Uno de los hechos más destacados de la edad oscura del Imperio Bizantino fue el de como los emperadores se insmicuyeron en un asunto teológico aparentemente menor creando una fractura en la Iglesia, convirtiendo la veneración de los iconos religiosos en un asunto político. Y es que en unos tiempos en los que la existencia del Imperio estaba en juego, y ésta se encomendaba a la providencia divina, cualquier proceder que pudiera "disgustar" a Dios era asunto de estado.