La posibilidad de una guerra abierta de Rusia en Ucrania empieza a tomar fuerza. Sobre el papel, al menos, el Ejército ucraniano resulta un enemigo respetable, aunque su inferioridad numérica respecto a las fuerzas rusas es notorio. Moscú cuenta con cuatro veces más soldados en activo y sus tanques son el doble. En el caso de que finalmente la crisis terminara desembocando en un enfrentamiento armado y el Kremlin ordenara a sus tropas avanzar hacia el este de Ucrania, el Ejército de este país opondría una resistencia mucho mayor de la que ofrecieron las diminutas fuerzas armadas georgianas en la guerra de 2008.
Sin embargo, el problema de la defensa de Ucrania son las dudas que suscita el estado de su arsenal. Gran parte de su material bélico no está listo para ser utilizado y se acumula carente de capacidad operativa alguna en almacenes abandonados. Además, la división del país, que cuenta con una numerosa población rusa, hace muy probable que gran parte de las unidades se rindieran al invasor sin disparar un solo tiro, algo que ya ha ocurrido en la mayor parte de acuartelamientos de Crimea.
Fuerzas de élite
Los rusos, por el contrario, tienen su maquinaria militar muy bien engrasada. Las recientes maniobras, en las que han movilizado a más de 150.000 hombres junto a la frontera ucraniana así lo demuestran. Junto a sus numerosas y bien equipadas fuerzas terrestres, el coloso ruso puede poner en acción a las temibles fuerzas especiales del Ministerio del Interior, comandos perfectamente adiestrados cuyo uso puede resultar el ideal en un escenario como el que se dibuja en Ucrania. Otro grupo de élite al servicio de Putin es el formado por la Séptima División Aerotransportada, con base en Novorossisk.
Por su parte, el Ejército ucraniano, como consecuencia del pasado soviético compartido, es una especie de Ejército ruso en miniatura, con un equipamiento similar pero lastrado por la falta de fondos para su modernización y mantenimiento en las últimas décadas. Además, aunque Ucrania es socia de la OTAN y ha entrenado a sus tropas en algunas maniobras conjuntas con la Alianza, no es un estado miembro y no tiene derecho a asistencia defensiva en caso de agresión. En realidad, los militares ucranianos están solos en esto.
Mientras la OTAN ha descartado cualquier tipo de acción militar y las potencias occidentales intensifican sus movimientos diplomáticos para apagar el incendio, Putin ya ha desplegado a sus efectivos de la Flota del Mar Negro. La guerra naval ha sido tradicionalmente el punto débil del Ejército ruso. De hecho, la flota del Mar Negro está algo anticuada y es una de las más pequeñas al servicio del Kremlin, pero su importancia estratégica es vital y, en cualquier caso, como ya ha quedado claro, su dotación es suficiente para encerrar a las unidades ucranianas en sus bases y obligar a muchas de ellas a rendirse.
En los últimos días, Moscú ha enviado refuerzos a Crimea y ha concentrado efectivos en su frontera con Ucrania, un esfuerzo de movimiento de tropas que no ha llegado ni mucho menos al límite de lo que puede permitirse Rusia. Parece claro que todo lo que los soldados rusos van a encontrarse en Crimea es una tímida resistencia pasiva por parte de los ucranianos.
La primera fase de esta escalada de tensión militar ha concluido sin derramamiento de sangre, pero este es un peligro que no puede darse por conjurado. Si Putin ordenara definitivamente un avance fuera de Crimea y sus divisiones se adentraran en la mitad oriental de Ucrania, entonces es probable que un número no desdeñable de fuerzas ucranianas sí acudiría al combate. La posibilidad de una guerra mecanizada a gran escala parece muy remota, pero escaramuzas y enfrentamientos localizadas sí son presumibles, como también lo es el principal peligro latente en esta crisis: el de que Ucrania termine definitivamente fracturada y estalle una guerra civil entre el oeste y el este del país.