La Caída del Imperio Sasánida
Fundado en el siglo III por la casa de Sassan, el sasánida sería el segundo gran imperio persa. Durante toda su vida viviría en casi permanente conflicto con su poderoso vecino, el Imperio Romano. Sin embargo al final caería no a manos de los romanos sino a las de un pueblo árabe revolucionado por el surgimiento en su seno de una nueva religión: el Islam.
Mapa de la expansión islámica por Ian Mladjov (sitemaker.umich.edu/mladjov/maps)
Antecedentes
La guerra romano-sasánida del 602-628 había sido el enésimo conflicto entre dos viejos enemigos: el Imperio Romano (Bizantino) y el Imperio Sasánida, que se prolongaba ya durante cuatro siglos e incluso tenía raíces anteriores en las luchas entre romanos y partos. Si algo había caracterizado a esta última edición era el grado de devastación y muerte causado en ambos imperios: el romano-bizantino había estado a punto del colapso total y el sasánida había quedado arruinado económicamente. Militarmente ambos habían quedado muy debilitados, habiendo perdido cada uno de ellos cerca de 200.000 soldados “de primera línea”.
En el caso sasánida, a los problemas derivados de la guerra se unía la delicada situación política que se vivía en la corte de Ctesifonte. El shahanshah (rey de reyes) Cosroes II había sido depuesto en un golpe de estado (628) instigado por magos (sacerdotes) y nobles persas. Su hijo, Kavad II, además de torturar y ejecutar a su padre, masacró a sus parientes (hermanos incluidos) para que sólo quedara como descendiente varón del linaje de Sassan su propio hijo. Murió ese mismo año y su hijo Ardashir III (un infante) cayó asesinado en el 630 a manos del general Shahrbaraz; el cual tampoco disfrutó mucho del poder porque fue linchado apenas un mes más tarde. La princesa Boran (Purandokht) ascendió al trono e hizo un notable intento de dar estabilidad al imperio pero acabó asesinada (asfixiada con una almohada) en el 631. Le sucedió su hermana Azar (Azarmidokht), igualmente asesinada (632).
Tras el asesinato de Azar, la corte de Ctesifonte se quedó sin reservas de descendientes de Sassan y vio con preocupación como surgían usurpadores en el Imperio. En medio del caos dieron con un joven de 15 años que supuestamente era nieto de Cosroes II y al que se habría mantenido oculto para salvarlo de las masacres familiares. Los magos y nobles “convencieron” al joven para que aceptara el (peligroso) manto de shahanshah, asumiendo el nombre de Yazdegerd III (632).
Yazdegerd recibió el control de un imperio en decadencia no sólo económica sino también social. El aparente esplendor de la época de Cosroes se había conseguido a costa de los tributos de las clases más humildes, la aristocracia provincial había crecido en poder alejándose del control gubernamental y había una fuerte crisis religiosa, consecuencia de lo que muchos veían como el fracaso zoroastriano en implantar unos principios morales más igualitarios en la sociedad irania.
Moneda de Yazdegerd (Yazdgerd/Yazdegird) III
La Amenaza Árabe
El mismo año del ascenso de Yazdegerd (632), moría el profeta Mahoma y surgía el califato Rashidun. El primero de los califas ortodoxos (califas rectos o “bien guiados”) fue Abu Bakr (Abu Bakr as-Șiddiq) que no sólo consolidó el Islam en Arabia, venciendo la oleada de apostasía que sobrevino a la muerte de Mahoma, sino que en seguida se planteó enfrentarse a sus debilitados vecinos imperiales.
La frontera sasánida con la península arábiga había estado tradicionalmente guardada por los lájmidas: una dinastía de árabes cristianos vasallos del Imperio Sasánida. Sin embargo Cosroes II había eliminado su independencia en el 602 tras una disputa con su rey. Los lájmidas siguieron sirviendo como auxiliares sasánidas pero su motivación decayó enormemente. Además el enorme esfuerzo concentrado en la guerra contra los romano-bizantinos supuso descuidar el mantenimiento de las fortalezas fronterizas. La aplastante derrota sasánida de Dhu Qar (¿610?) a manos de una confederación de tribus árabes debería haber servido de aviso de los peligros de debilitar la frontera.
Abu Bakr, representado en una miniatura persa; a su lado se encuentra su sucesor Umar.
Ya en una fecha tan temprana como el 633 la posición musulmana en Arabia era tan fuerte como para que Abu Bakr ordenara ataques tanto a romano-bizantinos como a sasánidas. En el ánimo de Abu Bakr debía estar dan rienda suelta al exceso de fervor marcial generado tras las intensas campañas en Arabia, antes de que la todavía frágil alianza de tribus árabes se pudiera deshacer en luchas intestinas. Lo sorprendente es que los musulmanes se lanzaran contra sus dos vecinos imperiales a la vez, aunque el objetivo prioritario era el Imperio Romano. Mientras 3 ejércitos convergían hacia territorio romano-bizantino, otro marchó hacia Mesopotamia.
La Campaña del 633-634.
El ejército que marchó contra Mesopotamia estaba comandado por la estrella ascendiente del generalato musulmán: Khalid ibn al-Walid, que acudía en apoyo de los caudillos tribales de la frontera. Khalid penetró la frontera sur (por lo que es Kuwait) derrotando a un ejército sasánida y siguió el curso del Eúfrates por el territorio ocupado por los lájmidas, saqueando y exigiendo tributo. La campaña fue todo un éxito y tras numerosas escaramuzas y combates con persas y árabes-cristianos, Khalid sometió la capital lájmida Hira, con cuyos habitantes se llegó a un compromiso de que pagarían un tributo. Poco después, Abu Bakr le mandó órdenes de partir hacia el prioritario frente sirio, lo que hizo en una épica marcha a través del desierto.
La caída de Hira hizo sonar las alarmas en Ctesifonte, ya que indicaba que los árabes tenían intenciones más serias que las de simplemente saquear y que las fuerzas locales eran insuficientes para batirlos. La retirada de Khalid con parte del ejército permitió a los sasánidas contraatacar y recuperar buena parte del terreno perdido. La muerte del califa Abu Bakr supuso el fin de muchos acuerdos de tributo en la zona de Sawad (sur de Iraq), pero no supuso del todo un freno en las operaciones, aunque su sucesor, Umar (Umar ibn al-Khattab) sólo pudo enviar 1.000 hombres de refuerzo desde Arabia al estar más preocupado por los asuntos en Siria.
Elefante sasánida con arqueros (essex miniatures)
Una fuerza árabe comandada por Abu Ubaid realizó incursiones en Iraq contra las fuerzas persas locales alcanzando la orilla occidental del Eúfrates cerca de la ciudad de Kufa. En la otra orilla y separados por un puente se encontraba una fuerza de campaña sasánida, liderada por el general Bahman Jaduya, al que se le había hecho el honor de permitirle llevar a la batalla el estandarte real sasánida (Derafsh Kaviani). Los sasánidas eran tal vez 10.000 frente a unos 9.000 árabes.
La denominada como “Batalla del Puente” fue un desastre para los árabes. Abu Ubaid ordenó a sus fuerzas cruzar el Eúfrates, pero Bahman aprovechó para contraatacar, muy posiblemente sin dar oportunidad a los árabes de completar del todo su formación. El ataque combinado de los savaran (caballería aristocrática sasánida) y de los elefantes causó una gran devastación en las filas enemigas que ademas vieron como una gran lluvia de flechas caían sobre ellas. Los elefantes parece que causaron una gran impresión, sobre todo en una parte de la caballería árabe que no estaba acostumbrada a ellos. Se cree que el propio Abu Ubaid fue pisoteado hasta la muerte por un elefante al que había herido, mientras muchos de sus guerreros eran empujados hacia el río. Se estima que las bajas árabes fueron aproximadamente de 1.000 muertos, 3.000 ahogados y 2.000 desertores, lo que supondría 2/3 del ejército.
Bahman no pudo completar su victoria ya que fue llamado de vuelta a Ctesifonte.
Guerreros sasánidas: 1. savaran “Clibanarius” - jinete pesado fuertemente acorazado y armado con lanza y arco. 2. Infante dailamita – guerreros altamente valorados que usaban multitud de armas: espadas, hachas, arcos, hondas y en especial una jabalina propia de “doble hoja” aunque es probable que la traducción correcta sea “doble filo”. 3. Paighan – guerreros de leva reclutados entre el campesinado. Fuente: Armies of the Dark Ages (Ian Heath)
La batalla de Al-Qadisiyyah (636/637)
Tras la batalla del Puente los musulmanes se tuvieron que limitar durante un tiempo a realizar incursiones. Aun así consiguieron importantes avances y el caudillo árabe Muthanna se ganó a muchos lájmidas para la causa árabe. El esfuerzo de luchar en dos frentes ponía un serio límite a la cantidad de tropas disponible, pero Umar había tomado buena nota de la derrota y estaba dispuesto a buscar venganza. En cuanto se pudo, se envió un nuevo ejército desde Arabia, al mando de Saad ibn Abi Waqqas.
La gran victoria árabe de Yarmuk (636) en la Siria romano-bizantina, permitió la llegada de refuerzos al frente persa, entre ellos valiosos veteranos de la campaña mesopotámica de Khalid ibn al-Walid. Los sasánidas no habían aprovechado bien el tiempo de respiro, debido sobre todo a problemas internos; aunque Yazdegerd era consciente de la seria amenaza que pendía sobre él hasta el punto de concluir una alianza con el emperador Heraclio en el 635, no se había llegado a realizar ninguna acción contundente.
Guerreros árabes. En la primera época de expansión había escasez de caballos por lo que la base de los ejércitos era la infantería armada con lanza o arco. Tanto jinetes como infantes portarían espadas rectas. Los estribos de hierro habrían sido introducidos justo después de la conquista de Persia, aunque al parecer algunos jinetes árabes usaban ya en el siglo VII estribos de madera. Fuente: Armies of the Dark Ages (Ian Heath)
El ejército de campaña árabe acampó de nuevo cerca de Kufa, en al-Qadisiyyah. Antiguamente se daban cifras enormes de su tamaño, cifras de más de 30.000 no son muy creíbles y es probable que las fuerzas de Waqqas no superaran los 12.000 hombres. Para contrarrestar a esta fuerza, el ejército de campaña sasánida, comandado por el spahbed Rustam Farrokh-Zad, contaba con una fuerza que según las fuentes clásicas era 3 veces superior (¿36.000?). Buena parte del ejército sasánida eran reclutas forzosos de poco valor que incluso podían sentirse fácilmente atraídos por el discurso igualitario del Islam. Por tanto Farrokh-Zad tendría que confiar en un núcleo duro formado por la caballería savaran, 33 elefantes, arqueros de élite e infantería dailamita.
Un spahbed (comandante en jefe del ejército) y una posible versión del legendario estandarte de Kaveh: el Derafsh Kaviani (Drafš ī Kāvayān) Fuente: iranpoliticsclub.net
Antes de que empezara la batalla Farrokh-Zad estableció negociaciones con los árabes para buscar una salida al conflicto, lo que indica que los sasánidas no estaban excesivamente confiados en la victoria a pesar de su superioridad numérica. Probablemente Waqqas permitió que se alargaran las negociaciones durante bastante tiempo (puede que meses) ya que estaba esperando la llegada de los refuerzos provenientes de Siria. Al final los sasánidas dieron por terminadas las negociaciones al ver que no avanzaban ya que la respuesta árabe era ofrecer: conversión, sumisión y 3 días para reflexionar sobre ello. La batalla subsiguiente iba a durar 3/4 días, según la tradición árabe. La narración más típica (4 días) sigue más o menos el patrón siguiente:
Primer día (día de la conmoción). Las fuerzas sasánidas cruzaron el río Atik (contaban con un puente bien protegido) y se desplegaron en 3 divisiones. Cada cuerpo contaba con elefantes y caballería en primera línea mientras la infantería permanecía en segunda línea. Al otro lado del campo de batalla, los árabes también desplegaron en 3 divisiones siendo su formación más habitual la de poner a su numerosa infantería en primera línea y la caballería en segunda. El primer día se centró en un ataque de los elefantes y la caballería savaran sobre la línea árabe. El flanco izquierdo árabe cedió y estuvo cerca de colapsarse. Los árabes reaccionaron mandando caballería a acabar con los grupos de escolta de los elefantes y cortar las cinchas que sujetaban las torres, obligando a los persas a retirar los elefantes. Por su parte los savaran fueron rechazados vertiendo sobre ellos una avalancha de flechas, entre las que destacaban dardos de alta velocidad disparados desde arcos dotadas de unas guías para flechas denominadas majra.
Segundo día (día de los socorros). Buena parte del día se centró en combates entre “campeones” de ambos bandos. El hecho más relevante del día fue la aparición de tropas de refuerzo árabes procedentes del frente sirio que incluían guerreros veteranos en la lucha contra paquidermos, aunque los árabes aprovecharon la ausencia de los elefantes sasánidas en primera línea de batalla para lanzar un ataque con camellos que causaron bastante caos entre la caballería sasánida.
Tercer día. Farrokh-Zad, preocupado por los refuerzos árabes, decidió dar un nuevo asalto frontal en toda la línea. Los elefantes de nuevo crearon confusión en la primera línea árabe, y de acuerdo con el plan sasánida una unidad de savaran aprovechó el hueco para penetrar en dirección al puesto de mando de Waqqas. Si caía el líder musulmán, la batalla probablemente se decantaría del lado sasánida; sin embargo éste estaba bien protegido por una fuerte unidad de caballería que rechazó a los savaran. A su vez entraron en acción los especialistas anti-elefantes, atacando sus ojos y las trompas, consiguiendo que los enloquecidos paquidermos huyeran en dirección al río. Era el momento árabe para contraatacar y barrer a los persas, pero estos consiguieron resistir la embestida.
Ambos bandos estaban exhaustos pero los sasánidas aun tenían que aguantar “la noche de los ruidos” ya que Waqqas ordenó realizar constantes incursiones en el campamento persa.
Cuarto día. Dependiendo de la versión uno u otro bando fueron los primeros en atacar. El caso es que se enzarzaron en una fuerte lucha durante toda la mañana. El punto crítico fue cuando una de las divisiones sasánidas colapsó, abriendo un hueco en el dispositivo persa. Rápidamente, el hueco fue aprovechado para atacar el puesto de mando sasánida y un guerrero árabe mató a Farrokh-Zad. A continuación hubo una dura lucha en torno al estandarte Derafsh Kaviani, defendido a muerte por la guardia de élite sasánida, pero que también fue capturado. El pánico se apoderó de las levas sasánidas que huyeron hacia al río. Algunas unidades de savaran y dailamitas conservaron el suficiente orden como para defender el acceso al puente y permitir una retirada mínimamente ordenada.
La batalla representada en el manuscrito persa Shahnameh (año 1010)
La batalla fue un duro golpe para ambos bandos. Los musulmanes habrían perdido como poco 1/3 de su fuerza, y tuvieron que tomarse un descanso. En cualquier caso el curso de la guerra había girado en su favor. La pérdida sasánida habría sido superior y probablemente las levas fueran casi aniquiladas en su huida hacia el río. No sólo se habían perdido muchas tropas sino que la pérdida de prestigio era igualmente preocupante, al final de la batalla 4.000 sasánidas se habían pasado al enemigo
Ctesifonte y Jalula
Al año siguiente a al-Qadisiyyah (637/638) se reanudó la campaña. Para cuando Waqqas marchó hacia Ctesifonte, Yazdegerd había dedicido abandonarla a su suerte a pesar de sus fuertes defensas y de la falta de experiencia árabe en guerra de asedio. Aun así los habitantes de las ciudades que conformaban el complejo de Ctesifonte estaban dispuestos a resistir.
Waqqas se aproximó a Ctsifonte tras limpiar de fuerzas enemigas la orilla occidental del Tigris. Al haber sido destruido el puente sobre el Tigris, los atacantes tuvieron que construir uno para asaltar la parte oriental del complejo, donde se encontraba la propia Ctesifonte. La población hizo un desesperado intento de defensa en el barrio-ciudad de Veh-Ardashir. Todo fue inutil y los árabes entraron en la capital, apoderándose de un cuantioso botín, numerosos esclavos y muchos de los símbolos y tesoros reales, que Yazdegerd había dejado atras.
Yazdegerd se había retirado a la meseta irania, para reunir fuerzas, aunque el abandono de la capital tuvo un efecto desmoralizante. El ejército sasánida había tomado una posición fuerte en Holwan (Jalula). Durante ocho meses el comandante árabe Hashim ibn Uthba permaneció con sus +/- 12.000 guerreros enfrente de las posiciones sasánidas. La caballería musulmana consiguió por fin atraer a la batalla al comandante sasánida Khurra-Zad (hermano de Farrokh-Zad) y tras un violento combate en la cercana Jalula vencerlo. El ejército sasánida fue masacrado durante la retirada a sus posiciones. Hubo un intento de retener la fortaleza de Holwan pero finalmente fue tomada.
Ruinas (1864) del palacio real de Ctesifonte
La Batalla de Nihavand
Durante un tiempo los árabes se concentraron en la conquista de las provincias costeras como Khuzistan y Persis (Fars), donde encontraron fuerte resistencia; la ciudad de Hormuz no caería hasta el 650/651. Mientras tanto en el norte de Irán, Yazdegerd llevó a cabo un último intento por reunir un ejército de campaña potente. Aunque para entonces no sólo había perdido parte del Imperio sino también la lealtad de alguna de las provincias no ocupadas, parece que la sensación de amenaza y conquista, le permitió reunir un ejército numeroso en el 641 o 642.
Los sasánidas eligieron Nihavand, un punto estratégico cerca del Caúcaso para controlar el Norte y el Este de Irán. El general sasánida Firozaan fortificó su posición y confiaba en atraer a los árabes a un costoso asalto contra ella, donde serían recibidos por numerosas trampas y una lluvia de flechas, para después ser liquidados por los savaran.
Los sasánidas tenían enfrente a un nutrido ejército (reforzado con contigentes de varios ejércitos árabes) al mando de Numan ibn Muqarrin, que no estaba dispuesto a jugar al juego que querían los persas. Tampoco se podía permitir esperar mucho tiempo en la región ya que tenía suministros limitados, asi que se decidió por el engaño. Se hizo correr la voz de que el califa Umar había muerto y el ejército árabe se retiraba precipitadamente. Firozaan cayó en la trampa y salió en persecución de Waqqas. Los musulmanes se dieron media vuelta y en una feroz batalla (supuestamente de 3 días) con fuertes bajas por ambos bandos, incluidas las de ambos comandantes, salieron triunfantes en la “victoria de las victorias”.
La derrota de Nihāvand supuso el fin del ejército imperial sasánida como tal. La resistencia a la invasión árabe continuaría, pero de forma fragmentada y a un nivel local.
Caballería savaran, portando un estandarte con el símbolo del simurgh (fuente: philhendry.me.uk)
El Fin del Imperio
El huidizo Yazdegerd se hizo fuerte en su último bastión personal: la provincia de Khorasan. Contaba con recibir ayuda de los turcos del khanato de Fergana, pero estos rompieron la alianza debido a las presiones árabes. Yazdegerd sería derrotado de nuevo en la batalla del río Oxus (644) y obligado a huir a los confines del Imperio. Umar decidió establecer la frontera noreste del Islam en el propio río Oxus. Ese mismo año sería asesinado por un esclavo persa, tal vez como parte de un complot sasánida; en caso de ser así ya era demasiado tarde para cambiar el curso de la conquista. También es posible que el asesinato fuero fruto de rencillas internas, ya que a muchos no les gustaba el modo en que Umar distribuía las riquezas conquistadas y asignaciones de tributos, en los que se primaba el tiempo que se llevaba luchando por el Islam en vez del antiguo status tribal.
Yazdegerd regresaría a Khorasan en el 651, esperando unirse a alguno de los núcleos de resistencia, pero sería asesinado. La historia de que fue asesinado por un simple molinero que quería robarle sus posesiones parece una invención y lo más probable es que fuera asesinado por el gobernador de Merv tras una disputa.
Yazdegerd sería el último shahanshah de la dinastía sasánida. Su hijo Peroz huyó a la China Tang, acompañado de un grupo de nobles iranios. Allí serían bien recibidos y acabarían integrándose. La resistencia a la conquista todavía seguiría algún tiempo. En el norte de Persia, los gobernantes dailamitas resistirían ferozmente hasta más allá de mediados del siglo VIII.
La conquista de Persia trajo a los dirigentes musulmanes un problema que resolver y era el trato que debían recibir los zoroastristas. Cristianos y judíos merecían cierto respeto y protección por ser “gente del Libro”. En el caso del zoroastrismo, a pesar de muchas dudas, prevalecieron consideraciones prácticas acerca de lo inapropiado (política y económicamente) de eliminar comunidades enteras por resistirse a la conversión y también contaba el hecho de ser una religión también monoteísta; por ello se decidió incluirlos junto a cristianos y judios entre los dhimmis (los protegidos). Aun así muchos zoroastristas huyeron a la India para dar lugar a la actual comunidad parsi.
La última resistencia de importancia a los musulmanes sería la rebelión de Babak Khorramdin en Azerbaiyán (816-837). Babak llegó a controlar buena parte del noroeste de Irán y soñaba con restablecer Persia expulando a los árabes e imponer una religión mezcla de creencias zoroastristas y mazdakitas con algunos toques de islamismo chií.
Guerreros árabes en una miniatura persa (siglo XIV) sobre la batalla de Badr (624).
El Legado Persa
La conquista de Persia permitió a los árabes hacerse con fabulosas riquezas que financiaron sus posteriores campañas, también adoptaron algunas tradiciones militares persas -los caballeros musulmanes (faris) son en buena parte herederos de los savaran-; pero más importante a largo plazo fue el acceso a un rico legado cultural que enriqueció y transformó enormemente el mundo islámico, extendiéndose su legado desde la frontera con China hasta la España musulmana e incluso pasaría la frontera hacia los reinos cristianos.
En el campo de las artes, los árabes se encontraron con técnicas avanzadas de metalurgia y cristalería pero especialmente de su gusto fueron las técnicas decorativas cuyo profuso uso de motivos animales era muy del gusto de los musulmanes. Incluso animales profundamente asociados a la mitología y realeza persa como el simurgh encontraron acomodo dentro de las artes islámicas. También la arquitectura sasánida tendría su notable influencia, y la nueva capital abasí de Bagdag (761) fue reflejo de ello, además de la aceptación por parte del califato de ser el heredero de una tradición árabe y una tradición persa.
Representación moderna del matemático persa al-Juarismi (fuente: educastur.pincast.es)
En el siglo IX se daría un gran impulso a las ciencias y las tecnología, en las que los persas jugarían un papel clave. Habría grandes avances en medicina, química... pero sobre todo en matemáticas. Por orden del califa al-Mamun (813-833) se tradujeron al árabe textos griegos, persas e hindús. La transmisión de conocimientos subsiguiente generó una revolución de la que muchos matemáticos persas iban a ser pieza fundamental. El persa al-Juarismi sería el padre del algebra y también se le considera el introductor de los llamados números arábigos que en realidad procedían de la India. Las traducciones árabes dieron además difusión y nueva vida a muchos de los avances griegos, como es el caso de los teoremas de Arquídemes. Mucho del afán árabe por el conocimiento en su época de esplendor medieval viene de su asimilación de la tradición persa.
Autor: Flavius Stilicho
Fuentes:
CAREY, B.T. Road to Manzikert: Byzantine and Islamic Warfare (527-1071).
FARROKH, K. Shadows in the Desert: Ancient Persia at War.
MORONY, M. Arab conquest of Iran en iranicaonline.org.
WIKIMEDIA COMMONS para las ilustraciones salvo que se indique otra fuente.
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Muy bien, sí señor, me ha gustado mucho
Muy buen artículo Flavius, interesante y muy bien elaborado. Me llaman la atención dos cosas:
La similitud en la situación del imperio persa sasánida con su antecesor y con el imperio otomano; tal parece que la descomposición interna por motivos palaciegos es comun en imperios surgidos del medio oriente.
No sabia que los ejércitos arabes contaban con relativamente poca caballería al inicio de sus campañas, ya que uno tiende a relacionar a los guerreros árabes luchando a caballo, aunque ahora entiendo que ese es fruto de una visión posterior.
Saludos y felicidades
De hecho, en relieves de la última etapa del imperio neoasirio, relacionados con campañas contra Arabia, aparecen jinetes montados en dromedarios, pero nunca en caballos. No se si serían más o menos comunes en ese período ese tipo de jinetes.
En cuanto al tema de los conflictos palaciegos, achacaría más su surgiiento en aquellos modelos de Estado donde, en la teoría y simbología que esgrime la propia monarquía el rey sea el que concentra y ostenta un poder "sin límites". Ya sabemos que jamás en la historia nadie ha tenido un poder sin límites, uno solo no hace nada, pero dentro de ese discurso no deja de ser tentador quitar de en medio a uno para ponerte tu, gobernar vastas tierras y recompensar a aquellos que te han ayudado, más si cabe en una etapa de debilidad que, sea cierto o no, suele asociarse a la debilidad del propio monarca y su gobierno.
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Joer Flavius, otra vez he vuelto a disfrutar con otro de tus trabajos, ¡pues nada,nada!, un sobresaliente, que te lo mereces. Muy interesante me parece la explosión que los árabes tuvieron en las Ciencias en los siglos IX y X., esto me recuerda a la época de Abderramán III hasta Almanzor, donde el saber cultural de la Hispania-musulmana alcanzó grandes cotas, por la protección y potenciación de las Artes y las Ciencias que sus mandatarios árabes volcaron en el saber intelectual.
saludos