La conquista árabe del norte de África
La irrupción del Islam y la expansión árabe fue un acontecimiento tan revolucionario y sorprendente, que transformaría de manera profunda a las civilizaciones situadas en torno al Mediterráneo y en el Cercano Oriente durante el siglo VII y la primera mitad del VIII.
"Estas gentes del Magreb no tienen comienzo y nadie sabe donde acaban; si una de ellas es destruida, muchas otras la reemplazan; ni siquiera las ovejas que pastorean son tan numerosas como ellas mismas”.
(Carta del gobernador de Ifriqiya Hassan ibn al-Nu’man dirigida al Califa de Damasco en torno al año 700).
INICIOS
La irrupción del Islam y la expansión árabe fue un acontecimiento tan revolucionario y sorprendente, que transformaría de manera profunda a las civilizaciones situadas en torno al Mediterráneo y en el Cercano Oriente durante el siglo VII y la primera mitad del VIII. En este breve espacio de tiempo el mapa político cambió de forma intensa y duradera. El Imperio Romano Oriental se vio reducido a poco más de una tercera parte de lo que fue en a inicios del reinado de Heraclio. La Persia Sasánida desapareció, y por occidente los conquistadores islámicos se extendieron desde Egipto hasta Hispania abarcando todo el litoral norteafricano.
Por aquel entonces todas las tierras que se extendían desde el oasis de Siwa en Egipto hasta el litoral Atlántico en el Magreb, y adentrándose en los límites del desierto por el sur, se hallaban habitadas por una enorme amalgama de pueblos, en muchos casos muy poco cristianizados y belicosos, que se dedicaban a una vida relativamente sedentaria que se basaba en el cultivo del cereal y en el pastoreo de ganado ovino o caprino. Más hacia el interior del desierto el nomadismo estaba mucho más extendido. Empleaban una serie de lenguas que podían clasificarse dentro de la rama amazigh o bereber, de la gran familia de lenguas afroasiática. Estos pueblos reciben el nombre genérico de “bereber” (del árabe “barbar” y del latín “barbarus”, aunque cabe mencionar que los romanos también los referían bajo el nombre de “mauras”). Entre las diversas tribus que tuvieron cierto protagonismo en este periodo podemos encontrar a las de: Sanhaya, Zenata, Masmuda, Barghawata, Kutama, Awraba, Houaras, Jarawa, Lawata.
Es difícil llegar a establecer en cada caso su condición de grupo tribal cohesionado de base clánica, o de confederación de tribus, unidas tanto por lazos de parentesco impulsados por la exogamia y por un presunto antepasado común, así como por intereses colectivos de toda la facción, que eran garantizados por un caudillo perteneciente a la tribu con mayor ascendiente sobre las demás. Si hacemos caso a Ibn Khaldun, el mayor estudioso árabe medieval sobre las genealogías de estas poblaciones, todas provenían de un mítico antepasado común llamado Barnos que tuvo diez hijos, los cuales darían nombre y origen a estas tribus de los que los Sanhaya (Magreb central y extremo), Zenata (en los confines de la meseta de la Tripolitana) y Lawata (Tripolitana, Cirenaica y Aurés), ocasionalmente aliadas entre sí, serían las más numerosas.
Un organización social, como vemos, no muy diferente a de los grupos beduinos de Arabia que propiciaron la primera expansión árabe, pero que en el momento de la conquista de África se hallaban en una posición mucho más privilegiada que los bereberes por su cercanía al Profeta, por su conversión primigenia, y por ser los portadores de los linajes de “prestigio”.
Pero estas realidades étnicas habían sufrido un grado de romanización importante en las regiones más septentrionales, principalmente en la provincia de África (actual Túnez), donde al dominio fenicio y cartaginés le había sucedido el romano durante cinco siglos, el vándalo por breve espacio de tiempo, y de nuevo el romano-bizantino. Las altas cotas de civilización alcanzadas en esta región, sumadas a la práctica de una avanzada agricultura intensiva, lo convertían en un territorio sumamente rico, muy diferente a las regiones meridionales, como comprobaremos en los tributos que obtuvieron los árabes a lo largo de sus conquistas de unas poblaciones u otras.
Tras la caída del reino vándalo, la provincia de África había pasado a manos bizantinas, estableciéndose allí el “Exarcado de África” con capitalidad en Cartago. Éste comprendió las provincias de: África, Bizacena, Mauretania Caesariensis, Mauretania Tingitana, Numidia, Cerdeña y Tripolitana. Tras las reformas de Mauricio en el 584, la autoridad la ostentaba un Exarca, con autoridad civil y militar, lo que lo convertía en un puesto realmente ambicionado que en muchos casos era copado por miembros de la familia real. El Exarcado tuvo que lidiar desde el siglo VI con las tribus bereberes locales, algunas de las cuales se mantenían hostiles y en pie de guerra contra el dominio romano, como algunas tribus del Aurés o de Masuna, si bien los bizantinos contaron con el inestimable apoyo de algunas poderosas confederaciones tribales como las de los Sanhaya y Zenata.
Desastres militares, revueltas generalizadas o evacuación de territorios previamente ocupados, marcan los sucesivos episodios de una trabajada conquista árabe del Magreb, que se extendió desde mediados del siglo VII hasta inicios del VIII.
La expansión del Islam durante los primeros Califas. Se puede observar cómo los bizantinos en 632 aún controlaban
partes importantes del viejo imperio romano occidental en Italia y África tras las campañas de Justiniano.
Primera expansión (639-649):
Durante el califato de Omar, suegro de Mahoma, considerado por algunos como el auténtico forjador del estado islámico, los árabes atraviesan sus fronteras naturales y se lanzan a la conquista del mundo. La invasión de Egipto comenzó en 639 cuando Amr ibn al-As, un ya veterano general contemporáneo de Mahoma, del mismo clan de los quraysies, cruza el Sinaí con cerca de 4.000 hombres. La primera ciudad bizantina en caer será Pelusium. En la ofensiva los bizantinos se ven obligados a replegarse a sus principales fortalezas, como Qasr el Shamee (Fortaleza de Babilonia), situada cerca de Menfis (entonces apenas un villorrio rodeado de grandes ruinas), y que resistiría más de un año. En el 640 Amr estableció un campamento fortificado llamado Msr al-Fustat (“Ciudad de las Tiendas”) muy cerca de la futura El Cairo, que sería el punto de partida de futuras operaciones en el país. Sería la primera capital del Egipto árabe. La contraofensiva bizantina fue rechazada en la batalla de Heliópolis (640), en una impresionante victoria donde Amr demostró su astucia y su genio táctico. La derrota bizantina fue tan significativa que Alejandría capitularía frente a los árabes el 8 de noviembre de 641 (Gibbon, cap. 51). Desde la batalla de Heliópolis y la caída de Alejandría, y con el apoyo de los sectores monofisitas egipcios opuestos a la ortodoxia de Constantinopla, el dominio árabe de Egipto se consolidaría de manera imparable. Pero no se eliminaría la amenaza bizantina hasta que estos, tras desembarcar cerca de Alejandría y tomar la ciudad, en un intento de Constantino II de recuperar el territorio perdido, fueron derrotados por Amr en la batalla de Nikiou en 646. Desde entonces los bizantinos no volverían a intentar una invasión de tal envergadura hasta cinco siglos después.
Fortaleza de Babilonia (Egipto), lugar al que se replegaron los bizantinos ante la invasión árabe de 639.
El nuevo Egipto islámico se convirtió en un campo de partida fundamental para las futuras expediciones hacia el norte de África. Éstas no tardarían en llegar, acaudilladas por el propio Amr y su sobrino: Uqba ibn Nafi al-Fihri (bisabuelo de Yusuf al-Fihri que sería emir de Córdoba). Así, dos años después de la caída de Alejandría, los árabes se apoderan de todo el norte líbico: la Cirenaica, cayendo las ciudades bizantinas de Cirene y de Barca (Barqah) en 643. Las tribus bereberes de la región: los Lawata, capitulan y se ven obligados a pagar un tributo de 13.000 dinares y multitud de esclavos. La Tripolitana también será acechada por las tropas de Amr, cayendo su capital Trípoli por asalto ese mismo año. Antes de regresar a Egipto, Amr establece una pequeña guarnición árabe en Waddan, que se convertirá en el yund de Libia. Pero antes realiza una incursión por el poderoso reino de Fezzan, en el Sahara, sometiendo a los Garamantes, que pertenecían al gran grupo tribal de los Zenata, e imponiéndoles un tributo de 360 esclavos al año. Las conquistas africanas durante el califato de Omar finalizarán aquí, mostrando cierto desinterés para lanzarse hacia el Magreb, al que consideraba tierra mufarriqa (pérfida).
(izquierda) Pastor Tuareg, a los que se cree descendientes de los Garamantes de Fezzan, vinculados a los Zenata, un gran grupo tribal bereber. Fueron derrotados por los árabes durantes sus incursiones por el Sahara tras someter a Egipto. Férreros enemigos de los musulmanes, finalmente acabarían convirtiéndose al islam y engrosando sus ejércitos.
Las conquistas prosiguieron durante el gobierno del califa omeya ‘Utmán ibn ‘Affan, que destituyó a Amr en Egipto, que ya había lanzado alguna otra incursión por la Tripolitana occidental, y promocionó nuevas exploraciones bajo hombres de su confianza. Un ejército de 20.000 árabes, al mando de su quinto hermano Abd Allah ibn al-Sa’ad, el nuevo gobernador de Egipto, partió a la conquista del corazón del Exarcado de África. El Exarca bizantino Patricio Gregorio había perdido todo tipo de conexión terrestre con el resto del Imperio, y la conexión marítima sufría de graves carencias.
Ante tal situación, sumada a las controversias religiosas, se declaró independiente de Constantinopla adoptando el título de “Emperador de África” y trasladando su sede de Cartago a Sufetula (actual Sbeitla, en el centro de Túnez), tratando de hacer frente a los árabes con sus propias fuerzas, que sumaban ingentes cantidades de aliados beréberes. Las razones para el traslado no están claras, pero además de haberse argüido una posible presencia de facciones bizantinas rivales a Gregorio, parece que como apunta Gibbon, por entonces la ciudad se hallaba repleta de refugiados egipcios y sirios que huían del avance árabe, particularmente melquitas opuestos a los monofisitas, creando una auténtica bomba de relojería en la ciudad.
Tras apoderarse de lo que quedaba de la Tripolitana, las tropas árabes de Abd Allah comenzaron las incursiones hacia la provincia de África, en la actual Túnez. En la batalla de Sufetula (647) se enfrentaron a las fuerzas de Gregorio. Éste probablemente contaría con algunas pocas tropas bizantinas que habían permanecido fieles (recordemos que las themata aún no habían sido creadas), y algunas levas locales, pero sus fuerzas se nutrían principalmente de una gran cantidad de guerreros de las tribus bereberes aliadas. Aun así las fuerzas árabes, ligadas por nexos tribales e impulsadas por una fe inspiradora, venían de una imparable conquista y estaban tremendamente experimentadas y curtidas. La lucha duró varios días pero la victoria cayó del lado musulmán y Gregorio resultó muerto por un engaño, siendo asesinado a los pies de las murallas de la ciudad. Tras la victoria, Sufetula fue saqueada y abandonada. Los bizantinos, sin capacidad de maniobra, se replegaron a las plazas costeras fortificadas.
Ruinas de Sufetula (Túnez), ciudad romana en la que los bizantinos sufrieron una dura derrota ante los árabes en 647.
Con ello el nexo que unía al antiguo Exarcado se vino abajo. La campaña de Abd Allah continuó durante algunos meses más, y las ciudades y líderes locales fueron capitulando uno tras otro, si bien Cartago resistió. Los bizantinos pactaron el pago de un tributo impresionante de 2,5 millones de dinares y Abad Allah, satisfecho, regresó en el 649 a Egipto cargado del inmenso botín de su campaña. Los bizantinos aprovecharon la ocasión y se apoderaron de nuevo de la provincia de África, reestableciendo la capitalidad en Cartago y colocando al frente del Exarcado a un oscuro personaje llamado Gennadius, que mantuvo una extraña dualidad clientelar al convertirse en tributario tanto de Constantinopla, a la que pertenecía nominalmente, como del Califato, del que se consideraba una especie de territorio vasallo. La explotación fiscal a la que tuvo que ser sometida la población africana para hacer frente a tales tributos no provocaría más que tensiones y malestar, lo que sería un importante caldo de cultivo para las futuras conversiones en masa al Islam y de apoyo a los nuevos conquistadores. Todo intento de unir con éxito a las tribus bereberes bajo los estandartes cristianos contra los árabes murió con Gregorio. Desde entonces los árabes tendrían la iniciativa, se irían atrayendo a las tribus locales, y sólo algunos líderes bereberes mantendrían el liderazgo de la oposición local con mayor o menor éxito. A partir de los próximos años la presencia bizantina en África comienza a diluirse.
Segunda expansión (665-675):
Durante más de diez años se origina un relativo parón expansivo propiciado por las querellas religiosas y las guerras civiles internas en el seno del Califato Ortodoxo, acaudilladas por los omeyas y partidarios del difunto Utmán por un lado, y por los partidarios de Alí, yerno de Mahoma, por el otro. Con la victoria definitiva de los omeyas y el ascenso a poder de Muawiya I se traslada la capitalidad a Damasco, desde donde se comenzarán a establecer los mecanismos políticos y jurídicos que estructurarán el nuevo Imperio Omeya, que continuaría su expansión a oriente y occidente.
Con el ascenso al poder de este Califa, se reanudan los proyectos para establecerse en el Magreb, que ahora, con el dominio árabe sobre Chipre y Rodas, podía ser apoyado de manera efectiva por mar, pero los primeros intentos se estrellaron una férrea oposición local. En el 665 los árabes toman la ciudad costera de Sus o Susa (probablemente la actual Sousse, metrópoli romana de Túnez, antigua Hadrumetum), estableciendo una buena base de desembarco cercana a Cartago. El mar Mediterráneo comienza a ser dominado por las flotas árabes. En 670 Uqba ibn Nafi al-Fihri, al que ya veíamos en las expediciones con su tío Amr, es nombrado gobernador de Ifriqiya, cuyas fronteras aún estaban poco delimitadas. En Damasco se reúne un ejército de 10.000 árabes y un número indeterminado de aliados, que encabezado por el mismo general Uqba, se pone en marcha rumbo al Exarcado de África por vía terrestre (probablemente con idea de aumentar sus fuerzas por el camino), cruzando Egipto y los áridos desiertos africanos, donde irá estableciendo puestos militares a intervalos regulares. Efectivamente, en el trayecto, a sus tropas se sumarán importantes contingentes de bereberes, principalmente de la Cirenaica, tal vez algunos ya tibiamente islamizados. Serán los primeros bereberes mawali (mawla en singular): conversos dependientes (sana’i’) o esclavos nacidos de tribus locales (mamalik), que quedan ligados a sus amos o “protectores” por el lazo del wala, y que al ser considerados como musulmanes de segunda categoría pasarán a engrosar masivamente los ejércitos del Califato, consiguiendo así una ansiada inscripción en el registro del ejército (diwan), que los liberaba de importantes cargas fiscales y con toda seguridad les aseguraba su manutención. Con esa importante fuerza en el 670 llega probablemente a la base de Sousse y captura el resto de la provincia de Bizacena (actual Sahel, Túnez).
La llegada de este importante contingente coincide con el desvío de fuerzas bizantinas hacia Constantinopla para proteger la capital del Imperio ante el envite árabe que los atenazaba en ambos frentes. Ese mismo año de 670 Uqba ibn Nafí funda Qayrawan (“Campamento”), a unos 160 kilómetros al sur de Cartago, en un lugar donde la leyenda cuenta que un soldado encontró enterrada en la arena una copa de oro desparecida de La Meca años antes, de donde brotaban unas aguas que procedían de la misma fuente sagrada mecana de Zamzam el Bueno. Esta fantasiosa leyenda nos induce a pensar pues que el lugar poseía algún río subterráneo que lo convertía en idóneo para establecer un campamento militar. Y la nueva ciudad-campamento creció con rapidez, en lo que se pretendía que fuera una base militar para futuras expediciones como lo fue al-Fustat en Egipto. Al igual que su predecesora egipcia, este asentamiento se convertirá en la capital de lo que sería la provincia árabe de Ifriqiya (África), que se extendería más allá de lo que fue el Exarcado bizantino, desde las fronteras con Egipto, a través de todo el litoral Mediterráneo, hasta las tierras del Magreb occidental aún no conquistadas, y adentrándose en el Sahara por el interior (esta frontera nunca estuvo muy definida y osciló según la conquista avanzaba hacia el interior del continente). Pero las incursiones al Magreb occidental, esto es, a las provincias de Mauretania Tingitana, Mauretania Caesarensis y Numidia, tampoco tardarían en llegar.
(izquierda) Guerrero bereber del Magreb en el s. XIX. Estos duros guerreros africanos opusieron una tenaz resistencia a los árabes. Poco a poco terminaron por formar el grueso de las fuerzas islámicas que someterían al resto de tribus magrebíes y que más tarde invadirían Hispania. A pesar de su conversión al islam las hostilidades con los árabes no desaparecieron y fueron producto de no pocas guerras internas.
Desde la fundación de Qayrawan hasta finales de siglo se impulsará de manera rápida y eficaz la conquista e islamización del África bizantina y de los territorios que escapaban a su control. Uqba actuaría con mucha brutalidad en su empeño, a pesar de ser un hombre santo para el Islam. De él las fuentes narran que era despiadado con las poblaciones locales, mencionando hechos como mutilaciones, sometiendo a muchos a la esclavitud, o imponiéndoles la carga de onerosos impuestos aprovechando su condición de enemigos de la Fe. Detrás de ello todo parece indicar que su estrategia para mantener pacificados a los bereberes fue iniciar una campaña de terror que a su vez le permitía enriquecer las arcas con las que mantener constantemente en campaña un nutrido ejército. Pero la estrategia no le pudo resultar peor.
Fue éste un periodo largo en el que se desarrolla una lucha feroz por el control del territorio, disputado por un lado por los árabes, por el otro por los bizantinos en ocasiones con el apoyo visigodo (especialmente en las provincias occidentales o en las islas), y en último lugar por confederaciones tribales locales que irán surgiendo para zafarse del yugo al que los mantenían sometidos tanto unos como otros, y en el que sobresaldrá un personaje de nombre Kusayla. Estos pueblos locales se adscribirán a unas facciones u otras atendiendo tanto a sus lazos tribales como a los beneficios que obtendrán de manos de sus patrones, no siendo extraño el cambio de bando, sin embargo terminarán por islamizarse con facilidad, tanto las tribus cristianas como las paganas, pasando a engrosar masivamente las fuerzas árabes. Aunque hay que destacar que a menudo su conversión fue en la variante jariyí o se adscribieron a otras herejías, debido una precaria islamización de estas gentes que tardaría algún tiempo en llegar. Ello daría lugar a nuevas revueltas en un futuro, pero por entonces muchos de los indígenas, ya como mawali o clientes de los omeyas, se convertirían en colaboradores eficaces para someter su propio territorio contra tribus rivales y en una excepcional fuerza combativa para próximas conquistas, especialmente la de la Hispania visigoda entre 711 y 714.
El protagonismo bereber: De Kusayla a Kahina (675-703):
En el 678 los árabes se estrellan contra las murallas de Constantinopla, estableciéndose el Taurus durante muchas décadas como una frontera natural entre ambos mundos. La expansión árabe por la parte oriental finalizaría aquí durante muchos siglos, sin embargo no pasó lo mismo en occidente, desviándose numerosas fuerzas hacia allí tras la conclusión de la guerra civil.
En el 675 Uqba ibn Nafí es sustituido por Dinar ibn Abu al-Muhajir como gobernador de Ifriqiya. Éste era originalmente un esclavo manumitido de Maslama ibn Mukhallad, un poderoso miembro de los Ansar al que el Califa había concedido el emirato de Egipto e Ifriqiya. Pero ante tan extensos territorios Maslama consideró adecuado enviar a su hombre de confianza para ocuparse de la gobernación de las nuevas tierras conquistadas al poniente. No sabemos mucho acerca de este primer gobernador mawla, y las fuentes se presentan contradictorias. Al parecer pudo abandonar Qayrawan por desconocidas razones, tal vez destruida por el enemigo, fundando una nueva base poco más al sur, llamada Tikayrawan. Sobre sus logros las fuentes se presentan contradictorias, por ejemplo unas le adjudican la conquista de Tremecén, mientras que otras afirman que no pasó de Mila, al este de la actual Argelia. Sin embargo su mayor logro fue el atraerse a su causa a los Awraba, viejos enemigos de los árabes, que eran liderados por un hombre llamado Kusayla, para utilizarlos contra los bizantinos.
Kusayla era un caudillo bereber que pertenecía a la tribu Awraba, y lideraba la poderosa confederación de los Sanhaya, uno de los máximos puntales de apoyo que habían tenido los bizantinos en la región. Ibn Khaldun lo sitúa como oriundo de Tremecén, mientras que otras fuentes más cercanas mencionan que procedía del Aurés. De todos modos parece que las hábiles dotes diplomáticas del emir al-Muhajir lo convencieron para convertirse al Islam y unirse a su bando tras una reunión celebrada en su campamento. Algunos historiadores han señalado que la misma condición de converso del emir y los beneficios que de ello obtendría convenció a Kusayla de la idoneidad de adoptar la nueva religión. El emir le prometió a los conversos de su pueblo plena igualdad fiscal con los árabes, que probablemente se sumaría al derecho de una buena parte del botín que obtuvieron en las campañas ulteriores junto a los árabes, que además como garante de su reparto no hizo sino aumentar la autoridad de Kusayla como caudillo de los Sanhaya. Pero aunque parece que la islamización de los Sanhaya se produjo con relativa rapidez, un giro de los acontecimientos vino a trastocar totalmente los intereses árabes.
Poblado bereber en el valle de Ourika, en el Alto Atlas marroquí. Estos pequeños poblados situados en laderas o lugares abruptos proporcionaban unas magníficas defensas naturales y aunque no posean la belleza y magnificencia de un Ksar se acercan probablemente más a las típicos asentamientos bereberes del siglo VII.
La subida al poder de un nuevo Califa en Damasco en la persona de Yazid I trae como consecuencia la caída en desgracia de Maslama y de su protegido al-Muhajir, restaurándose de nuevo en el puesto de emir de Ifriqiya a la persona de Uqba ibn Nafí. El ya viejo héroe, precedido de su fama de hombre astuto, brutal e implacable, ocupa nuevamente su cargo en 682. Al-Muhajir es encadenado y obligado a acompañar en sus campañas a su nuevo amo. Qayrawan es reestablecida como capital y en ella se acuartelan 6.000 árabes fieles a Uqba. Entre el 682 y el 683 se pone en pie lo que ha sido conocida como “La Gran Marcha de Uqba”, que fue una gran campaña para someter las provincias occidentales del Exarcado y recalar en el Atlántico. El emir contó para ella con unos 15.000 árabes y unos 5.000 aliados bereberes, tal vez al mando del propio Kusayla. Una coalición bizantino-bereber es aplastada y varias tribus de la Mauritania son sometidas a tributo y obligadas a aceptar la nueva religión. Tremecén también cae y su campiña es arrasada. Los relatos sobre esta campaña contienen anécdotas algo fantasiosas que pasaremos por alto, pero el hecho trascendental es que en Tremecén, Kusayla es humillado por Uqba y terminan enemistados.
En el trasfondo de este acontecimiento todo parece indicar que los bereberes de Kusayla vieron incumplidas todas las promesas hechas por el anterior emir y se sintieron maltratados por Uqba. Kusayla se rebelará retirándose al Aurés para organizar sus fuerzas contando con el apoyo bizantino, que por entonces se reducía a unas pocas plazas fuetes pero entre las que se encontraba aún la metrópoli de Cartago. Mientras, Uqba, sin darle mayor importancia a la defección de sus aliados Awraba, continuará con su campaña por el poniente aplastando a la confederación Masmuda, Tomando Bugia y estrellándose probablemente contra Tánger (según L. García de Valdeavellano). A su llegada al Atlántico, es cuando avanzando a caballo sobre las olas, Ibn Idhari le atribuye la famosa frase: “¡Oh Dios, si el mar no me lo hubiera impedido, me tendrías galopando para siempre como Alejandro Magno, en defensa de su fe y en lucha contra todos los infieles!”. Esta frase, fuera ficticia o no, refleja claramente como de pronto los árabes son conscientes de la inmensidad de las tierras occidentales y de su capacidad para someter a los reinos germánicos cristianos, de los cuales los visigodos serían su primera víctima.
Pero la expedición de Uqba terminaría en el Océano y sus conquistas por el Magreb no serían duraderas. Ibn Idhari nos narra que en 683, regresando las fuerzas del emir de su incursión por la Mauritania Tingitana, son emboscadas por tropas bereberes al mando de Kusayla, que recordemos había abandonada la campaña al sentirse humillado. Fue la conocida como batalla Tahudha (cerca de Biskra, en la región del Aurés), y tanto el emir como al-Muhajir, que lo acompañaba encadenado, resultan muertos. Uqba será santificado y su tumba en Biskra será el primer monumento musulmán del Magreb. Inmediatamente Kusayla enciende la llama de la rebelión bereber contra la conquista árabe, captando innumerables adeptos descontentos por la brutalidad y rapiña al que los tenía sometidos el último gobernador. Sin embargo resulta curioso que este fenómeno de resistencia antiárabe no irá asociado al fenómeno religioso, ya que el Islam continuará captando adeptos indígenas de forma imparable. Sin embargo el éxito del ataque de Kusayla obliga a los árabes, ahora al mando de Zuhayr ibn Qays, que según Gibbon fue a su vez derrotado por un numeroso contingente bizantino enviado como refuerzo a Cartago, a evacuar Qayrawan y retirarse a Egipto. El caudillo bereber toma la ciudad y se presenta a sí mismo como el legítimo gobernador musulmán, lo que debió causar desazón en los bizantinos, que vieron su oportunidad perdida. El golpe debió de ser implacable, ya que los árabes no organizaron otra expedición de envergadura hasta prácticamente siete años después. Constantinopla, tras unos años de zozobra, pudo enviar nuevos refuerzos para reforzar las ciudades costeras, mientras que Kusayla quedó a la sazón como rey independiente de la mayor parte del territorio.
Cabe señalar sin embargo que algunos estudios recientes como los de Yves Moderán dudan de la verosimilitud de la versión de ibn Idhari y del relato de la conversión de Kusayla, así como de la propia relación con el gobernador árabe, y lo presentan simplemente como un cristiano bereber aliado de los bizantinos que cobró gran poder al derrotar a Uqba en Tahudha.
(derecha) Músicos, guerreros y portaestandartes de un ejército islámico
(miniatura del "Maqamat" de Al-Hariri, s.XIII)
Sea como fuere, la respuesta árabe llega en 688, ya durante el califato de Abd al-Malik, cuando Zuhair ibn Kays, en nuevo gobernador omeya, desembarca en Ifriqiya con un nuevo contingente de árabes y de aliados Zenata procedentes de Cirenaica. Pero no se dará un enfrentamiento abierto a gran escala hasta 690, cuando en la batalla de Mamma (Mems) la coalición bizantino-bereber es derrotada y Kusayla resulta muerto. La autoridad árabe se reestablece en Ifriqiya. Sin embargo la antorcha de la resistencia bereber no será aniquilada y el testigo será retomado por un personaje que navega entre la leyenda y la realidad: al-Kahina, “La Hechicera”, a la que rodeará un aura mística y se convertirá en icono de la resistencia indígena.
En el 691 los bizantinos, desde Constantinopla, retoman la iniciativa y envían una flota que termina reconquistando Barca. Zuhayr contraatacó para tratar de recuperarla pero falleció en el intento. La ciudad debió permanecer varios meses en manos bizantinas, coincidiendo con los problemas de Abd al-Malik para enviar nuevos ejércitos.
Entre el 692 y 693 Hassan ibn al-Nu’man es envestido como nuevo gobernador de Ifriqiya por el califa omeya. Este gobernador, dejando a un lado los viejos conflictos con las tribus locales, decide que hay que eliminar definitivamente la presencia bizantina en la región, que era la mano negra que estaba detrás de muchas de las rebeliones. Su primera medida es reclutar un gran ejército para someter definitivamente el emirato a la autoridad omeya, utilizando para ello todos los ingresos de los que pudo disponer. Con un impresionante ejército de 40.000 hombres parte desde Egipto decidido a someter a Cartago, la todopoderosa capital bizantina de África, que hasta el momento había permanecido indemne tras la seguridad de sus poderosas murallas y de la red de fortalezas que la protegían. Hacia el 695 Al-Nu’man lanza un arrollador ataque por todos los frentes: captura las fortalezas una a una y destruye el puerto de Cartago. Sin esperanza de obtener refuerzos ni por tierra ni por mar, finalmente la ciudad es capturada y la media luna se alza en la vieja Cartago, escapando muchos de sus habitantes a la Sicilia bizantina o a la Hispania visigoda. Sin embargo la presencia bizantina en Sicilia era un peligro constante para la estabilidad de la zona.
Tanto que en 697 o 698 los bizantinos, desde la isla, envían una poderosa flota al mando del los famosos almirantes Juan Patricio y el “droungarios” Aspimarus (próximo emperador Tiberio III), reforzada además con contingentes visigodos (según Gibbon). El ejército desembarca y recupera Cartago, obligando a los árabes a replegarse hacia el sur. Pero sorprendentemente son derrotados por los árabes y se ven detenidos sin poder proseguir su campaña hacia el interior. Las esperanzas de recuperar el territorio se desvanecen, retirándose la flota a Creta la primavera siguiente, donde sucederán unos hechos trascendentales para el Imperio con la rebelión de Aspimarus.
Pero el respiro bizantino en África vino gracias a los ataques contra los árabes de Dihya al-Kahina, reina de los Jarawa o Dejrawa, un pueblo bereber de las montañas Awras o Aurés. No esta del todo claro si los Jarawa profesaban la fe judía o la cristiana, si bien ibn Khaldun incidía en lo primero, los estudios más recientes como los de Yves Moderán u otros medievalístas musulmanes desechan la idea del supuesto judaísmo de esta tribu, que probablemente se remontaba a tiempos anteriores a la llegada de los romanos, destacando más la probabilidad de su confesión cristiana. De todos modos el hecho es que Kahina reunirá en su entorno a todas las tribus locales que deseaban expulsar a los árabes, fuera cual fuera su religión, siendo la de los Zenata, confederación a la que pertenecían los Jarawa, uno de sus mayores apoyos. Las fuentes árabes le adjudicaron características difíciles de corroborar, como que poseía un largísimo cabello o que poseía el don para prever el futuro (hay quién tras esto ha indicado que podría tratarse de una auténtica adivinadora, cosa que entre los bereberes estaba vedado a los hombres). También se le atribuye la mítica hazaña de, durante su juventud, haber logrado liberar a su pueblo de un tirano al aceptar contraer matrimonio con él y darle muerte en la noche de bodas. Pero es tradicional en las fuentes árabes introducir todo tipo de pasajes e historias ficticias para enriquecer la biografía desconocida de un personaje o para darle mayor interés.
Pero el hecho que más sorprende en su vida personal es la de sus hijos. Kahina poseía tres hijos, uno había sido concebido de un padre griego cristiano, el segundo era hijo de un padre bereber, y el tercero era un árabe que tras ser capturado lo había adoptado como hijo. Sea como fuere, en la batalla de “Wadi Miskiana” o “Río del Desastre” (actual Oum el Bouaghi, Argelia), datada aproximadamente entre 696 o 698 (no se conoce con precisión), el poderoso ejército de Kahina, que contaba probablemente con tropas del interior montadas en dromedarios, destruye a las fuerzas árabes de Hassan ibn al-Nu’man, obligando de nuevo a un gobernador árabe a abandonar el territorio para replegarse a Cirenaica donde recomponer sus fuerzas, cosa que le llevará varios años (dejando en ese lapso de tiempo a Abu Salih a cargo del territorio perdido). Pero Kahina sabía que no tardarían en regresar, como había ocurrido una y otra vez en los últimos 50 años, por lo que inicia una estrategia de tierra quemada destruyendo todos los cultivos que pudieran servir de sustento a los árabes. Sin embargo ello le granjearía la enemistad de las tribus bereberes sedentarias que pagaban tributo a los árabes y que habían preferido mantenerse al margen de su rebelión. Estas tribus serían de nuevo una gran base de reclutamiento para engrosar los ejércitos árabes.
Es probablemente en este periodo cuando el gobernador escribe una carta al Califa con aquellas reveladoras palabras que citábamos al inicio de este artículo. Ello es muestra de los quebraderos de cabeza que les dieron los nativos, que parecían surgir por doquier inflingiendo a los ejércitos árabes unas derrotas a las que estaban aún poco acostumbrados. Así las cosas, no resulta difícil comprender el cansancio que entre soldados y generales provocaban las largas y agotadoras campañas contra un enemigo escurridizo que dominaba como nadie la complicada orografía del territorio, y cuyas innumerables tribus y subtribus parecían no acabarse nunca.
El califa Abd al-Malik debía estar realmente furioso por tan interminable guerra y decide que es hora de dar el golpe de gracia. Levanta otro masivo ejército reforzado con multitudes de bereberes, siendo los árabes una minoría pero directora. Ese ejército, de nuevo al mando de Hassan ibn al-Nu’man, avanza por la ruta que ya abrieron sus predecesores y reconquista Cartago, que probablemente aún contaba con una potente guarnición reforzada con tropas visigodas enviadas por Égica para ayudar a sus aliados bizantinos y evitar que los árabes prosiguieran las conquistas hasta sus dominios. Pero no fue suficiente. En 699 la ciudad cae y los bizantinos son expulsados de ella, ya para siempre. Incluso un año después, la isla de Pantelaria, muy cerca de Sicilia, es conquistada por los árabes. Desde entonces los acuerdos comerciales se impondrán y no se registrarán nuevos enfrentamientos de calado para recuperar Cartago, ya que el nuevo emperador al parecer renunció a ella. La pérdida del continente Africano era un enorme golpe al Imperio Bizantino, porque tanto Cartago como Egipto, las fuentes principales de mano de obra y grano para Constantinopla, habían sido pérdidas definitivamente, y su antigua hegemonía en el Mediterráneo occidental estaba condenada a desaparecer.
Victoria bizantina de León Focas sobre los árabes en el siglo X ("Crónica bizantina" de Ioannes Scylitza, s.XI). Se observa cómo la caballería pesada podía tener un efecto arrollador sobre tropas de infantería no entrenadas.
Tres años después de la toma de Cartago, en el 702, la ciudad será destruida hasta los cimientos, como lo fue al final de las Guerras Púnicas, tratando de eliminar el recuerdo romano de golpe y porrazo, y con el fin de evitar nuevas expediciones marítimas de los bizantinos que trataran de recuperar su “joya africana”. Se establece un nuevo asentamiento en su periferia, la moderna Túnez, que pronto se convertiría en la segunda ciudad más grande del norte de África tras Qayrawan. La nueva metrópoli, con un poderoso puerto, pasará a ser la base fundamental para futuras expediciones navales por todo el Mediterráneo occidental.
Pero los éxitos de Hassan ibn al-Nu’man no terminarían con la conquista de Cartago y la expulsión de los bizantinos. A él se le considera uno de los principales pacificadores del norte de África, si no de manera definitiva, sí al menos poniendo las bases de la sumisión definitiva de los pueblos bereberes, y potenciando su islamización y su enrolamiento como mawali en el ejército. En torno al año 701, tal vez antes (no se conoce la fecha exacta), con su ejército reforzado, las tropas de Hassan ibn al-Nu’man aplastan al ejército bereber de Kahina, y la reina resulta muerta en la batalla combatiendo espada en mano (otra versión sugiere que se envenenó antes de ser capturada). No esta claro el punto donde se desarrolló la contienda, aunque los estudios de Mohammed Talbi sugerían algún lugar entre Sétif y Tobna, en la actual Argelia. Tras la batalla, las tropas derrotadas, en número de unos 12.000, principalmente Zenata, y al mando de uno de los hijos de Kahina, se convierten al Islam y pasan a engrosar las fuerzas árabes en virtud de un acuerdo alcanzado con el emir para poner fin a la sempiterna guerra.
Pero las fuentes árabes, que no son un ejemplo de rigurosidad histórica, nos ofrecen una versión más legendaria sobre el final de al-Kahina. Nos mencionan un relato que, a pesar de su poca validez como fuente fidedigna, nos proporciona una visión simbólica fundamental para comprender este proceso paulatino de enfrentamiento e islamización de las poblaciones norteafricanas. Este relato hace hincapié en los tres hijos de la reina que mencionábamos antes, cada uno de una de las diferentes facciones que llevaban medio siglo enfrentándose en aquellas tierras. El tercero de los hijos, el prisionero árabe, fue adoptado mediante un misterioso ritual en el que Kahina lo amamantó de su propio pecho de forma simulada. Así, la reina, convertida en madre de una prole medio bizantina, bereber y ahora también árabe, logró adivinar lo que el futuro le deparaba a ella y a los suyos. Era un mal augurio: los suyos serían derrotados por el recompuesto ejército del gobernador Hassan, ella moriría en combate y los árabes impondrían su dominio sobre todo el norte de África. Este augurio la condujo a enviar a su hijo árabe como emisario ante el gobernador para solicitarle la paz a condición de que cuidara de su estirpe. Pero la profecía se cumpliría: Hassan ibn al Nu’man atacó, derrotó y dio muerte a la reina, pero también respetó su último deseo aceptando a los tres hijos bajo su protección. A uno de ellos le concedería el mando de las numerosas tropas nativas alistadas en el ejército árabe y que ahora combatirían bajo la bandera del Islam. Esta leyenda cierra uno de los episodios más importantes de la conquista del Norte de África, si bien no terminaría aquí.
Tras las victorias de Hassan sobre los bereberes, las provincias de África, Bizacena, Numidia y Mauritania Caesarensis (actuales Túnez y Argelia), pasan a formar parte definitivamente del Imperio Omeya, estableciéndose su administración de manera duradera y eficaz. Se pone fin a más de 600 años de dominio romano en la región. Los bereberes no sólo se islamizarán, sino que irán arabizándose con rapidez, adoptando la nueva lengua y muchas de sus características (el mismo Corán, que fue prohibido de traducir a la lengua bereber, influiría en ello), pasando a ser todos mawali o clientes de las tribus árabes, de las que adoptaron en muchos casos incluso sus nombres y que en el futuro utilizarán para tratar de mostrar una genealogía de raigambre. El amazigh y las viejas tradiciones sólo sobrevivirían en las regiones más aisladas y que menos contacto sufrieron con los árabes, como las islas Canarias o algunas regiones del Atlas o del Sahara. Aun así, como corrobora la toponimia o las influencias del bereber en las lenguas romance de Hispania, parece que muchos bereberes, incluso los que conquistaron y se establecieron en la península, continuarían empleando su lengua entre ellos de manera habitual hasta prácticamente un siglo después.
Expansión de los ejércitos islámicos durante el Califato Omeya, momento de mayor poderío bajo una autoridad unificada. Sin embargo en el siglo VIII serían frenados en Poitiers, en el norte de Hispania y en Constantinopla, poniendo fin a sus conquistas por Europa. Los distintos reinos cristianos acabarían por unirse para frenar su amenaza, aunque la nula colaboración entre bizantinos y cristianos occidentales evitó que los territorios africanos y sirio-palestinos pudieran recuperarse. Comenzaba la edad dorada del islam.
Fin de la conquista (704-710):
En 704 el nuevo gobernador Musa ibn Nusayr (conocido en castellano como Muza) somete los últimos bastiones bereberes en Ifriqiya, enclavados en las montañas de Jabal Zaghwan. Sus conquistas proseguirán hacia el Magreb occidental, donde amplios territorios aún permanecían en poder de visigodos, bizantinos o tribus locales. Estos irán claudicando ante el propio Musa en las campañas lanzadas entre el 705 y 709, durante el califato de Walid I. En 707 Tanger es sometida, y Ceuta, en manos de un oscuro personaje de nombre Julián, se convierte en tributaria del califato. Los Masmuda de la región son derrotados en la batalla de Wadi Dara’a y tras ellos prácticamente toda la Mauretania Tingitana (actual Marruecos), es incorporada a Ifriqiya. Los Masmuda son enrolados en el ejército árabe como raha'in (rehenes). Para mantener la estabilidad del más occidental de los territorios norteafricanos, en 710 Musa nombra gobernador de la zona a un hombre de su confianza: el famoso Tariq ibn Ziyad, un mawla bereber, que se establecerá al frente de 17.000 hombres de la tribu Sanhaya para completar la dominación.
Sin embargo, la situación de Ceuta y de su gobernador Julián (Ilyan para los árabes) es un punto que suscita bastantes controversias en el ámbito académico. Para Gibbon era un conde visigodo que derrotó Musa ante sus muros y que luego lo utilizó para enfrentarse al rey Rodrigo. Para otros era el último Exarca bizantino de África, que se había replegado a su último bastión de Ceuta. Sin embargo Valdeavellano abrió en su día otra posibilidad que incidía en el posible origen bereber de Julián, señor de la tribu cristiana Gomera. Sin embargo fuera quien fuera este personaje, no cabe duda de su habilidad diplomática que le permitiría conservar su riqueza y rango.
Batalla de Guadalete en el 711. A pesar de la creencia popular, las fuerzas islámicas que desembarcaron en Gibraltar, fundamentalmente bereberes, poseían pocos caballos y se atrincheraron para resistir el embate visigodo. Tras la muerte del rey Rodrigo algunos nobles visigodos se convirtieron al islam para conservar su estatus y otros huyeron al norte, buscando la protección franca. El reino visigodo de Toledo se esfumó dando paso a Al-Andalus. La resistencia hispanorromana fue prácticamente inexistente, aunque algunos pueblos norteños del litoral cantábrico, cuyo sometimiento a los visigodos ya había sido complejo, no tardaron en retomar la iniciativa con elementos dispersos de estos últimos.
Lo que vino después es una historia bien conocida por los españoles. Fuerzas islámicas desembarcaron en Gibraltar al mando de Tariq ibn Ziyad en 711, causando una aplastante derrota a los visigodos en la batalla de Guadalete y sometiendo rápidamente a gran parte del reino. La empresa fue realizada fundamentalmente con tropas bereberes y mandos árabes, siendo "recompensados" los primeros con los territorios más pobres en las zonas fronterizas de la meseta norte. La integración bereber en el mundo islámico no será fácil ni terminará aquí de golpe y porrazo. Las rebeliones tanto en Al-Andalus como en Ifriqiya se sucederán, estallando de forma violenta y arrolladora en 740. Así mismo la expansión árabe, tras la disolución del Califato de Damasco, proseguirá hacia el interior del Sahara, hasta el Imperio de Ghana o Wagadu. Pero esto ya es materia para un próximo artículo.
Las Fuentes árabes de la conquista:
Para saber más existen buenas ediciones críticas, principalmente en francés o en inglés, de los manuscritos y fuentes árabes que ilustran este periodo, críticas imprescindibles si tenemos en cuenta que la mayoría de narraciones se llevaron a cabo siglos después de ser realizada la conquista, por cronistas o compiladores árabes. Entre los autores más destacados tenemos a Ibn Abd el-Hakem con su: “Historia de la conquista de Egipto y África del Norte y España”, escrita en Egipto en el siglo IX, conocida en árabe como “Futh Misr wa’l-Maghrib”. Esta obra será la base de muchas fuentes posteriores.
Así mismo son importantes de señalar las obras de Al-Badahuri e Ibn Khayyat, también del siglo IX, pero de mucha menor importancia que la primera. Probablemente las fuentes árabes que con más detalle abordan la conquista e historia de los bereberes serán las de Ibn Idhari e Ibn Khaldun, ambos del siglo XIV. Es probable que sus obras se basaran en las de varios eruditos de Qayrawan que realizaron una labor de recopilación de tradiciones orales y de datos de fuentes primarias, pero que se encuentran hoy perdidas. La obra de Ibn-Idhari al-Marrakushi fue titulada: “Libro de la sorprendente Historia de los reyes de España y Marruecos”, conocida en árabe por su título abreviado de: “Al-Bayan al-Mughrib”, que en su primera parte aborda el periodo que hemos tratado. La de Abu Zayd ibn Khaldun, a pesar de que el libro primero conocido como “Muqaddima” terminaría haciendo sombra al resto de su obra, fue titulado: “Libro de la evidencia, registro de los inicios y eventos de los días de los árabes, persas y bereberes y sus poderosos contemporáneos”, más conocido en árabe por su título abreviado de: “Kitab al-ibar”, pero sólo los libros VI y VII tratan de la Historia y genealogías bereberes.
Autor: Santiago A.
Bibliografía:
- Briand-Ponsart, Claude (dir.): “Identités et culture dans l'Algérie antique ” (2005)
- Gibbon, Edward: “The History of the Decline and Fall of the Roman Empire”; capítulo 51; (1788)
- Kennedy, Hugh:“Las grandes conquistas árabes” (2007)
- Manzano, Eduardo: “Conquistadores, emires y califas” (2006)
- Villaverde, Noé: “Tingitana en la antigüedad tardía, siglos III-VII” (2001)
- http://pages.infinit.net/savoir/berbere/genealogie.htm de ibn Khaldun
- http://lunis1.free.fr/rubrique.php3?id_rubrique=2 (especialmente los arículos sobre los Garamantes, sobre Kahina y sobre Kusayla)
- Cronología de la Conquista basada en la narración de ibn Idhari
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