Las Guerras Médicas
En 490 y 480 a.c., Grecia sufrió dos invasiones brutales por parte de los persas y a punto estuvo de ser arrasada. Sucedió en el siglo V a.c., justo cuando comenzaba su época clásica. Lo impidieron las batallas victoriosas de Maratón y Salamina.
Los griegos se vanagloriaban de tener un sistema político que era imitado por todos, de ser un modelo a seguir, la democracia. La democracia ateniense era un régimen original que se había forjado durante décadas, las que precedieron a la invasión del Imperio persa. Los ataques persas dieron paso a las guerras médicas, en 490 480 a.c.
El apelativo les viene de los medos, que fueron el primer pueblo iranio que entró en contacto con los griegos, aunque luego ocuparon su lugar los persas, también iranios. Para hacer frente a los persas fue necesaria la participación de todos los grupos sociales de Atenas, que de paso provocó la movilización política de la ciudadanía. Esto creó las condiciones óptimas, para que mediante la confrontación política se diera el caldo de cultivo suficiente para que hubiese un cambio de sistema político, y se crease la democracia.
A mediados del siglo VI a.c., Ciro el Grande comenzó de forma victoriosa la conquista del Próximo Oriente, y los griegos se pusieron a temblar. Las poleis, o ciudades-estado griegas de Jonia, situadas en la costa de Asia Menor, apenas resistieron el empuje de los persas, y en poco tiempo pasaron a ser súbditos del Gran Rey. Pero lo peor para ellas fue que el persa puso al frente de cada una a tiranos griegos, elegidos porque estaban dispuestos a colaborar con los invasores enemigos, los nuevos dueños. Estos nuevos y temibles tiranos estaban al mando de los sátrapas, que eran los nuevos gobernadores, nombrados por Ciro.
Ocurrió en 499 a.c. un hecho muy importante, ya que las ciudades jonias se rebelaron contra el dominio persa, lideradas por Mileto y ayudadas por Eretria y Atenas. La flota naval griega sufrió una catástrofe en forma de derrota, y los persas hicieron una gran represión. Mileto fue arrasada por completo. Atenas y Eretria intentaron socorrer a sus compatriotas griegos del otro lado del mar Egeo, pero no consiguieron nada positivo. Y la amenaza persa continuaba y era cada vez más real. Entonces, el codicioso Darío I, rey persa, dirigió su mirada hacia las ciudades-estado de la misma Grecia.
Llegamos a 490 a.c., en el que una enorme y poderosa flota de guerra, mandada por los generales persas Datis y Artafernes, conquistan con suma facilidad muchas de las islas que pueblan el Mar Egeo, haciendo esclavos a sus moradores. La ciudad de Eretria fue arrasada por completo, y sus moradores deportados como esclavos a un lugar lejano, en Persia. Los persas eran temibles y no respetaban nada.
El próximo objetivo era Atenas y hacia allí se dirigieron los persas. Con los persas iba un antiguo tirano ateniense, de nombre Hipias, que había sido expulsado de la ciudad hacía dos décadas, y que esperaba ocupar de nuevo el poder con ayuda de los persas, ya que daba por segura su victoria.
Pero no contaba con que cuando las naves persas fondearon en la bahía de Maratón, el ejército ateniense lo estaba esperando, y acudió como un solo hombre a ese lugar, con la idea de frenarlos e impedirles la marcha hacia Atenas. Sorprendentemente los griegos derrotaron sin paliativos a los persas, que eran superiores en número y en medios. Los griegos sólo tuvieron doscientos muertos en el combate, mientras que el enemigo sumó más de seis mil. Los persas estaban obsesionados con conquistar Atenas, y hacia allí se dirigieron creyendo que estaba desguarnecida y sin vigilancia.
Pero para su sorpresa, el grueso del ejército ateniense regresó más rápido que los atacantes. Cuando las naves enemigas llegaron al puerto ateniense, hallaron a los atenienses en perfecta formación y prestos a defender su preciada ciudad al precio que fuese. La flota persa viendo que era imposible atacar Atenas, marchó rumbo a Asia esperando otro momento más propicio. Milcíades, artífice de la victoria, fue aclamado y vitoreado por los atenienses, ya que era uno de los más importantes generales atenienses.
Este inesperado revés militar, hizo que Darío cambiase su estrategia con respecto a Grecia. Tuvo que ser su propio hijo, Jerjes, que había subido al trono en 485 a.c., quien comandó personalmente al ejército persa nuevamente contra Atenas, y contra sus intereses. Los soldados persas, que eran muchos miles, cruzaron el estrecho de los Dardanelos. Lo hicieron a pie, a caballo o a bordo de en una inmensa flota de trirremes, que amenazaba a los griegos. Corría el año 480 a.c.
Lo cierto es que muchos griegos eran amigos y partidarios de los persas, fuese por temor o por convencimiento, y esto fue un hecho favorable para los invasores al facilitar su trabajo. Esparta y Atenas lideraron la resistencia griega, y el mando militar en el campo de batalla fue para Esparta. Las potencias aliadas habían previamente jurado y sellado un compromiso en el santuario de Poseidón, de defender el territorio heleno frente al peligro persa. Allí se discutió sobre la estrategia militar a seguir, en la que no coincidían. Los atenienses querían sobre todo defender su ciudad y sus aliados el Peloponeso.
Esto hizo que la primera línea defensiva establecida en el paso de las Termópilas, comandada por un rey espartano, Leónidas, fuese defendida por sólo trescientos soldados. La decisión de enviar a Leónidas como comandante de las tropas, fue fruto de la voluntad divina. Ya que un oráculo griego había profetizado, que Esparta solo se salvaría si moría uno de sus monarcas. Aunque bien adiestrados y armados, los hoplitas, que constituían su guardia personal y que encabezarían un ejército de siete mil soldados griegos. Mientras tanto, una flota de guerra griega se situó al norte de Eubea para apoyar a estas tropas. Lo hicieron con sigilo para que los persas no se diesen cuenta, pero el plan ideado fracasó al ser sorprendidos por la retaguardia los hombres de Leónidas, gracias a un traidor renegado griego, llamado Efialtes, que condujo a los persas por un sendero alternativo por detrás de las montañas.
Los griegos fueron vencidos por una traición, y el ejército persa apareció inesperadamente por la espalda, por la retaguardia. Los espartanos se vieron atrapados entre dos fuegos enemigos. Aunque muchos griegos optaron por huir, sin embargo Leónidas permaneció en su lugar sin inmutarse. Dividió sus escasas tropas en dos grupos y se mantuvo al pie del desfiladero. A pesar de su escaso número, los griegos consiguieron su objetivo de frenar el avance persa ante la sorpresa de todos. Jerjes no se lo podía creer, porque estaban contenidos por un puñado de hombres fieros y valerosos, que no les dejaban avanzar. Los espartanos resistieron tres días, y durante la primera jornada de batalla, cuando Jerjes pidió a los griegos que depusieran sus armas y se rindieran, Leónidas le respondió airosamente: <<¡Ven y cógelas!>>.
Durante la última jornada, viendo el rey espartano que su final y el de sus hombres estaba próximo, exhortó a sus trescientos a tomar un almuerzo sustancioso ya que esa misma noche con toda seguridad cenarían en el averno, lugar de descanso de los muertos. Las Termópilas eran un desfiladero inexpugnable, colgado entre la montaña y el mar y su orografía permite entender su importancia en la antigüedad. Situado junto al mar en la Grecia continental, era un estrecho paso ineludible en la ruta que iba entre el norte y el sur de Grecia, que solo se podía franquear por un estrecho camino, por el que solo podía pasar un carro. La estrategia de Leónidas no funcionó y finalmente los valientes espartanos fueron rodeados, junto a un pequeño grupo de tebanos que luchaban con él. Los de Tebas se rindieron y salvaron sus vidas, pero no su honor. Mientas que los heroicos espartanos continuaron luchando hasta la muerte.
Hasta el mismo rey, Leónidas encontró en el desfiladero su muerte. Jerjes, dando muestra de su barbarie, ordenó a sus hombres que cortaran la cabeza al cadáver y que lo crucificasen. Este sacrificio no detuvo el ataque de los persas. Pero si logró un retraso de sus planes. Resultó este hecho vital para salvar a Grecia, para poder preparar la defensa terrestre y naval. Una vez franqueado el paso angosto de las Termópilas, los persas continuaron su imparable avance hacia el sur. Su único objetivo era Atenas, la más empecinada de sus enemigas, la más poderosa. Los persas querían castigar duramente a Atenas, y ahora era el momento de vengarse. Porque la ciudad estaba vacía, sus moradores habían huido, y los persas saquearon e incendiaron Atenas sin oposición. Pero los persas no lograron su objetivo de someter Grecia.
El frente de la guerra se trasladó a la isla de Salamina, en cuyas aguas cristalinas, y ante la mirada atenta del rey Jerjes, los aliados dieron el golpe de gracia a los incrédulos persas. La flota ateniense se había reforzado, mientras se luchaba en las Termópilas. De la poderosa flota persa apenas quedaba nada. El vencedor de aquella desigual batalla fue el ateniense Temístocles, que se había encargado de impulsar el plan naval contra los persas. Jerjes, abatido, cabizbajo y triste, decidió regresar a Asia.
Pero su maligna idea seguía siendo la misma, derrotar a los griegos, y por eso dejó a su general más importante, Mardonio, al mando de un gran ejército en Grecia. Pero las malas noticias para el persa no se detuvieron ahí, ya que sólo un año después su ejército fue derrotado en la batalla de Platea, donde se enfrentaron a la infantería griega. Y el general Mardonio murió en la batalla. Esparta y los espartanos fueron los artífices de la gran victoria, los héroes. Las guerras médicas habían terminado y los griegos podían respirar aliviados. A pesar de haber salido triunfante, Grecia quedó devastada y tardo mucho tiempo en recuperarse.
Autor: Clemenvilla
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