quedando finalmente conquistadas por los árabes las provincias de Mesopotamia, Siria, Palestina y Egipto. Pero la amenaza islámica remetió tras la victoria de Constantino IV (668-685) en el 678, que obligó al califa omeya a comprar la paz, desviando la expansión islámica hacia Occidente.
Las querellas religiosas continuaron y para reconciliar los ortodoxos y los monofisistas surgió el monoenergismo, considerado herético, y el monotelismo, que fracasó de nuevo. Durante los años 711 y 843, surgió la Iconoclastia, teoría que propugnaba la destrucción de las imágenes sagradas y la persecución de su culto, que acentuó las diferencias con Occidente y provocó turbaciones internas. La iconoclastia también produjo profundas transformaciones como la ruralización del Imperio, la atonía de la vida intelectual y artística y el olvido de las aspiraciones universalistas, preocupándose por la supervivencia al peligro exterior, hecho que también implicó transformaciones, pues los emperadores iconoclastas se preocuparon por la justicia social, defendiendo a los estratos inferiores frente a la aristocracia y los grandes monasterios. Esto tuvo como consecuencia la oposición de los monasterios a la doctrina iconoclasta, lo que permitió la vuelta a la ortodoxia, primero, transitoria, gracias al II Concilio de Nicea (787) y más tarde, durante la dinastía amoriana, la implantación definitiva de la ortodoxia a partir del 843 por Teodora, esposa de Teófilo (829-842). Otras consecuencias de la Iconoclastia fueron la ruptura doctrinal con Roma y la inevitable alianza del Papa con el rey de los francos Pipino el Breve.
La reducción de fronteras obligó a la creación de un sistema administrativo que tuviera el interés político y económico en las provincias centrales del Imperio. La reorganización de los temas, cuerpos de ejército acantonados en un territorio, creados por Mauricio (582-602) responden a un deseo de descentralización de la defensa. Al frente de cada tema figura un stratega que asume el poder civil y militar, el cual ayudó a usurpar el trono, por ello se fraccionaron las circunscripciones temáticas para disminuir el poder de los estrategas.
La sociedad sufrió una ruralización debida a la pérdida de las provincias, a la destrucción de algunas ciudades, al auge de algunos núcleos de población y a los efectos demográficos causados por la peste de 746-747. Todo ello hizo que disminuyeran los niveles demográficos de las ciudades así como las actividades económicas y políticas, pero también tuvo como consecuencia el aumento de los pequeños propietarios libres, aunque no desapareció la gran propiedad territorial.
La edad de oro de Bizancio (842-1056)
En ella se consigue un equilibrio interior que tiene como consecuencias la consolidación de las fronteras, la decantación de sus instituciones, el resurgimiento cultural y el aumento de su prestigio exterior. El resurgimiento de Bizancio se inicia con el reinado del último emperador de la dinastía amoriana, Miguel III (842-867), en el cual empezó la actividad evangelizadora de los pueblos eslavos por parte de los monjes Cirilo y Metodio, actuando Bizancio como padrino de las nuevas comunidades cristianas sino también de las propias monarquías, creando una comunidad supranacional.
La evangelización del pueblo búlgaro así como la controversia de la procesión del Espíritu Santo fueron motivos de un enfrentamiento pasajero entre el Papa y el patriarca de Constantinopla, Focio. Si bien se había vuelto a la ortodoxia, surgieron otras formas de heterodoxia como la secta dualista de los paulicianos que se extendió rápidamente y la doctrina bogomilita, ambas prácticamente iguales pues rechazaban el culto, la jerarquía eclesiástica y los sacramentos.
Miguel III fue planeado asesinar por su sucesor, Basilio I (867-886), que inició así la dinastía macedónica. Es entonces cuando aparece una mística imperial propagada por la iconografía y asociada a la dinastía macedónica, junto a una idea de legitimismo dinástico de los miembros de la familia del emperador.
Durante el s.IX y a finales del s.X, se produjeron grandes triunfos militares en Oriente, siendo denominada esa expansión como la reconquista bizantina Los grandes emperadores militares de la dinastía macedónica fueron Nicéforo Focas (963-969), con campañas en contra del Islam con un carácter de guerra santa, Juan Tzimiscés (969-976), con una gran victoria sobre los búlgaros y rusos, ampliando la frontera hasta el Danubio, y Basilio II (976-1025), que conquistó Bulgaria y recuperó Creta y Chipre y extendió la frontera por la Alta Mesopotamia.
Tras la muerte de Basilio II se instaura una época de transición caracterizada por la paz que tuvo como consecuencia la descomposición del sistema defensivo ideado por Heraclio. La disolución de la pequeña propiedad y la tendencia a la concentración de tierras favorecieron la emigración a las ciudades suponiendo el resurgimiento urbano. La formación de grandes dominios territoriales especialmente en Anatolia acentuándose las diferencias entre la parte asiática y europea, estuvo en consonancia con el auge de la aristocracia y la reorganización militar.
Durante el reinado de Constantino IX Monómaco (1042-1055) se produjo la ruptura definitiva entre la Iglesia oriental y occidental con motivo del cisma del patriarca Miguel Cerulario (1054). Según Cabrera, no es adecuado el término cesaropapista –subordinación de la Iglesia al Estado– para designar el gobierno imperial de Bizancio pues la vida de la Iglesia bizantina era independiente de la voluntad imperial, incluso la propia valía personal del patriarca podía compensar las deficiencias del emperador. Al frente de la jerarquía eclesiástica bizantina figuraba el patriarca de Constantinopla, por debajo de él se encuentran los metropolitas o titulares de la dignidad episcopal en las cabeceras de las antiguas provincias civiles, dentro de las cuales pueden existir varios obispados. Junto a los metropolitas y los obispos sufragáneos de una provincia están los titulares de las llamadas sedes autocéfalas, que no dependían de ningún metropolita ni incluía obispados. El clero y los monasterios de las diócesis estaban bajo la autoridad del obispo.
La decadencia (1056-1261)
Con la muerte de Teodora (1056) se acabó la dinastía macedónica y el trono fue ocupado por distintos emperadores procedentes de la nobleza territorial y de los círculos aristocráticos de la capital que condujeron al Imperio a una decadencia.
En el año 1071, reinando Romano IV Diógenes (1068-1071), emperador que finalmente fue destronado, se produjo la derrota bizantina frente los turcos en Manzikert (Anatolia) y la conquista de Bari (en la región sudoriental de Italia) por los normandos. La dinastía de Comneno se instauró tras el reinado de Alejo I Comneno (1081-1118) que detuvo el proceso de descomposición del Estado.
El doble acoso, turco y normando no se detuvo y obligó a los soberanos bizantinos a pedir ayuda al exterior. Para neutralizar el avance normando en la costa adriática, Bizancio concertó con Venecia una alianza sumamente grave para la economía futura del Imperio y para lograr la detención de los turcos solicitó la colaboración armada de Occidente, que se tradujo en el fenómeno de las cruzadas. La respuesta que obtuvieron por parte de Occidente superó las expectativas, pues habían solicitado mercenarios y se encontraron con gigantescas expediciones armadas cuando el peligro exterior había remitido.
Por ello la cruzada era algo distintito de lo que se había solicitado ya que competía su dirección al Papa y no al emperador y su destino final no era la lucha contra los turcos (motivo de la petición bizantina) sino la conquista de Jerusalén. Alejo Comneno exigió a los expedicionarios un juramento de fidelidad en el que se comprometían a colocar bajo su soberanía todas las ciudades reconquistadas que habían pertenecido al Imperio, pero Bohemundo de Tarento gobernó Antioquía como un principado independiente. En 1116 fracasó un intento de someter la ciudad de Ikonium y Alejo otorgó en un tratado con los turcos la consideración de federados.
Durante el reinado de Juan II Comneno (1118-1143), Antioquía y la frontera del Éufrates, tras un breve dominio bizantino, volvió a la situación anterior y Anatolia permaneció más o menos intacta, aunque Juan II tuvo éxitos en Europa, deteniendo a los pueblos de la estepa y a los húngaros. Su sucesor, Manuel I Comneno (1143-1180) emprendió una campaña contra Cilicia y Antioquía que concluyó con la derrota de Raimundo de Poitiers que solicitó la ayuda bizantina cuando los turcos conquistaron Edesa (1144).
Una segunda cruzada fue enviada a recuperar Edesa, con la que Manuel pretendía concederles su ayuda a cambio de respetar la soberanía del basileo sobre la conquista del territorio que había pertenecido al Imperio, pero los pactos con el emperador de Alemania eran más difíciles. La Segunda Cruzada fue un fracaso que sirvió para aumentar las diferencias entre los dos sectores de la cristiandad. El tratado de paz con los normandos (1158) permitió a Manuel intervenir en Hungría, que tras una victoria firmó un tratado de paz (1167) con los húngaros y restableció su autoridad sobre Servia (1172). En torno al 1170, Bizancio entra en una etapa difícil y dramática en la que arrecia la amenaza turca y normanda, las cruzadas ven en Constantinopla un objetivo para sus expediciones militares y sobrevienen unas luchas civiles.
La dinastía de Comneno finalizó con la muerte de Andrónico I Comneno (1183-1185), estableciéndose con Isaac II Ángel (1185-1195, 1203-1204) la dinastía de los Ángeles, que ocuparon el trono hasta la toma de Constantinopla por los cruzados y la creación del Imperio Latino (1204). A pesar de la influencia que Bizancio ejercía sobre sus vecinos, la hegemonía del Imperio en los Balcanes retrocedió al mismo tiempo que perdió influencia en la mayor parte de Asia Menor.
La toma de Constantinopla en 1204, supuso el reparto del Imperio entre los jefes cruzados y el dux de Venecia quien tuvo una actuación decisiva en la elección del nuevo emperador, Balduino de Flandes, quien recibió una cuarta parte del imperio mientras que las tres cuartas partes restantes, divididas por mitad, se repartieron entre Venecia y el resto de cruzados. Aunque la principal causa de la caída de Bizancio fue la Cuarta Cruzada, también influyó la creciente feudalización del Estado, que tuvo repercusiones en la organización administrativa, fiscal y militar y en las relaciones entre el centro político (Constantinopla) y las diversas provincias que lo componían.
La conquista de Constantinopla trastocó el panorama político, social y económico del Mediterráneo oriental puso fin al carácter universal del Imperio Bizantino y produjo una gran animadversión de los griegos hacia Occidente, que constituyeron tres núcleos políticos de resistencia (el Imperio de Trebisonda, el Imperio del Epiro y el Imperio de Nicea). Es el estado de Nicea gobernado por Juan III Vatatzes el que permaneció incólume y se benefició del infortunio de sus vecinos, reconquistando Tracia y Macedonia (1242-1246) e imponiéndose al Estado epirota (1252), siendo en el reinado de Miguel VIII Paleólogo que se puso fin al Imperio Latino con el sometimiento de Constantinopla (1261), terminando también el Imperio de Nicea, pues trasladó su corte a Constantinopla.
Desde el punto de vista de la historia social, el hecho más sobresaliente fue la creciente feudalización del Imperio, que aseguró a la aristocracia un mayor protagonismo, produjo grandes transformaciones en la economía del Imperio y en la administración dejando inservible la organización temática afectando así a los sistemas de defensa y siendo suplida por nuevas instituciones como la prónoia (bienes que se entregaban a un particular generalmente en forma vitalicia) o el kharistikion (monasterios y bienes que se concedían a particulares que se beneficiaban de las rentas). La extensión desmesurada de la prónoia produjo una militarización creciente del Estado y la atomización del poder dio paso a la aparición de numerosas tendencias centrífugas en el seno del Imperio.
La desaparición paulatina de Bizancio (1261-1453)
Miguel VIII Paleólogo estableció la dinastía de los Paleólogo que regiría con alguna interrupción hasta 1453, año de la caída definitiva de Constantinopla. Miguel VIII inició una labor de restauración de Constantinopla, que había quedado muy dañada por la ocupación latina. La desaparición del Imperio Latino provocó una animadversión de Occidente, especialmente desde la subida al trono de Carlos de Anjou que tenía como objetivo someter a Bizancio.
Miguel VIII estaba muy interesado en la unión de las dos Iglesias que consiguió, al menos teóricamente, con el Concilio de Lyon (1274), pero el movimiento arsenita, oposición religiosa y política a Miguel VIII a favor de Juan IV Láscaris, dificultó la puesta en práctica de la Unión de Lyon. En 1281, el nuevo Papa Martín IV preparó una coalición contra Bizancio, en la que formaba parte la república de Venecia y Felipe de Courtenay, que tenía como principal objetivo restablecer el Imperio Latino.
Miguel VIII consiguió la llamada revuelta de las Vísperas Sicilianas (1282), en Palermo, instaurando una dinastía aragonesa. El reinado de Andrónico II (1282-1328) contribuyó a distanciar los dos sectores de la Cristiandad cuando Bizancio necesitaba a Occidente, pues los recursos eran cada vez menores debido a la generalización de la prónoia. Las posiciones bizantinas en Anatolia se reducían a algunas ciudades y es en esa época en la que destaca el grupo de turcos más activo en la lucha contra Bizancio, los otomanos.
Las dos guerras civiles fueron el principal factor de la caída de Bizancio, la primera fue la Guerra de los Andrónicos (1321-1328), seguida por una época de paz con el reinado de Andrónico III (1328-1341) que finalmente acabó con la segunda guerra civil en la que la mayor consecuencia fue la entrada de los turcos en Europa gracias a Juan Cantacuceno, que finalmente se hizo con el poder (1341), compartido con Juan V Paleólogo, para abdicar en 1355, tras la penetración turca en el continente europeo (1354).
La omnipresencia de la guerra redujo la superficie del Estado, teniendo consecuencias económicas y sociales, aumentadas por la Peste Negra de 1847. Por ello se acentúa la tendencia a la descentralización, ya que las pérdidas territoriales favorecieron un sistema de autogobierno, surgiendo distritos de carácter autonómico. El auge de los grupos aristocráticos afectó al mundo rural, donde predominó el pastoreo, los campos quedaron desolados, reapareció en bandidaje y careció la mano de obra, por ello se generalizó el campesinado dependiente. El declive demográfico afectó también a las ciudades donde se acentuó el carácter militar y el importante papel de la aristocracia.
En 1402, cuando el Imperio Otomano se hallaba dispuesto a realizar sus objetivos, los mongoles vencieron al ejército otomano en Ankara. Juan VIII volvió a pedir ayuda a Occidente, que organizó una cruzada tras la Unión de Florencia (1439) que acabó en una gran derrota de los cristianos en Varna (1444).
Durante el reinado de Constantino XI (1449-1453), último emperador, se produjo la toma definitiva de Constantinopla por los turcos (1453), convirtiéndose en la capital del nuevo Imperio Otomano.
Bibliografía
-CABRERA, Emilio (1998): Historia de Bizancio, Editorial Ariel, Barcelona.
- Eli_Silmarwen's blog
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El término Bizancio corresponde al siglo XVI y designaba la parte oriental del antiguo Imperio Romano pero los propios bizantinos se seguían denominando romanos.
Siempre me ha hecho gracia esto de que en su época nadie lo llamara Imperio Bizantino y fuera una "ocurrencia" posterior.
Saludos.
Elegante y agradable, hija mía; muchas gracias. Lo voy a compartir en mi feisbuk, para que todo el mundo sepa lo listisísima que eres.
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Enhorabuena Eli por lo bien resumido de la historia del imperio bizantino, en mis tiempos mucho me obsesionó el estudio de dicho imperio, ¡te mereces un sobre........ je,je.
saludos