El 26 de Enero de 1930 el dictador Miguel Primo de Rivera, ante la pérdida de confianza por parte del Rey, envió una nota a los capitanes generales del ejército con el fin de recabar su apoyo y confianza.
Efectivamente, el rey, consciente de la creciente impopularidad de la dictadura, intentaba desde hace tiempo desligar el destino de su reinado a ella, lo que había agriado las relaciones con el dictador, que llegó a decir que “A mí no me borbonea nadie”, en referencia a las artimañas que solían usar los monarcas de la dinastía, y en concreto Alfonso XIII, cuando querían deshacerse de un gobernante.
Miguel Primo de Rivera despachando con Alfonso XIII
Sin embargo, esta maniobra, considerada por Maura como el suicidio político definitivo del dictador, no salió como él esperaba, ya que las respuestas recibidas por las capitanías generales fueron ambiguas o directamente negativas, debido a que las muestras de apoyo por parte de las capitanías generales hubiera significado ponerse en franca oposición al rey. De esta forma, y después de dos días rumiando lo que consideraba una traición por parte del rey y de sus compañeros, el general Primo de Rivera presentó su dimisión ante el rey, que se la aceptó, marchando inmediatamente después al exilio, donde moriría solamente dos meses después.
La esperanza de los constitucionalistas, era que la caída del dictador supusiera una vuelta al periodo constitucional anterior y que diera pasado a la formación de un gobierno presidido por uno de ellos, en concreto Santiago Alba, que convocara elecciones a Cortes. En ese momento incluso los republicanos y socialistas podrían haber aceptado esta solución.
Sin embargo, el rey consideraba que la formación de esas Cortes sería el fin de su reinado, por eso, en lo que se considera un gran error por su parte, ya que en ese momento podría solo estar en juego su corona, pero no la monarquía, decidió realizar una huida hacia delante llamando a gobernar jefe de su cuarto militar, el General Berenguer, con el fin de que este llevara a cabo una transición pilotada desde el palacio real.
El general Dámaso Berenguer
Berenguer formó un gobierno conformado por aristócratas cortesanos y antiguos caciques monárquicos, cuyo periodo se llamó la “Dictablanda”, y se dedicó a recabar apoyos para llevar a cabo la citada transición. Sin embargo no consiguió apoyos, no solo entre los republicanos, sino tampoco entre los monárquicos constitucionalistas ni entre los conservadores que ya no se fiaban de quien consideraba el verdadero jefe del gobierno, el rey. Debido a ello, el gobierno del general Berenguer dimitirá en Febrero de 1931.
A partir de aquí el rey intentará realizar una transición más rápida al constitucionalismo anterior, ofreciendo el gobierno a Santiago Alba, que rehusará desde su exilio francés y a el conservador Sanchez Guerra, uno de sus más fieros oponentes desde que el rey admitió el golpe de estado, que lo primero que hará será visitar en la cárcel a los miembros del Comité Revolucionario encarcelados desde el fracaso de la sublevación de Jaca.
Estos, en boca de Miguel Maura, se negarán a cualquier colaboración dentro de la monarquía, por lo que Sanchez Guerra dimitirá y Alfonso XIII encargará el gobierno a el Almirante Aznar, que sin perder tiempo convocará elecciones, en este caso municipales, para el 12 de Abril.
La convocatoria de estas elecciones será el principio del fin de la monarquía, y por tanto se verán envueltas en una ardiente polémica historiográfica, ya que si bien la mayoría de los historiadores, entre ellos algunos tan poco sospechosos como Garcia de Cortázar, consideran que el resultado sí que justificaba los acontecimientos posteriores, otros opinan lo contrario viendo los acontecimientos que se sucedieron como un auténtico golpe de estado. La polémica se centra sobre todo en tres puntos.
-La consideración de unas elecciones municipales como un plebiscito de apoyo o rechazo a la monarquía.
-Los resultados electorales, con la victoria en el número de concejales de los monárquicos.
-La reacción de los republicanos tras estas elecciones, con la toma del poder ante la incomprensible pasividad del rey y los monárquicos.
En cuanto al primer punto hay que decir que si bien es cierto que en condiciones normales unas elecciones municipales no pueden marcar el nivel de apoyo a un gobierno, de hecho en la actualidad normalmente suele sacar más votos la oposición, ymenos como era el caso a una forma de estado, también es cierto que las elecciones que se convocaron para el 12 de Abril de 1931 no eran unas elecciones municipales normales, en el sentido de que no se encuadraban dentro de un proceso electoral continuado como el que, por ejemplo, se viene produciendo en nuestro país desde la vuelta de la democracia.
El proceso electoral continuado basado en la Constitución de 1876 que se venía produciendo durante el periodo de la Restauración en España, se vio abruptamente interrumpido en 1923 con el golpe de estado de Primo de Rivera, apoyado o aceptado recordemos, por Alfonso XIII, habiéndose producido las últimas elecciones municipales en 1920. Hacía, por tanto, once años que no se convocaban unas elecciones de este tipo.
No eran, por tanto unas elecciones municipales normales, sino mas bien el intento del rey de realizar una vuelta paulatina a la normalidad constitucional anterior. Recordemos que después de la caída de Primo de Rivera, el rey había intentado pilotar esta transición mediante el gobierno de Dámaso Berenguer que había desembocado en un rotundo fracaso debido a la falta de apoyos. Apoyos que no fueron mayores cuando intento formar gobiernos con políticos constitucionales como Alba o Sanchez Guerra y que le había llevado a llamar al Almirante Aznar a formar un gobierno que devolviera la legalidad anterior. El primer paso dado por el rey, a través de Aznar fue la convocatoria de unas elecciones municipales que le condicionaban y obligaban mucho menos que unas generales, al mantener el gobierno del reino, y le permitían además, dado el abandono por parte de la clase política en que se encontraba ya fueran republicanos o monárquicos, tantear el apoyo del pueblo.
El Almirante Aznar, jefe del gobierno durante las elecciones municipales de 1931
Pero la situación de aislamiento en que se encontraba le impedía manipular los acontecimientos a su antojo, viendo los republicanos desde un primer momento estos comicios como una oportunidad de convertirlos en un plebiscito que no marcaban solo el apoyo al rey, sino también a la monarquía y realizando una intensa campaña en este sentido. Pero no fueron los únicos, según Miguel Maura los monárquicos estaban totalmente convencidos de su victoria, tanto, que el diario monárquico y católico “Debate” escribía el día 11:
“Estamos convencidos de que la jornada de mañana domingo será brillantísima para los monárquicos. Ha penetrado en la mente de todos, la importancia de estas elecciones. No se trata solamente de elegir nuevos administradores municipales, sino de ganar una batalla por el orden y la paz social, que en los actuales momentos aparecen vinculados a la Monarquía. Y para esta el espectáculo que ofrece Madrid y toda España en estos momentos, no puede ser mas confortador.”
Los posteriores acontecimientos, así como las reacciones de los protagonistas, confirmarían esta impresión.
En cuanto a los resultados electorales, hay que decir que la victoria en la elecciones en cuanto a número de concejales fue claramente monárquica que lograron, teniendo en cuenta que la posterior llegada de la República impidió la llegada de bastantes resultados electorales de zonas con una acceso más difícil y que seguramente hubieran hecho esta victoria mayor, el 71% de los concejales, frente al 21% de los republicanos, el 5% de los constitucionales de Santiago Alba y el 3% de otros grupos.
Analizados estos resultados hay que hacer una serie de apuntes y matizaciones que varían notablemente su trascendencia. Lo primero que hay que decir es que un porcentaje muy alto de los concejales elegidos, concretamente el 53 %, lo fueron mediante el art. 29 de la ley electoral, que permitía que en caso de que en un municipio solo se presentara una lista, esta fuera elegida sin necesidad de tener que realizarse los pertinentes comicios, lo cual beneficiaba a los monárquicos, tal y como veremos después.
Otro dato a tener en cuenta, es el distinto coste de la obtención de un concejal en una ciudad o en el medio rural. No hace falta hacer un gran estudio estadístico para ello, por poner un ejemplo actual la Comunidad de Madrid, con una población algo mayor de seis millones de habitantes elige a 2.
287 concejales, de los cuales al ayuntamiento de Madrid, con unos cuatro millones habitantes, le corresponde únicamente 57 concejales. En resumen cuatro millones de personas elijen a 57 concejales y dos millones a 2.230.
Analizando los datos de 1931, la impresión es la misma. Las capitales de provincia en España representaban algo más del 20% del electorado, mientras que elegían el 2% de los concejales. Cada concejal correspondía a una media de 638 electores, mientras en el resto de España, cada concejal correspondía a una media de 55 electores. En las capitales los republicanos consiguieron la victoria en 41 de la 50 existentes, con un 60% por ciento de los concejales elegidos. Hay que tener en cuenta también que según Eduardo González Calleja durante la dictadura de Primo de Rivera se había dado un gran trasvase de población del medio rural a las ciudades, llegando a suponer la población de estas algo más del 40%, y que la lógica nos dice que la tendencia en las ciudades que no eran capitales de provincia debió ser similar.
Mapa de de las provincias en cuyas capitales vencieron monarquicos o republicanos
Miguel Maura y Jose Maria Gil Robles, residentes en barrios aristocráticos de Madrid, relatan cómo incluso en estas zonas, la victoria de las candidaturas republicanas fue, para sorpresa de los monárquicos, aplastante.
A pesar de esto, el medio rural seguía suponiendo un porcentaje mayor de población, y en este, sumado a las ciudades que no eran capitales, los monárquicos sacaron un porcentaje de concejales similar al de los republicanos en estas, lo que unido a los que eran elegidos por el art. 29 hacía que la victoria fuera aplastante. Pero, si así era, ¿Por qué no supieron imponer su victoria?, la respuesta es muy sencilla, y tiene que ver con un fenómeno enquistado en la España de la Restauración, el caciquismo.
No vamos a profundizar aquí en un tema como este, que daría para largo, pero si vamos a hacer unos cuantos apuntes. El caciquismo era una estructura de dominio sobre un territorio tanto económico, social y político basado en una red clientelar, o sea de personas obligadas con el cacique, y que hundía sus raíces en la propia estructura del estado, controlando ayuntamientos, juzgados y demás entes públicos. Su control era mayor en las zonas rurales, especialmente en los pequeños municipios, que en las grandes ciudades, formando autenticas redes de pequeños y grandes caciques, que en algunos casos llegaban a controlar provincias enteras, como era el caso del Conde de Romanones en Guadalajara, o Juan de la Cierva en Murcia.
Juan de la Cierva representación del caciquismo en Murcia.
Hay que decir que si bien el caciquismo existía ya durante todo el siglo XIX, es un fenómeno que está íntimamente ligado con la España de la Restauración y la alternancia de partidos que la caracterizó.Los caciques pertenecían en su inmensa mayoría a los partidos liberal y conservador, aunque también era muy común el trasvase entre ambos partidos dependiendo del interés caciquil, tal y como muestra la frase que se atribuye a un cacique de Motril:
“Nosotros, los liberales, estábamos convencidos de que ganaríamos las elecciones. Sin embargo, la voluntad de Dios ha sido otra. Al parecer, hemos sido nosotros, los conservadores, quienes hemos ganado las elecciones”
Si bien hay que decir que todos iban íntimamente relacionados, el aspecto que más nos interesa en este artículo es el del fraude electoral. Este tenía múltiples formas dependiendo del grado de control que tuviera el cacique sobre un territorio, desde la red de clientes que votaban al candidato marcado, pasando por la compra de votos, la inscripción de personas muertas o ausentes, la presión para evitar la presentación de candidaturas contrarias, la simple violencia o, como método más directo si todo fallaba, el famoso “pucherazo”, consistente en sustituir las papeletas contrarias por las propias.
Una de las causas por las que el golpe de Primo de Rivera tuvo en principio cierta aceptación, o por lo menos poca oposición, fue la esperanza de algunos de que terminara con la vieja política, sin embargo como casi todos los planes de la dictadura se quedaron a mitad de camino ya que o bien lo que se hizo fue sustituir a unos caciques por otros, o bien mayoritariamente los caciques optaron por unirse al nuevo orden.
Este estado de cosas era, como se demostró en los acontecimientos posteriores, claro para todos, por eso se daba una importancia cualitativa mayor a la victoria en las capitales de provincias, donde la manipulación era más complicada de realizar, que en los pequeños municipios. De hecho el 5 de Abril se publicó la lista de los concejales elegidos mediante el art. 29, ganando mayoritariamente los monárquicos, merced a la capacidad de presión que tenían para que solo se presentaran sus candidaturas.
En definitiva, y dado el carácter de apoyo a la monarquía que habían tomado estas elecciones, no se podían cuantificar los resultados como unas elecciones municipales normales, sino en el número de votos que se consiguieran. Así, los únicos lugares donde los resultados eran medianamente fiables eran en las grandes ciudades, lejos de la presión que los caciques ejercían sobre los votantes, y en esos lugares, la victoria republicana fue más que clara.
Por último, esta por analizar lo que sucedió después de estas elecciones, y la actitud que se les achacan, no sin cierta razón, a los republicanos al tomar el poder inmediatamente después de las elecciones, en lo que para muchos fue un autentico golpe de estado.
A este respecto, Alcalá Zamora y Miguel Maura relatan en sus memorias su decisión de tomar el poder inmediatamente, sin duda conocedores, como ex monárquicos que eran y por tanto con contactos todavía en las altas instancias de Palacio, del clima de pesimismo que inundaba al gobierno y al propio rey. Sin embargo Maura nos comenta que no todos los miembros del Comité Revolucionario eran de la misma opinión, ya que por ejemplo Largo Caballero y Fernando de los Ríos eran favorables a esperar a las elecciones generales que se debían convocar a finales de año.
Maura nos relata también como, reunido el gobierno para analizar los resultados, la llegada de los más desfavorables, provocó un bajón anímico enorme en sus miembros, traducido en un entreguismo posterior, solamente respondido por Juan de la Cierva, que era favorable a sacar las tropas a la calle para arreglar la situación. Sin embargo, Dámaso Berenguer, ahora ministro de la guerra, expuso la inconveniencia de esta medida y la necesidad de que el ejército se adaptara a la voluntad popular.
La llegada de los resultados de Guadalajara y Murcia, feudos tradicionales del Conde de Romanores y Juan de la Cierva, y la clara derrota en ambos territorios, hizo que el Conde, uno de los personajes más influyentes de la Corte, abandonara cualquier tipo de esperanza en la victoria y se dedicara a salvar lo poco que quedaba de la monarquía.
El Conde de Romanones, junto con Alfonso XIII
Alcalá Zamora nos dice en sus memorias que el Conde de Romanones acudió al domicilio del Doctor Marañón, lugar donde estaban reunidos los miembros del Comité Revolucionario que no estaban en el exilio, con el fin de conseguir un gobierno de consenso bajo el mandato del político liberal Miguel Villanueva. Sin embargo era tarde, la maquinaria republicana estaba en marcha y no querían ninguna solución de apaciguamiento con la monarquía.
Todavía se produjeron algunos cambios de criterios en palacio, y algunos pequeños intentos de administrar la derrota, sin embargo estaba todo perdido, con un gobierno claudicante, unas masas enfervorizadas en la calle y un Comité Revolucionario dispuesto a asumir inmediatamente el poder, el rey no tuvo más remedio que asumir la realidad y plantear su partida. Todavía, nos cuenta Maura, tuvo tiempo para una última acción. Siendo informado de que las masas habían tomado la calle, el monarca, que ante todo quería dar una sensación de orden, planteó la posibilidad de sacar las tropas para que , sin violencia, dispersaran a las masas y se produjera una transición pacífica y ordenada, para ello recurrió a uno de los oficiales más leales, el cual le contestó crudamente que si fuera por el saldría en ese mismo instante y se dejaría despedazar por la masa, pero que no podía responder de su tropa, desde este momento el rey asumió que no solo tendría que salir de España, sino que debería hacerlo lo antes posible.
Llegada de Alfonso XIII a Paris, dos días después de la proclamación de la República
En conclusión si bien, tal y como señala cierta historiografía, se puede decir que la llegada de la República a través de unas elecciones municipales fue un hecho irregular, hay que decir que los cambios de régimen, salvo raras excepciones, nunca se realizan de forma regular, de hecho durante el siglo XX las monarquías que desaparecieron fueron por causas especiales, ya fuera una guerra mundial, como la alemana, austriaca o italiana, o mediante revoluciones sociales. Tampoco era una situación excesivamente regular en la que se encontraba España en Abril de 1931, con el garante de la Constitución de 1876, el rey, aceptando, según otro promoviendo, una dictadura que suspendió el periodo constitucional. Además, a la caída de la dictadura el rey había optado por una huida hacia adelante llamando a gobernar a Berenguer, en vez de regresar al periodo constitucional anterior.
Este hecho produjo que le abandonaran los pocos políticos que todavía estaban dispuestos, unos echándose a un lado, otros situándose en franca oposición e incluso algunos, sobre todo los que se habían opuesto anteriormente a Primo de Rivera, pasándose al bando republicano, lo cual conllevó que en sus últimas horas no solo el rey, sino también el sistema monárquicos se viera sin ningún sostén frente a la marea republicana.
Celebraciones en Barcelona por la victoria republicana.
Tampoco era muy regular la convocatoria de unas elecciones municipales tras un periodo donde la Constitución y su sistema electoral se vieron suspendidos. Los propios monárquicos, y sin duda el rey, tomaron estas elecciones como una muestra de apoyo a la Corona, si bien quizás no midieron cuales podían ser las consecuencias de la derrota. Los republicanos por su parte, encararon en seguida las elecciones municipales como un refrendo a la Corona, aunque no todos tampoco tenían claro si la consecuencia de la victoria podía ser la inmediata llegada de la República.
Los monárquicos confiaban sin duda en la maquinaria electoral procedente de la Restauración para conseguir una clara victoria, de hecho, cuando el 5 de Abril se proclamaron los concejales elegidos mediante el art. 29 su confianza en la victoria era plena, y de hecho se produjo. Sin embargo, las proporciones de la victoria republicana en las capitales de provincia significaban, por lo anteriormente expuesto, que la victoria en cuanto a concejales fuera irrelevante.
Así lo entendieron no solo los republicanos, que como se ha dicho antes tuvieron unas justificadas dudas, sino también los miembros del gobierno del Almirante Aznar que, salvo excepciones, en seguida se plegaron ante lo que consideraban como irremediable.
No creo, por tanto, que se pueda considerar la llegada de la República como un golpe de estado, y aun si así fuera, lo cierto es que el Comité Revolucionario convertido en gobierno provisional tardó poco más de dos meses en convocar elecciones a Cortes Constituyentes, con lo cual, al contrario que otros levantamientos, el pueblo fue casi inmediatamente llamado a expresar su opinión.
Bibliografía:
Casanova, Julian: Historia de España; La II República y la Guerra Civil.
Maura, Miguel; Así calló Alfonso XIII
Alcala Zamora, Niceto; Memorias.
Gil Robles, Jose Maria; No fue posible la paz
Gonzalez Calleja, Eduardo; La España de Primo de Rivera.
Barciela Lopez, Carlos y otros; Estadisticas históricas de España, siglos XIX y XX.