La agricultura es la actividad económica que conoció, en la España musulmana, un desarrollo que podemos calificar, sin el menor reparo, de espectacular. Más del 75% de la población activa de al-Andalus estaba dedicada precisamente a las tareas agrícolas.
Por lo demás la importancia de la agricultura se reflejó, entre otros muchos aspectos, en la mejora general de la salud de los habitantes.
La prosperidad agraria permitió hacer frente a los años difíciles, en los que las cosechas, por lo general debido a las sequías, apenas se recogían, disminuyendo de esa forma las terribles hambrunas.
Ahora bien, es preciso señalar que la totalidad de al-Andalus se encontraba en el ámbito de lo que los geógrafos contemporáneos han denominado la España seca. Esta claro, no obstante, que dentro de esa España seca hay que distinguir entre unas y otras regiones. Las zonas más fértiles de al-Andalus se encontraban en el valle del río Guadalquivir y en los valles fluviales de la costa valenciana, sin olvidar a los valles medio e inferior del Guadiana, Tajo y Ebro.
En líneas generales cabe decir que en alAndalus, se siguió la rica y fecunda tradición de los tiempos romanos. De todos modos los aspectos que suelen señalarse como más novedosos, por lo que respecta a la agricultura de la España musulmana, son básicamente la intensificación del regadío y la introducción de nuevos cultivos. De todos es sabido el impulso que supuso para la agricultura el desarrollo de las técnicas de regadío, cuyos cimientos se hallaban en el aprovechamiento del agua de los ríos y de los pozos.
No era una novedad, pero los musulmanes, le dieron un extraordinario impulso. Gracias a este espectacular desarrollo disminuyó notablemente la dependencia en que se encontraba la agricultura de los caprichos de la meteorología- A través de acequias, de azarbes y de almenaras se distribuía el agua por las huertas. No obstante todo parece indicar que la novedad fundamental de la España islámica en el ámbito del regadío fue la difusión de la noria, instrumento al que puede definirse como una especie de máquina hidráulica.
Se llegó a afirmar que en el valle del Guadalquivir había cerca de 5000 norias. En conjunto puede decirse que funcionaron en al-Andalus tres sistemas fundamentales de irrigación, que iban desde el más sencillo, la simple acequia, hasta el mas complicado, el denominado “qanat”, que consistía en la canalización subterránea del agua, la cual se conectaba con una serie de pozos de succión.
El llamado “qanat” o canal de irrigación subterráneo conducía el agua desde el depósito localizado en el subsuelo hasta el lugar donde se necesitara. Su proyección era horizontal o con una ligera pendiente, y podía reducirse a una sola conducción o complicarse, cuando la técnica estaba muy avanzada en una red de conducciones, auténtico laberinto bajo el suelo.
Las dimensiones de la galería eran considerables: 1 metro de ancho por 1,80 de alto, por lo que un hombre de pie podía circular perfectamente. Eran verdaderos acueductos subterráneos, revestidos de ladrillo en su interior, especialmente en las zonas donde la roca podía resquebrajarse.
Cada cierto tramo (alrededor de 50 metros) se practicaban en las galerías unas perforaciones de comunicación con la superficie del suelo; agujeros por los que, a un tiempo, se echaban fuera los escombros acumulados en la perforación y se creaba una corriente de ventilación de aire, que evitaba la acumulación de gases y la acumulación de agua. Incluso, si la corriente de aire era de importancia, ayudaba al agua a que ésta fluyera más rápidamente. A veces estas perforaciones constituían profundos pozos verticales, de hasta 55 metros de profundidad en aquellos tramos más cercanos al depósito acuífero madre.
De ahí que se diga que las tierras de la España musulmana estaban regadas por la lluvia y por canalizaciones admirablemente mantenidas y que formaban una red perfecta. El territorio andalusí en donde estaba más desarrollado el regadío era el valenciano.
Al mismo tiempo al-Andalus conoció una notabilísima expansión de la arboricultura. De ahí deriva la conocida y popular expresión “revolución verde”, que se atribuye con frecuencia al territorio de al-Andalus. Por lo demás los musulmanes de Hispania han pasado a la posteridad ligados al desarrollo de cultivos como el arroz, los agrios, la caña de azúcar la palmera, el algodón, la berenjena o el azafrán, también a la proliferación de diversos árboles frutales, de las plantas aromáticas y medicinales y a la abundancia de huertas y vergeles.
La introducción de nuevos cultivos, junto con la extensión e intensificación del regadío, dio lugar a un complejo y variado sistema agrícola, por el cual diferentes tipos de suelos fueron objeto de una eficaz uso: campos que solo eran capaces de proporcionar una cosecha anual como máximo antes de la conquista islámica, eran ahora capaces de dar tres o más cosechas en rotación. La producción agrícola llevaba a las ciudades una gran variedad de productos desconocidos en la Europa septentrional.
Ahora bien, esas novedades, coexistieron con la herencia del pasado hispano-romano-visigodo, la cual puede decirse que, en última instancia, impuso en cierta forma su dominio, al menos en lo que se refiere a los principales tipos de cultivos. Así los cultivos más importantes eran los tradicionales del pasado romano-visigodo, la denominada trilogía mediterránea, integradas por los cereales, la vid y el olivo.
Los principales cereales cultivados en la España musulmana eran el trigo y la cebada, aunque también tenían importancia otros como el centeno, el arroz, el mijo y la avena. El trigo se cultivaba en numerosas regiones de al-Andalus, tanto en tierras andaluzas, valencianas, extremeñas o lusitanas.
No obstante las zonas más destacadas eran, al parecer, la del valle del Sangorena, en la zona de Lorca, la campiña cordobesa, la comarca de Carmona, las zonas cercanas a Sevilla y a Toledo. La utilización de dicho cereal para la fabricación del pan, que era el elemento esencial de la alimentación de las gentes de al-Andalus, explica el destacado papel que alcanzó la industria molinera. En líneas generales puede afirmarse que al-Andalus se autoabastecía de trigo, excepto en los años de inclemencias meteorológicas, como sequías o incluso plagas de langosta, en los cuales se veía obligado a importarlo de otros territorios, ante todo del norte de Africa.
De la época de Abderramán III hay noticias de importaciones de trigo en al-Andalus, debido a las pobres cosechas recogidas, en los años: 915,926, 927, 929,930, 935,936, 941,942 y 944. La cebada, empleada fundamentalmente como forraje, estaba presente en los territorios del valle del Guadalquivir, destacando la campiña cordobesa, pero también las zonas de Jaén y Ecija. El centeno era un cultivo de determinadas zonas frías. En lo que concierne al arroz se cultivo preferentemente en la zona de Valencia, pero en la época del califato dicho cultivo aún no alcanzaba grandes dimensiones.
Los viñedos abundaban preferentemente en las tierras andaluzas (Málaga, Cartama, Jerez, Niebla, Baeza, Montilla, Almuñecar), también en Levante (Denia, Elche, Lorca), en Aragón (Daroca, Monzón), y en diversas comarcas de la Meseta como Guadalajara y Badajoz. El cultivo de la vid conoció una notable expansión en la España musulmana con respecto a los tiempos visigóticos y eso pese a la prohibición coránica de su consumo. De todos modos era también muy importante en al-Andalus el consumo de la uva fresca, así como las pasas.
El olivo era un cultivo a todas luces fundamental en el territorio andalusí. Eso explica que estuviera presente en numerosas regiones, desde las tierras andaluzas y las valencianas, hasta las lusitanas, las extremeñas y las aragonesas. Las zona de Jodar, en Jaén, se le denominaba “la balsa de aceite” Por otra parte el olivo conoció una espectacular expansión en los tiempos califales. Era tan abundante que los barcos exportan ese producto hacia el Oriente; su producción era tan abundante que, si no se exportase, los habitantes no podrían guardarlo ni obtener de él el menor precio. Esa exportación era hacia el norte de Africa y el Oriente islámico.
Los cereales, la vid y el olivo no eran ni mucho menos los únicos productos que se daban en la agricultura andalusí, aunque estos productos constituían sus indudables cimientos.
Entre los frutales hay que mencionar a las naranjas, los limones, los plátanos, las granadas, la sandía, la chufa y los higos. Otros cultivos señalados eran las leguminosas como las habas y los guisantes de las zonas próximas a Zaragoza, las hortalizas, la caña de azúcar en Salobreña y Almuñecar, el algodón, el lino en Andalucía Oriental y el bajo Ebro, el esparto y el azafrán en la zona de Toledo.
Tampoco hay que olvidar la sericultura, actividad sumamente floreciente en las tierras de Baza y de Jaén, así como en la comarca de las Alpujarras.
La palmera datilera, donde se tienen noticias de diversos palmerales, entre ellos el de Elche.
En el terreno de la selvicultura, las especies arbóreas más importantes esta el pino (del que se aprovecha su madera y los piñones), el algarrobo, la encina y la morera. De todos modos, pese a la exuberancia por los cultivos de regadío y a su carácter renovador con respecto a la agricultura de la época visigoda, hay que reconocer el predominio en al-Andalus, en términos cuantitativos, de los cultivos de secano.
En cuanto a la propiedad de la tierra hay que diferenciar, con toda nitidez, las tierras pertenecientes a los conquistadores de aquellas otras que seguían en manos de los descendientes de los hispano-visigodos. Sin duda importantes propiedades territoriales pasaron a engrosar el patrimonio real, de los emires. Había, asimismo, bienes “habices” o de manos muertas de las mezquitas y de las fundaciones piadosas. Pero no por eso habían desaparecido las tierras de una buena parte de la antigua nobleza visigoda, ahora en manos de sus descendientes, al margen de que hubieran abrazado la fe islámica o no. Claro que también había minifundios o pequeñas propiedades territoriales, en poder de mozárabes o de muladíes humildes.
Una explotación agraria singular, por lo general propiedad de la familia emiral o de la alta nobleza, era la “munya” o almunia, que solía localizarse en las proximidades de las grandes ciudades. Un ejemplo de este tipo de explotaciones agrarias nos lo ofrece la almunia de la noria, situada en las afueras de Córdoba y de la que sabemos que era uno de los lugares favoritos del califa Abderraman III. No muy diferente era el “Rahal”, propiedad privada de los altos dignatarios del poder musulmán característica de las tierras valencias.
El tercer tipo de estructura agraria situada en los confines de las grandes urbes lo constituía el “ganna”, jardín o huerto, sometido a irrigación. En el ámbito rural propiamente dicho la estructura agraria fundamental era la “qarya”, termino que se refiere a la aldea formada por campesinos libres dueños de sus tierras, integrantes de una comunidad rural.
También cabe mencionar las tierras comunales sobre las cuales se ejercían derechos de uso, entre los que destacan los pastos para el ganado de los habitantes de las aldeas próximas.
El trabajo del campo, cuando menos en las grandes propiedades, solía ser realizado por colonos, los cuales estaban sujetos a contratos de arrendamiento, o por campesinos dependientes, apenas diferenciados en la práctica de los que se suelen denominar “siervos de la Ggeba”.
Los contratos de arrendamientos más frecuentes, llamados “musaqa” cuando se trataba de tierras de regadío y “muzara´a” cuando lo eran de secano, solían establecer, por lo general, que la cosecha recogida se repartiera a medias entre el propietario de la tierra y el colono que la trabajaba. Predominaban no obstante los labriegos que, a cambio de pagar impuestos al propietario, recibían tierras para cultivarlas, tierras que, a su vez, podían transmitir libremente a sus herederos. A esos campesinos se les denominaban “Sharif”. Claro que también habían en al-Andalus campesinos musulmanes que eran propietarios plenos de las tierras que cultivaban.
La indudable prosperidad que ofrecía al-Amdalus desde el punto de vista agrícola no fue óbice, ni mucho menos, para que, en determinadas coyunturas, el panorama ofreciera rasgos inequívocos negativos. Al-Andañus conoció años de esplendidas cosechas y años en los que, por el contrario, apenas se recogía nada de la tierra sembrada, todo debido a la pertinaz sequía.
Por ejemplo en la primavera de 915 al-Andalus padeció una atroz sequía, de la que derivó inmediatamente la aparición del hambre y de la peste y que se mantuvieron su vigencia durante cerca de un año. Las epidemias se cebaron en los pobres y resulto imposible enterrar a todos los muertos.
El emir Abderraman III y sus consejeros se vieron obligados a conceder numerosas limosnas para socorrer a los mas necesitados. Hubo una nueva sequía en el año 936. En aquel año hubo en todo al-Andalus una sequía como jamás se había conocido ni oído de tan pertinaz, pues se prolongo durante el año, sin caer ni una gota. De todos modos las consecuencias de esa tremenda sequía fueron mínimas. En la década de los cuarenta reapareció la sequía en varias ocasiones.
Esto solamente hablando del reinado del califa Abderraman III (en lo de las sequías me refiero).
Autor: histoconocer