Afganistán: encrucijada de imperios
Muyahidines en 1979. La CIA apoyaba su lucha contra la ocupación soviética. (Clik para ampliar)
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EL RUGIDO DE LA VENGANZA
La caravana de tropas de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) perteneciente a la española Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable (BRILAT) se extendía en una larga columna por la carretera que atraviesa el agreste territorio del distrito de Shindar, en la provincia de Herat. Se respira tensión entre los soldados españoles que conducen cinco BMR y un Vamtac, como escolta de doce camiones que transportan suministros a los soldados del ejército nacional afgano. También les acompañan un camión táctico pesado Vempar y dos vehículos estadounidenses.
El calor y el polvo levantado por los vehículos no hacen que el viaje sea un placentero paseo para los encargados de las ametralladoras. En el interior del vehículo se está más fresco y al menos no se ven fantasmas en cada rincón. La charla con los compañeros distrae la ansiedad. Un destartalado vehículo civil se cruza con el convoy en dirección contraria. Será otro afgano que acude a cuidar de sus cabras, pensarían los soldados, o que vuelve al hogar tras una dura jornada de trabajo en la ciudad, lejos de su aldea, ya que las mujeres afganas tienen prohibido el trabajo fuera del hogar y los hombres de familia soportan con orgullo esa tarea. No es el primero que se cruzan en el camino. La mayoría pasan de largo con semblante serio. “Ellos también estarán asustados”. Otros, sacando la cabeza por la ventanilla, los saludan amigablemente e intercambian algunas palabras con los conductores afganos. No es un modo de actuar muy seguro pero los españoles no quieren enfadar a la población local parando a cada coche como hacen los americanos y, además, si lo hicieran, no llegarían jamás a su base. El oficial al mando considera poco seguro detener el convoy y enviar a varios soldados a pecho descubierto a registrar cada coche. Podría ser un hombre bomba o podrían caer en una emboscada si detienen la marcha, mejor continuar dentro de los vehículos y marchar a una velocidad rápida. Además, están en Herat, una provincia menos problemática que las del sur, el territorio controlado por los americanos, donde los talibanes son más fuertes. No es habitual que se arriesguen a lanzar ataques tan lejos de sus hogares contra un convoy tan grande.
La provincia de Herat tiene una población mayoritaria de origen tayiko de habla persa que no vieron con malos ojos la caída del régimen talibán que les habían impuesto los pashtunes pues habían sufrido mucho con los soviéticos y luego con los talibanes. Las tropas extranjeras fueron acogidas relativamente bien, más si cabe cuando comenzaron una intensa labor arquitectónica por toda la provincia que daba trabajo y sustento a muchas familias locales. Nuevas carreteras e infraestructuras estaban revitalizando toda la provincia. Sin embargo, la visión estaba cambiando, los años pasaban y los extranjeros no se iban. Los talibanes estaban regresando y ellos estaban en medio. Además los extranjeros no los defendían de los talibanes, no los combatían, “ellos estaban en misión de paz” decían los españoles. “Estaban para reconstruir el país y llevarles la democracia”. Democracia, los tayikos ni siquiera sabían bien qué era eso. No ver, no oír y continuar el día a día es la tónica que se había impuesto en la población local. Todo comenzó a cambiar cuando en el verano del 2007 un bombardeo norteamericano, que buscaba sombras huidizas con Kalashnikov, provocó la muerte de 90 civiles en un poblado de la provincia. Un joven llamado Habibullah perdió a su familia y lo recordaría.
La vieja furgoneta blanca Toyota pasa de largo, su conductor ni siquiera los saluda. Parece tener prisa por volver a su casa, como todos. Sin embargo, algo extraño pasa. Cuando ya casi ha sobrepasado todo el convoy la furgoneta aminora su marcha. Los soldados se ponen nerviosos y, de pronto, estalla en mil pedazos en un estruendo de fuego ensordecedor que atrapa de pleno al último de los BMR que cerraba la fila. El convoy, ahora sí, se detiene de golpe. Todos son gritos y nervios. Las tropas se preparan para repeler un posible ataque mientras varios soldados acuden al lugar de la explosión. El BMR español está destrozado. Su blindaje lo ha protegido de mayores daños pero el lado por donde pasaba el coche bomba está destrozado. El primero al que ven es al cabo primero Antonio Cures García, el encargado de la ametralladora, con el rostro cubierto de sangre. La escena es horrible. Antonio, un hispano-francés nacido en Lyon, aún vive. Sus compañeros se lo llevan mientras el médico del convoy le practica los primeros auxilios. Los helicópteros de rescate no tardarán mucho pues ya están en camino. En el interior del BMR, la escena es aún peor. Herido pero vivo el capitán Enrique Dopico pide ayuda. Junto a él están también heridos el sargento primero Gonzalo Miguélez y el cabo Alberto Cao. Hay dos muertos. Ya nada se puede hacer por ellos. El cabo primero Rubén Alonso Ríos, padre de dos hijos, y el brigada Juan Andrés Suárez, ocupaban el lado del vehículo que sufrió el estallido y fallecen en el acto. Un gallego y un asturiano, lejos del verdor de su tierra, muertos en medio de aquel árido país. Jamás volverán a ver ni a oler el aroma del mar Cantábrico bañando las orillas de su tierra. Dos muertes más. Dos nombres más para la lista de bajas. Dos medallas más. Corría un domingo día 9 del mes de Noviembre de 2008. El joven suicida, de apenas 18 años y oriundo de la propia Shindar, era el mismo Habibullah superviviente al bombardeo norteamericano. “Sólo buscaba la venganza por la muerte de los suyos”, declaró su jefe el mulá Fateh Mohamed al periodista David Beriain. Ha pasado un año y todo sigue igual. Los familiares lloran y los políticos dan sus condolencias. Es el día a día en Afganistán.
LA LLEGADA DE LOS TALIBANES AL PODER
A principios de 1989 los últimos soldados soviéticos abandonan el país. La dura resistencia de los yihadistas o muyahidines afganos, armados por China, Arabia Saudí o EEUU, bajo la conocida como Operación Ciclón, sumado al advenimiento de
A pesar de esta retirada de las fuerzas rusas, el gobierno pro soviético de
Durante la guerra civil, que continuaría durante otros tres años entre las fuerzas gubernamentales y los muyahidines, entre estos últimos surge un grupo que pasaría a los anales de
La tradición cuenta que la corrupción de los gubernamentalistas y de los señores de la guerra se había extendido tanto por el país que el pueblo afgano, harto de tanta guerra e injusticia, acogió con los brazos abiertos la llegada de aquellos nuevos guerreros de
Su éxito se coronaría cuando, durante el invierno de 1992, los muyahidines, al mando Ahmad Shah Massoud, un señor de la guerra norteño miembro de Jamiat-e Islami, toman Kabul y propician la caída del régimen pro soviético que, corto de víveres, sin combustible y en una situación caótica no había podido resistir. El presidente Najibullah, tras fracasar sus negociaciones con Massoud para poner fin a la guerra, había renunciado a su cargo y se refugió en la sede de
Una nueva guerra civil había estallado entre los vencedores. Hekmatyar, un importante señor de la guerra pashtún de Hezb-e-Islami, un partido que propugnaba una revolución islamista y que había recibido millones de dólares de
El ex presidente Najibullah, con la mediación diplomática de la ONU, estableció negociaciones con Rabbani para que le permitieran salir del país rumbo al exilio, pero sus ruegos cayeron en saco roto. Por el contrario, le solicitaron su entrega inmediata para que fuera juzgado por sus crímenes. Aun así, el nuevo gobierno respetó la inviolabilidad de la sede de
Los últimos bastiones del sur fueron cayendo bajo la oleada talibán, como Kandahar, entonces en manos de un caudillo local llamado Gul Agha, capturada a finales de 1994 y donde los talibanes establecerían su capital. Tras Gul Agha, los señores de la guerra muyahidín fueron cediendo los territorios que controlaban a la nueva milicia ya fuera mediante capitulaciones o pactos o ya fuera por la fuerza. Mientras, en Kabul la situación se complicaba cada día más por los enfrentamientos internos. Las facciones gobernantes habían llegado a luchar con armas entre sí causando muchas víctimas civiles y gran destrucción en la ciudad. No obstante, Jamiat había logrado imponerse sobre las demás instaurando de nuevo un relativo orden en la capital. Su desgracia fue que los talibanes, que además de Kandahar ya controlaban Herat, avanzaban ahora contra ellos desde el sur. En 1995 Massoud, Ministro de Defensa y hombre fuerte del gobierno, consiguió rechazarlos en una ofensiva que causó más bajas entre los talibanes que las que sufrieron en la guerra durante la toma de sus bastiones del sur. La situación del gobierno era tan inestable que los talibanes pudieron reorganizarse rápidamente y atraer a su causa a otros señores de la guerra ahora enfrentados a Rabbani.
Fue el caso de Dostum, el comandante uzbeco de la facción Junbish-i-Milli-yi Islami, que se haría famoso por sus constantes traiciones y cambios de lealtades, pasando de luchar junto a los comunistas en la anterior guerra a hacerlo con los talibanes, los tayikos o los norteamericanos. Por su parte, el gobierno había recabado de nuevo el apoyo de Hekmatyar dándole el cargo de Primer Ministro tal vez tratando con ello legitimar su posición ante la población pashtún. Fue un error puesto que en realidad les fue de poca o ninguna ayuda además de que la población de Kabul lo despreciaba por su brutalidad. El régimen de Rabbani no pudo resistir más y se derrumbó.
El 27 de Septiembre de 1996 las milicias talibanes entraron en la capital y asumieron el poder mientras el gobierno anterior huía al norte y los señores de la guerra que los auparon se dispersaban. Se los acusaba de corrupción y de desestabilizar el país con sus constantes luchas, cosa que parece más que cierta, pero el hecho es que Rabbani y Omar, ahora indiscutible líder de los talibanes, siempre se detestaron. De hecho, sus personalidades parecían abocadas a llevarse mal. Rabbani era un hombre culto, carismático, extrovertido y con una gran personalidad, había estudiado Filosofía islámica en Egipto, había ejercido como catedrático en la Universidad de Kabul enseñando Ley islámica y había sido escogido como líder de Jamiat-e Islami por un consejo de miembros y por su propio fundador. Omar, por el contrario, era un campesino de origen muy humilde que había aprendido todo en una madraza pakistaní. Muchos lo describían como una persona valiente, respetuosa y tímida. Se había graduado y consiguió a su vez ejercer como profesor de otra madraza en alguna aldea de la frontera afgano-pakistaní. Sus mayores méritos los había cosechado durante la guerra contra los soviéticos como miembro de la guerrilla islamista Harakat-i Inqilab-i Islami, en la que perdió un ojo. Ambas personalidades estaban hechas para no entenderse.
LA GUERRA CONTRA LA ALIANZA DEL NORTE
En realidad, por entonces muchos de los muyahidines veteranos de la guerra contra Rusia, donde los norteños habían sobresalido, eran ya demasiado viejos o estaban muertos. Muchos de los nuevos integrantes de la Alianza del Norte eran los propios hijos de aquellos muyahidines u otros jóvenes reclutas con poco o ningún entrenamiento militar. Massoud, por su gran experiencia, trató de organizarlos en una milicia efectiva pero aún no estaban preparados para lanzar una ofensiva a gran escala para recuperar Kabul.
Atrincherados a la defensiva en el valle de Panshir y en otros bastiones uzbecos, controlando apenas un 5% del país, se prepararon para afrontar la invasión de los talibanes. Por su parte los talibanes no estaban en una situación militar mucho más halagüeña pero en el plano político habían vencido. Controlaban la mayor parte del país y habían desarmado a todos los señores de la guerra que tantos problemas habían causado tras la salida soviética. Estaban en disposición de recuperar los últimos bastiones del norte y poner fin a la guerra.
A pesar del apoyo que recibió la Alianza del Norte de muchos países, éste era más moral que real y no parece que recibieran material bélico en la cantidad que hubieran requerido. Con armamento viejo y escaso además de la bisoñez de muchos de sus soldados que había quedado demostrada cuando las cámaras extranjeras grabaron sus jóvenes rostros imberbes, la Alianza del Norte no parecía muy prometedora y tuvieron que transcurrir las primeras semanas atrincherados en remotos valles y montañas.
Sin embargo no había pasado mucho de su huída al norte cuando, en Octubre de 1996, las fuerzas conjuntas de Massoud y Dostum rechazan una importante ofensiva talibán lanzada en dos columnas para recuperar el valle de Panshir y los territorios de Dostum. Sería la primera gran derrota talibán y daría aire a la Alianza del Norte para proseguir la guerra. Las tropas del “León del Panshir” obligaron a los talibanes a abandonar Golbahar mientras que las tropas de Dostum los rechazaron en el paso del túnel de Salang y la cadena montañosa de Kush haciéndolos retroceder varios kilómetros hacia el sur. Panshir y Salang se libraban en un suspiro de toda presencia talibán y las provincias uzbecas eran recuperadas en gran parte. La Alianza del Norte pasaba a controlar ahora casi un 15% del país.
Mapa etnolingüístico de la CIA de 1997. Se indica la ubicación del Valle de Panshir y del túnel de Salang. (Clik para ampliar)
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Dostum y Massoud contraatacan lanzando una gran ofensiva contra Kabul, tomando Charikar en una terrible batalla y estableciendo el frente a apenas 50 kilómetros de la capital en la base aérea de Bagram y por la estratégica carretera de Jebal-Siraj, encrucijada que es la auténtica puerta de entrada al norte. Se les suman con sus milicias el jefe chií de los hazaras, Karim Jalilí, y el líder de ismailí, Yafar Naderi. Los talibanes se prepararon para defender Kabul a toda costa en una batalla sangrienta, reuniendo armas y pertrechos al sur de Saraj Joeja para lanzar una contraofensiva. Mientras, el ex gobernador uzbeco, Ismail Jan, trataba de reconquistar su antigua provincia de Herat con el aparente apoyo iraní originando unas enfurecidas palabras del acosado mulá Omar contra dicho país que abrían la posibilidad de una nueva guerra. Sin embargo, el aparente giro que había dado la guerra en beneficio de la Alianza del Norte fue efímero. Kabul resistió y las tropas norteñas, hábiles en la lucha de guerrillas pero que se desinflaban en una batalla al uso, se estancaron en el frente.
Los hospitales de Kabul estaban atestados de heridos aquel otoño de 1996. El periodista Eduardo del Campo informaba así al diario El País el 14 de Octubre:
“Parecía que esta guerra era de broma por las risas con que los talibanes despachaban sus obuses. Una semana después de que empezaran a machacar la entrada del Panshir, las esquirlas de los cohetes de Masud hundidas como clavos en la carne les han enseñado que el dolor es la única verdad y que Alá, al que tanto invocan, no les va a salvar de una muerte anónima en una guerra estúpida.”
Unos días después llegó el ultimátum de Massoud a Kabul que fue rechazado por los talibanes con altanería. Hablaron confiados a los medios de que habían enviado 5.000 tropas frescas de refuerzo al frente y, aunque parecía una bravuconada, lo cierto es que el frente de guerra siguió estacado e incluso con cierto empuje talibán pues éstos aún conservaban Bagram, desde donde enviaban sus escasos y anticuados aviones para bombardear las posiciones enemigas.
El hecho es que eran principalmente las fuerzas tayikas de Massoud las que sostenían los combates. Los uzbecos de Dostum, numerosos y bien armados con material soviético de contrabando, se mantenían en posiciones menos peligrosas. Mientras tanto, su líder aceptaba una invitación talibán y se reunía con ellos para charlar en Kabul. Massoud debía estar realmente enfurecido con su aliado aunque por experiencia (ya se habían enfrentado en 1994 tras una traición más de Dostum), sabía de sobra cómo se las gastaba su bigotudo “amigo”, prácticamente un rey absoluto en sus territorios donde su palabra era ley.
Al parecer la entrevista, aunque no trascendió su contenido, no tuvo el resultado que posiblemente los talibanes esperaban y Dostum continuó apoyando a Massoud. El 19 de Octubre los norteños habían terminado de conquistar Bagram y el 21 habían avanzado hasta prácticamente 6 kilómetros de Kabul, tomando Kalakan y Husein Kot. Mientras, la artillería uzbeca de Dostum hacía estragos en el aeropuerto. A los kabulíes tanto les daba ser gobernados por Massoud que por Omar pero estaban temerosos del regreso del brutal Dostum, a cuyos hombres acusaban de comportarse como conquistadores cuando se marcharon los soviéticos. Violaciones, corrupción… la población temía que se repitiera la historia y preferían la paz y el orden bajo la sharia a la inestabilidad de un régimen más liberal bajo el gobierno de Rabbani. Las palabras simples y sinceras de un comerciante kabulí anónimo, recogidas aquel día por un periodista de la agencia Reuter, son reveladoras de la sensación de hartazgo y cansancio de las clases más humildes del país:
“¿Por qué no podemos sentamos y comerciar en vez de usar las armas que nos van a terminar matando? Hemos tenido a Massoud, a Dostum y a los talibanes. Y la vida es igual de miserable bajo cualquiera de ellos.”
Sin embargo, cuando todo parecía al alcance de su mano, los avances norteños se detuvieron y los talibanes resistieron en sus posiciones. Los ataques al norte se reanudaron y las tropas de Massoud y Dostum tuvieron que retirarse de nuevo a defender sus tierras. La ocasión se había perdido.
Una gran contraofensiva talibán arrasó las provincias uzbecas a principios de 1997, habían aprendido de sus anteriores errores. Dejaron al León del Panshir acorralado en su remoto valle mientras capturaban posiciones más accesibles, valiéndose, como siempre, del soborno y la traición como una poderosa arma para lograr la victoria. Así, el 20 de Mayo lograron que uno de los principales generales de Dostum, Abdul Malik, se pasara a su bando con todas sus tropas entregándoles el control de Mazar-i-Sharif. Dostum, que sorprendentemente se mantuvo fiel a su alianza con Massoud, se vio obligado a huir a Uzbekistán. La guerra entraba en una nueva fase.
Sin embargo, los chiitas hazaras no sobrellevaron muy bien el trato que les dispensaron los talibanes e iniciaron una gran rebelión en la misma Mazar-i-Sharif que terminó con la ciudad en su poder y 3.000 talibanes muertos. Massoud aprovechó la ocasión para salir de nuevo de Panshir con toda su furia y forzar otro intento de tomar Kabul pero de nuevo fracasó. El 8 de Agosto de 1998 los talibanes retomaron el control de Mazar-i-Sharif, en cuya toma fueron apresados y resultaron muertos varios diplomáticos iraníes, provocando una crisis de proporciones desconocidas. Irán movilizó a su ejército para una posible invasión concentrando 250.000 hombres en sus fronteras. Ocurrieron algunos enfrentamientos menores a ambos lados de la frontera hasta que la mediación de la ONU calmó los ánimos.
Massoud estaba ahora solo y acorralado en sus inexpugnables bastiones. En 1999 los talibanes continuaron presionando los territorios de Massoud pero la férrea defensa que éstos opusieron desde el valle de Panshir llevó a la guerra a otro nuevo punto muerto. Los talibanes mostraron una y otra vez su incapacidad para avanzar por los territorios montañosos del norte defendidos por los tayikos. La guerra estaba totalmente estancada. En Marzo de 2001 la destrucción de los Budas de Bamiyán atrajo la atención de los medios internacionales hacia aquel remoto país. Massoud aprovechó la ocasión y comenzó a ganar popularidad internacional concediendo entrevistas con asiduidad a medios occidentales para atraer, tal vez, nuevos apoyos a su causa mostrándose como alguien cabal que combatía desde hacía años a aquellos fanáticos talibanes. Su afán de popularidad fue su perdición. El 9 de Septiembre de 2001, un suicida, haciéndose pasar por periodista, entró en su oficina y se hizo estallar. El viejo León moriría poco después de sus heridas de metralla tras ser evacuado de urgencia a un hospital de Tayikistán. El León de Panshir se convertía en una leyenda.
Hasta entonces los ataques suicidas eran algo desconocido en Afganistán ni siquiera los talibanes más integristas recurrían a ello. En 2001 había una sólida alianza establecida entre el régimen y los milicianos de al-Qaeda, quienes parecen ser los impulsores de dicho ataque. Su líder, Ben Laden, había sido otro veterano de guerra en la lucha contra los soviéticos. Otro árabe más de alta extracción social enrolado y llevado a Afganistán por viejos sueños de gloria y guerra santa. Sin embargo, su actuación militar parece que había sido escasa y su labor principal había consistido en captar y entrenar milicianos extranjeros para dicha guerra con la inestimable ayuda económica y armamentística que les proporcionaba la CIA así como gestionar los fondos financieros que recibían. Su experiencia en la guerra le había servido para formar la red Al-Qaeda, que recibía su nombre de la base de datos informática utilizada por Ben Laden para gestionar las operaciones económicas que servían para financiar a la guerrilla. Tras terminar la guerra contra los rusos había vuelto a su hogar. No obstante, parece que sus tiranteces con la familia real saudí, surgidas a raíz de su oposición respecto a la presencia de tropas norteamericanas en el país durante la Guerra del Golfo y a las acciones que contra ellos ya habían comenzado a realizar Al-Qaeda, le valieron su exilio. Desde entonces pasó a ser uno de los hombres más buscados por el gobierno Clinton y sus aliados saudíes mientras atentaba contra objetivos estadounidenses por todo el mundo y lanzaba fatwas para unir al mundo musulmán en una guerra santa contra EE. UU. Ben Laden pasó un tiempo en Sudán organizando su red de fieles hasta que fue expulsado también de allí por el acoso de EE. UU. y se refugió en Afganistán, acogido con agrado por Omar, al que probablemente había conocido ya durante la guerra, quien recibía con los brazos abiertos ese refuerzo de milicianos extranjeros para acabar con los últimos focos rebeldes. Al-Qaeda fue un arma de doble filo para Omar como se demostraría poco después.
Destrucción de los Budas de Bamiyan en 2001. Los talibanes usaron dinamita y proyectiles disparados desde tanques. (Clik para ampliar)
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LA INTERVENCIÓN INTERNACIONAL
Un trascendental acontecimiento ocurrido muy lejos vendría a trastocar el futuro de la guerra y del régimen talibán. Fueron los atentados del 11 de septiembre perpetrados en EE. UU. El Pentágono recibió el impacto de un avión secuestrado por miembros de Al-Qaeda, las Torres Gemelas cayeron bajo el impacto de otros dos aviones y su caída sería el símbolo de la caída de los talibanes.
El gobierno de George W. Bush exigió al gobierno afgano la entrega de Ben Laden y otros terroristas que por aquel entonces residían en el país. Los talibanes se negaron y la guerra se avecinaba. Aprovechando el impacto internacional que produjeron los atentados del 11-S, emitidos prácticamente en directo por todo el mundo, el gobierno norteamericano, ahora bajo la presidencia del republicano G. W. Bush, logró atraer a su causa una amplia coalición de países que se dispusieron a invadir el país desde el norte y el sur bajo la operación denominada “Libertad Duradera”.
Era evidente que por entonces Al-Qaeda operaba en Afganistán con total impunidad, estableciendo una red de campos de entrenamiento donde preparaban a los futuros miembros llegados de todos los países musulmanes. Sin embargo, que los talibanes supieran algo de los planes de Al-Qaeda para atentar el 11-S resulta más que dudoso. Británicos y norteamericanos llevaron el peso de la invasión sumando a su causa a los milicianos de la Alianza del Norte y de otras etnias descontentas con el régimen. Dostum regresó del exilio para liderarlos al igual que Mohammed Noor, que había sucedido a Massoud como líder de los tayikos.
Poco antes de la invasión, el gobierno talibán, que veía lo que se le venía encima, retiró su apoyo a Ben Laden y se ofreció a juzgarlo bajo un tribunal islámico. Los norteamericanos, cuyas condiciones no sólo contemplaban la entrega del cabecilla de Al-Qaeda sino también del resto de miembros refugiados en el país así como la petición de libre acceso a militares norteamericanos para verificar el cierre de los campos de entrenamiento, rechazaron esas condiciones y se dispusieron al ataque. Los norteamericanos tenían sed de venganza y los talibanes pagarían por dar su protección al cabecilla de Al-Qaeda. Como ya advirtió un furibundo Bush: “Nos entregarán a los terroristas o compartirán su destino”.
El 7 de Octubre, el mismo día en que los norteamericanos rechazaron la oferta del gobierno talibán, comenzaron los bombardeos de objetivos estratégicos en el país pero la guerra no había sido declarada oficialmente. El 20 de Diciembre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autoriza la creación de una Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) cuya función oficial era dar apoyo a la Autoridad Provisional Afgana y extender su soberanía por todo el país. No obstante, a efectos prácticos, la ISAF formaba una poderosa fuerza militar de ocupación con autoridad independiente para adoptar todas las medidas necesarias para llevar a buen puerto su misión. A pesar de su condición de fuerzas internacionales de la ONU, el mando le fue cedido a la OTAN para que EE. UU. pudiera liderar la misión. Además, eran los países miembros de la OTAN quienes copaban más del 95% de dichas fuerzas y el otro restante lo formaban países muy cercanos a la Alianza como Australia, Nueva Zelanda o Suecia mientras que EE. UU., que proporcionaba sola el 50% de las fuerzas, mantenía el mando absoluto. Los rusos no participaron, no sólo por la humillación que les supondría integrarse en una fuerza internacional bajo el mando de la OTAN - EE. UU. sino porque posiblemente no querían volver a saber nada de Afganistán.
Varios equipos paramilitares de la “Special Activites Division” (SAD) de la CIA fueron los primeros en entrar en el país y comenzar las hostilidades. No tardarían en unírseles el 5º grupo de las Fuerzas Especiales del US Army y varios comandos del USSOCOM que establecieron contacto con las fuerzas de la Alianza del Norte. La colaboración entre ambos no pudo dar mejores resultados militares y comenzaron a avanzar y recuperar terreno a un ritmo fulminante. Los talibanes se replegaban a sus bastiones perdiendo el control del país. Curiosamente, al inicio de la invasión, aparecieron combatiendo junto a los afganos grupos de yihadistas extranjeros llegados de diversas regiones musulmanas tan alejadas como Chechenia, Marruecos e incluso se capturó a un norteamericano.
La primera batalla destacada se produjo en Noviembre de 2001 en Mazar-i-Sharif entre los talibanes y sus aliados frente a las milicias de la Alianza del Norte apoyados por grupos de fuerzas especiales norteamericanas de mar, tierra y aire. La resistencia se vino abajo enseguida tras los primeros bombardeos y asaltos. Los talibanes se retiraron avasallados por la enorme superioridad armamentística del enemigo. Llegó a rumorearse que los yihadistas extranjeros se quedarían para combatir hasta la muerte pero lo cierto es que éstos, entre los que se encontraban varios chechenos, uzbecos, pakistaníes, árabes o chinos uigures, abandonaron la ciudad junto a los talibanes en todo tipo de vehículos rumbo a Kunduz. Posiblemente pensaban que podían presentar una resistencia mayor en algún terreno y momento más favorable. Se capturó la base militar de la ciudad y su estratégico aeropuerto, que sería utilizado en lo restante de la campaña, reforzando su defensa con una unidad de montaña norteamericana. Los talibanes se habían desangrado durante años por dominar Mazar-i-Sharif y ahora, su rápida pérdida, debió de ser una bofetada importante para su moral. Se cree que Dostum inició una feroz venganza contra todos los enemigos que lo habían forzado al exilio pero no trascendió mucha información ya que las autoridades militares norteamericanas se encargaron de tapar las brutalidades de su aliado puesto que sería lo menos conveniente para atraerse al resto de la población afgana.
Kabul cayó casi a la misma velocidad. Los talibanes se habían dado a una huida en masa que concluyó el 13 de Noviembre cuando los primeros milicianos norteños penetran en la capital y se hacen con su control. Sólo un pequeño grupo de yihadistas árabes se atrincheró en un parque, a la desesperada, dispuestos a morir en defensa de su Fe. Fueron rápidamente rodeados y liquidados sin mucha dificultad. Las fuerzas de EE. UU. rápidamente tomaron el control y comenzaron a restablecer desde la capital la, para ellos, autoridad legítima del país cuya cabeza visible era el ex presidente Rabbani. Tras Kabul todos los enclaves importantes del país en manos talibanes se derrumbaron como un castillo de naipes: Herat, Kunduz… Por ahora sólo la ciudad de Kandahar, en el sur, resistía pero el enemigo no tardaría en llegar también al corazón talibán.
A finales de Noviembre, en la prisión-fortaleza de Qala-i-Jangi, cerca de Mazar-i-Sharif, 300 prisioneros capturados en los últimos combates en Kunduz iniciaron una revuelta que produjo la muerte de un paramilitar de la CIA y de varios soldados afganos. Tras 7 días de intensos combates los prisioneros fueron reducidos y EE. UU. y la Alianza del Norte retomaron el control del complejo. Este hecho marcaría el fin de los combates al norte del país, de donde los talibanes habían desaparecido. La guerra se centró entonces en derrotar a los talibanes entorno a su último bastión de Kandahar.
Otros combates de entidad se desarrollaron en Tora Bora de Noviembre a Diciembre de 2001. Era un complejo de cuevas y refugios construidos en la etapa de la guerra afgano-soviética situadas en las Montañas Blancas (Safed Koh) al este del país. Se creía que el propio Ben Laden se refugiaba en el lugar custodiado por una fuerza de fieles de entre 300 y 1000 hombres. Una vez tomadas las posiciones, a finales de año, no se halló ni un solo rastro de los líderes de Al-Qaeda. Actualmente se cree que Ben Laden, si bien muy posiblemente se hallaba en el lugar hasta mediados del mes de diciembre, pudo escapar a través de algún paso de montaña desconocido hacia Paquistán pero su destino fue desde entonces una incógnita y se perdió totalmente su rastro hasta hoy. Fue una enorme decepción para el pueblo norteamericano, que aún clamaba venganza.
Para concluir la toma de Kandahar, EE. UU. desembarca por primera vez fuerzas regulares para la operación. Un millar de marines establecen la base de “Camp Rhino” como punto de partida para las operaciones que tratarán de dominar la provincia. Los bombardeos se suceden pero Omar resiste con los supervivientes talibanes. Tras la fulminante derrota por todo el país su nombre y valentía estaban en entre dicho y no estaba dispuesto a rendirse. No obstante, su moral se quebró como los frágiles edificios de barro bajo el incesante bombardeo. Omar se ofreció a rendirse a las milicias tribales de Kandahar, que a pesar de ser enemigas eran de etnia pashtún, a quienes pretendía ceder el control de la ciudad tras su marcha. El 7 de diciembre, mientras se producían las negociaciones, tal vez apreciando que no iba a recibir ningún trato de prisionero de guerra por parte de sus enemigos, Omar abandona en secreto Kandahar junto a un grupo de fieles. Logra burlar la vigilancia y se refugia en las montañas de la provincia de Uruzgan. Se cree que de ahí cruzó a Paquistán, como tantos otros líderes talibanes, donde se pierde su rastro. Circularon todo tipo de rumores sobre su huida, desde que se le vio huir en motocicleta hasta que lo hizo bajo un burka de mujer. Sea como fuere, el líder de los talibanes se esfumó entre los dedos de los norteamericanos. Kandahar cayó y Gul Agha, el antiguo gobernador pre-talibán, penetró con sus milicias tribales para hacerse de nuevo cargo de ella. Los últimos bastiones del sur caían poco después sin ofrecer resistencia. EE. UU. y la Alianza del Norte extendían su dominio ya por todo el país. Sin embargo, sus dos principales objetivos, Omar y Laden, habían escapado. Los amenazadores talibanes se habían esfumado de golpe y porrazo.
Durante los meses que siguieron a la toma del país, el Consejo de Seguridad de la ONU se devanó los sesos para establecer un gobierno provisional aceptable bajo la protección y amparo de las fuerzas de la ISAF, que se establecieron como un manto por todo el país. El consejo de la Loya Yirga, en una de sus más multitudinarias reuniones de la Historia ya que habían acudido representantes de todas las etnias, escogió a Hamid Karzai como Presidente de la Administración de Transición Afgana hasta que se dieran las condiciones necesarias para convocar elecciones. Éste provenía de una importante familia afgana de raíces monárquicas que habían ostentado varios cargos políticos en el periodo pre-soviético. El propio Hamid ya había desempeñado el cargo de Viceministro de Relaciones Exteriores bajo el gobierno de Rabbani y posteriormente, exiliado en Paquistán, trabajó para restaurar la monarquía en su patria. Lo importante es que era el candidato preferido por el gobierno de G. W. Bush ya que había trabajado como enlace de la CIA durante la guerra civil y su familia residía en EE. UU., siendo considerado un político moderado que podía aunar las diferentes facciones afganas. Si bien es cierto que era una persona más moderada que Rabbani u Omar, la realidad es que gran parte del pueblo lo vio como un “títere” impuesto por extranjeros. Su autoridad se basaba en el poder de la fuerza de las tropas de la ISAF y el apoyo que le brindaba la Alianza del Norte, que había copado gran parte del poder en el gobierno de transición.
Fuerzas de ocupación los llamarían unos, fuerzas para mantener la seguridad y reconstruir el país según otros. Lo cierto es que la ISAF compaginó ambos papeles. Si bien es cierto que esas tropas se establecieron en el país para mantener en el poder a un régimen pseudodemocrático afín también lo es que sus labores para reconstruir el país no se realizaron a ese ritmo desde la etapa pre-soviética. Sin embargo, el estado continuo de guerra de guerrillas llevó al fracaso muchos proyectos. Este estado de los hechos fue palpable en los combates desarrollados en marzo de 2002 en el pico de Takur Gar, al sureste del país, a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar. Los norteamericanos lo bautizaron bajo el nombre de “Operación Anaconda”.
Al-Qaeda y los talibanes fueron, desde sus refugios de Paquistán, agrupando fuerzas en torno a la provincia fronteriza de Paktia de la cual pretendían retomar el control, nunca del todo perdido. EE. UU. lanzó una ofensiva para acabar con las antiguas fuerzas gubernamentales, ahora, tras la pérdida del poder, llamadas “insurgentes”. Éstos, cuyo principal armamento consistía en fusiles de asalto, morteros y lanzagranadas, se atrincheraron en torno a una red de cuevas y refugios en las montañas al suroeste de Gardez, a unos 3.000 metros de altura. Utilizando tácticas guerrilleras atacaban y se replegaban en las cuevas cuando los bombardeos se hacían incesantes. Los comandantes norteamericanos subestimaron inicialmente sus fuerzas ya que finalmente llegaron a calcularse sus efectivos entre 1.000 y 5.000, los cuales eran reforzados continuamente desde el otro lado de la frontera. En la que sería conocida como batalla de Shahi Kogt, 15 soldados norteamericanos y varios más afganos murieron antes de que los talibanes fueran desalojados de sus posiciones y se retirasen de nuevo a Paquistán. La operación puso en evidencia la estrategia que la insurgencia pondría en práctica desde entonces. No volvieron a reunir ejércitos tan grandes pero grupos pequeños de insurgentes, refugiados en las montañas, en la frontera con Paquistán o en aldeas afines, irían extendiéndose por todo el país para llevar a cabo una feroz guerra de guerrillas contra la que toda la tecnología occidental no era tan apabullante como en una guerra al uso.
Las operaciones contra la insurgencia se irían desarrollando desde entonces con mayor o menor éxito a la vez que se intentaba dotar al país de nuevas infraestructuras. La prolongada estancia de tropas extranjeras en el país y el estancamiento de la situación de pobreza y falta de seguridad fueron alejando a la población del nuevo gobierno. Tampoco ayudó mucho a ello las, en ocasiones, poco hábiles maneras de los soldados occidentales que pretendían modernizar y democratizar al país en apenas unos meses con un pensamiento totalmente occidental muy alejado de la tradición y el islamismo que imperaba en el país desde hacía siglos. Ni tampoco ayudó a ello las poco ortodoxas elecciones que ganó Hamid Karzai en 2009 ni el hecho de intentar secularizar muchos aspectos de la sociedad o de permitir trabajar a mujeres en bases occidentales. Entre el 2006 y 2008 los talibanes, poco a poco, lograron regresar incluso a los viejos territorios del norte donde sus viejos enemigos uzbecos, hazaras o tayikos comenzaban ahora a brindarles su apoyo. A mediados del 2009 la insurgencia ya estaba establecida, con mayor o menor fuerza, a lo largo de todo el país. Mientras que las fuerzas occidentales de la ISAF se preparan para ir abandonando el país y ceder su control a las nuevas fuerzas militares y policiales del país, con Omar y Ben Laden desaparecidos y los talibanes regresando, la gente aún se pregunta si ha servido de algo. Afganistán, encrucijada de caminos para muchos extranjeros siempre vuelve a ser Afganistán. Como dice un viejo proverbio local:
“Teme la ira de Dios, el veneno de la serpiente, y la venganza de los afganos” |
Autor: Santiago Akordarrementeria
BIBLIOGRAFÍA
-BALTAR RODRÍGUEZ, Enrique (2003): Afganistán y la geopolítica internacional. De la intervención soviética a la guerra contra el terrorismo, ed. Plaza y Valdés, México D.F.
-BATALLA, Xavier (2006): Afganistán: la guerra del siglo XXI, ed. Debolsillo, Barcelona.
-BERIAIN, David (reportero): Afganistán: españoles en la ratonera. [Reportaje televisivo]. Emitido en Cuatro, Septiembre 2009.
-El País digital (Septiembre 1996 – Noviembre 2008) [en línea]: http://www.elpais.com/archivo/ [Última consulta: Diciembre 2009]
-GRIFFIN, Michael (2001): El movimiento talibán en Afganistán: cosecha de tempestades, ed. Catarata, Madrid.