La batalla de las Termopilas (puertas calientes)
Fue en el pasado una franja de terreno casi intransitable. Un lugar físicamente precioso, de esos que dejan sin sentido al espectador al contemplarlo; cuando te detienes al atardecer casi crees escuchar el fragor de mil batallas y puedes con un golpe de vista entender las estrategias griegas frente a los persas.
Jerjes, decidido conquistador
Jerjes tuvo que afrontar las secuelas de la derrota sufrida por los ejércitos de su padre, Darío, en la batalla de Maratón. Pasó los primeros años de su reinado sofocando insurrecciones en su imperio y haciéndose “fuerte en sus riquezas”.
No obstante, espoleado por sus ambiciosos cortesanos, acariciaba la idea de conquistar Grecia. Así pues, en el año 484 antes de nuestra era comenzó a formar, con soldados de todos los estados y satrapías de sus dominios, un ejército que, según dicen, fue de los mayores que ha marchado sobre la faz de la Tierra. Según el historiador griego Heródoto, hubo un increíble total de 2.317.610 combatientes en sus fuerzas terrestres y navales.
Imagen del Rey Jerjes de Persia
Entretanto, los griegos iniciaron los preparativos a su manera. Aunque eran un pueblo marinero, carecían de poderío naval. Pero al afrontar el riesgo de ser masacrados por los persas y al haberles indicado un vaticinio del oráculo de Delfos que se defendieran con un “muro de madera”, Atenas emprendió la construcción de su armada.
Temístocles, ilustre político ateniense, persuadió a la Asamblea a utilizar todos los beneficios obtenidos en las minas estatales de Laureo, donde existía un rico yacimiento de plata, para la construcción de una flota de 200 trirremes. Tras cierta vacilación inicial, Esparta capitaneó la formación de la Liga Helénica, integrada por unas treinta ciudades estado.
Entretanto, Jerjes realizaba la ardua tarea de trasladar sus fuerzas de ataque a Europa. Los víveres debían proporcionárselos las ciudades por donde pasara, lo que suponía el gasto de 400 talentos de oro tan solo para que el ejército tuviera una comida al día. Meses antes había despachado heraldos a fin de que se prepararan cereales, reses y aves para la mesa real. Solo Jerjes disponía de su tienda de campaña; los demás dormían al raso.
Mapa completo de la campaña
La enorme hueste tenía que cruzar primero de Asia a Europa por el estrecho del Helesponto (en la actualidad, los Dardanelos). Con este fin, se construyeron dos puentes sustentados en barcos. Al hundirse durante una tormenta, Jerjes montó en cólera y mandó propinar 300 latigazos a las aguas del Helesponto, marcarlas con hierros candentes y echarles grilletes, así como decapitar a los ingenieros. Cuando se tendieron allí otros dos puentes, hizo falta una semana entera para que cruzaran todas las tropas.
Las Termópilas: franja litoral casi infranqueable
Hacia mediados del año 480 antes de nuestra era, el ejército imperial de Persia, acompañado de la flota, descendió por la costa de Tesalia. Las fuerzas aliadas griegas se habían decidido finalmente a apostarse en las Termópilas, que en aquel tiempo eran una estrecha franja de tierra donde los montes se precipitaban abruptamente hasta unos 15 metros de la playa.
Para atravesar esta franja, los persas tendrían que marchar en una columna tan estrecha que podría ser repelida por un batallón de aguerridos soldados. En los desfiladeros cercanos a las Termópilas se situó una avanzadilla de 7.000 griegos, a las órdenes del rey Leónidas de Esparta, mientras que, cerca de las costas de Artemision, los 270 navíos de la armada griega jugaban al gato y el ratón con la flota persa.
Leonidas por Jacques Louis David se encuentra en el Louvre (Paris)
Jerjes llegó a las Termópilas a principios de agosto, confiado en que su enorme hueste infligiría una derrota aplastante a los griegos. Cuando estos no se retiraron, trató de expulsarlos lanzando contra ellos a los medos y los cisios, que sufrieron grandes pérdidas; otro tanto ocurrió cuando envió a los Inmortales (tropas de elite), dirigidos por el sátrapa Hidarnes.
Efialtes, toda una pesadilla
Justo cuando parecía refrenado el invasor, Efialtes (en griego, “pesadilla”), avaro campesino tesalio, se ofreció a los persas para llevarlos por las montañas hasta la retaguardia del ejército griego. A la mañana siguiente, se dispusieron a atacar a los griegos por detrás con una maniobra envolvente. Al percatarse los espartanos de que les esperaba la derrota, se defendieron con furor, mientras muchos de sus atacantes, que peleaban obligados por el látigo, perecían pisoteados o ahogados en el mar.
Finalmente, cayeron el rey Leónidas y todos los que lo acompañaban, un millar de combatientes. Hidarnes había vencido a la retaguardia espartana. El ejército y los remanentes de la flota de Persia forzaron a los atenienses a retroceder a su territorio. Jerjes penetró en el Ática, saqueando e incendiando cuanto encontró en su camino. Los atenienses evacuaron su población a la cercana isla de Salamina, y la flota griega fondeó entre esta isla y Atenas, cuya acrópolis tardó dos semanas en caer; todos sus defensores terminaron asesinados y los santuarios destruidos, incendiados y saqueados.
Salamina: el “muro de madera” en acción
Cerca de las Termópilas, los navíos griegos ya se habían batido con la flota persa en reñidos combates nada decisivos. La retirada de las fuerzas terrestres indujo a la armada griega a replegarse hacia el sur para reunirse en la bahía de Salamina. Allí trazó Temístocles su plan estratégico.
Era consciente de que los 300 barcos fenicios que integraban el núcleo de la flota persa, pese a tener mayor tamaño, superaban en maniobrabilidad a sus robustos trirremes. Además, unos trescientos ochenta navíos griegos se enfrentaban,
con marinos menos experimentados que los persas, a unas mil doscientas embarcaciones. Ahora bien, dado que el estrecho existente entre Salamina y la costa del Ática era angosto (al grado de solo permitir el paso en columnas de 50 barcos), si los griegos conseguían inducir al enemigo a entrar en este embudo natural, este no podría beneficiarse de su superior fuerza numérica ni su mayor capacidad de maniobra. Cuentan que Temístocles precipitó el combate enviando un mensaje falso a Jerjes en el que se le inducía a atacar para que no pudiese huir la flota griega.
Muro conmemorativo de la campaña en Grecia
Y así aconteció. Los navíos persas, aprestados para el combate, con sus filas de remeros y sus fuerzas de lanceros y arqueros, rodearon la península del Ática y se dirigieron hacia el estrecho. Jerjes, seguro del triunfo, había dispuesto su trono en un monte para contemplar cómodamente la batalla.
Una amarga derrota
A los persas les invadió una gran confusión cuando se vieron apiñados en el estrecho. De repente, al sonar una trompeta desde lo alto de Salamina, irrumpieron las formaciones de barcos griegos. Los trirremes embistieron contra las naves persas, rompiéndoles los cascos y lanzándolas unas contra otras. Los soldados griegos abordaron espada en mano los maltrechos barcos enemigos.
Las arenas del litoral ático quedaron sembradas de maderas rotas y cadáveres destrozados. Ante tal catástrofe, Jerjes reunió sus navíos restantes y regresó a su país. Aquel año no proseguiría con su campaña, si bien dejó un ejército considerable para que pasara allí el invierno bajo la dirección de su cuñado Mardonio.
Autor: Galland
Para conversar el tema en el foro haz click aqui
- Galland's blog
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios