El surgimiento del estado en la Baja Mesopotamia
A mediados del IVto Milenio se produce lo que se ha llamado “Revolución Urbana”. La Baja Mesopotamia con su red de canales, expresión de la interdependencia de los recursos hídricos entre las comunidades de aldea, y su desarrollo técnico; sobre todo la invención del arado con sembradera.
Es una de las regiones privilegiadas para que ello ocurra. Buscando concretar más podemos elegir un sitio testigo; el asentamiento conocido como Warka (la antigua Uruk de los sumerios, Erek, en el relato bíblico) y un momento preciso; los años 3.500 a 3.000 a. C.
El aumento de la productividad agrícola asegura a las comunidades locales, pronto reunidas en una sola, un nivel de excedentes que les permite mantener especialistas desligados, hasta cierto punto, del trabajo en los campos. Los santuarios son la sede de estos diversos expertos y funcionan como un gran centro de redistribución, que garantiza su asistencia a las distintas comunidades. Se supone que este es un mecanismo bidireccional, en la práctica es el comienzo de la explotación.
Se perfila, entonces, un sistema político distinto. Ya no tiene como integrantes a las diversas casas familiares, reunidas en un plano de igualdad recíproca, sino a la Gran Casa (É Gal es la palabra sumeria clásica para designarla) y a la Casa Divina (É dingir). Éstas cuentan con grandes recursos económicos, almacenes, dominio sobre grandes extensiones de tierras (aún no se ha desarrollado el concepto de propiedad) y el concurso de los especialistas quienes no poseen medios de producción, por lo cual “dependen” de las raciones que le otorga la Casa y son “dependientes” del dios o del gran señor de la casa.
El resto de las familias, o casas, son “libres”, poseen las tierras en cuanto miembros de una comunidad aldeana, así como el ganado y el acceso a las aguas, y conforman el 80% de la población total. Deben tributar sus excedentes a las Grandes Casas, así como aportar prestaciones obligatorias de trabajo, son dadoras antes que receptoras de bienes y sólo se benefician de la redistribución en las grandes ocasiones ceremoniales e, indirectamente, a través de los servicios que presta el control centralizado de las aguas.
La aldea y la ciudad son el fruto de esta diferencia entre las casas. La aldea se convierte en parte de una red, cada vez más compleja, de productores de alimentos
La ciudad es la sede de la É Gal y de las casas de los diversos dioses, también señores a su modo, en cuyo alrededor se agrupan los artesanos, los funcionarios y la población desplazada de los campos. La desarrollada organización redistributiva que el Palacio ha impulsado, necesita de auxiliares capaces de supervisarla, estos inspectores serán los creadores de un novedoso sistema de registro, derivado en parte del uso prehistórico de los sellos, que dará origen a la escritura.
Hacia el 3.000 a. C. (un período arqueológico conocido como Yemdet Nasr,) cada ciudad de la Baja Mesopotamia posee sus aldeas tributarias, sus centros intermedios de distribución, producción especializada y control, sus dioses locales y su Gran Casa.
En ella reside el Ēn, es decir el “señor”, considerado hijo o lugarteniente de la divinidad principal, a quien competen tres funciones fundamentales, a saber: la administración económica de la ciudad, el mantenimiento de la buena relación entre la comunidad que representa y los poderes divinos y, por último, en control de la fuerza militar conformada por un núcleo de guerreros “profesionales” (un nuevo tipo de especialista), al que se le añade, si fuera necesario, una importante masa de campesinos libres, que cumplen con la prestación obligatoria de defender tanto el territorio de la ciudad como el orden social vigente.
Las comunidades de aldea, representadas por los “ancianos”, jefes de linajes, no aceptan pasivamente este dominio de la comunidad de orden superior. Su resistencia no está descripta en ningún documento, pero no puede haber duda sobre su realidad.
El control por parte de las Grandes Casas nunca llegó a ser absoluto, y conoció tanto avances como retrocesos; la posesión de la tierra se mantuvo en manos de las familias, las cuales no la enajenaban fácilmente (lo cual dio origen a la ficción jurídica de la adopción para la compra), la percepción del tributo debió contar con la anuencia de las estructuras gentilicias tradicionales y las relaciones entre el Estado y la aldea se vieron siempre mediadas por la existencia de una “asamblea” compuesta por los jefes de linaje locales (los ancianos).
A raíz de esta oposición de las aldeas, el naciente Estado mesopotámico sufre un momentáneo estancamiento durante el período conocido como Protodinástico I (en torno al siglo XXX a. C.), pero finalmente resurge, con mayor vigor, hacia el 2.750 a. C. ; él es el garante de un nuevo modo de producción, conocido genéricamente como Modo de Producción Asiático .
Las ciudades sumerias y elamitas aparecen entonces bajo el control de un palacio central, con una economía basada en la extracción del excedente comunitario en forma de tributo y de prestaciones de trabajo y bajo el poder de “señores” (llamados Ēn,Ēnsi oLugal) que se consideran dueños de todo su territorio en cuanto representantes del dios o diosa local. Ha nacido el Estado.
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