Guía breve del mundo en que vivió Jesús
Este trabajo pretende ser una investigación estrictamente histórica sobre “el mundo” en el que vivió Jesús de Nazaret, uno de los personajes más trascendentes en la historia del hombre, sin duda alguna. Se trata de un análisis general, de amplio espectro, que pretende englobar diversos marcos del momento.
INTRODUCCIÓN
Este trabajo pretende ser una investigación estrictamente histórica sobre “el mundo” en el que vivió Jesús de Nazaret, uno de los personajes más trascendentes en la historia del hombre, sin duda alguna. Se trata de un análisis general, de amplio espectro, que pretende englobar diversos marcos del momento.
El geográfico, el social y económico, el ideológico y el político, así como el periodo inmediatamente anterior, para poder comprender situaciones que se plantean posteriormente. No es mi intención tocar el tema teológico, sino elaborar de forma “aséptica” una breve guía de ayuda para todos aquellos que quieran conocer de una forma sencilla el mundo en el que vivió Jesús. Para facilitar la comprensión al lector, empezaré con un breve resumen del siglo que precedió al nacimiento de Jesús.
UN POCO DE HISTORIA; PALESTINA EN EL SIGLO I A.C.
En el siglo II A.C., los judíos están bajo dominación seléucida, oprimidos incluso religiosamente. En el 166 A.C., se rebelan contra éstos y, por una serie de circunstancias (Antíoco IV muere y se intuye crisis interna seléucida) consiguen parte de sus objetivos, ya que firman un tratado por el que se les permite la libertad religiosa. Animados por este triunfo, ya no se conforman sólo con la libertad religiosa. Lucharán para obtener la libertad total.
Esta dinastía, proveniente de Matatías, será conocida como de “los macabeos”. Será precisamente el hijo menor de Matatías, Simón, quien conseguirá esa anhelada libertad en el 142 A.C., iniciando con su hijo Juan Hicarno una nueva dinastía, la de “los asmoneos”. Esta dinastía irá conquistando más y más territorios hasta que, en las primeras décadas del siglo I A.C., casi puede equipararse al ámbito geográfico sobre el que reinó Salomón. Los judíos se sienten fuertes. Sin embargo, en el 63 A.C., entra un nuevo “invitado” a estas tierras. Es la incipiente y poderosa Roma. El general Cneo Pompeyo, aprovechando una crisis sucesoria asmonea, interviene en la región, dejándola bajo dominación romana.
Algo más de dos décadas después, ante la amenaza parta a la región, Herodes es “colocado” como rey por Roma. Se trata de un peón del Imperio que no es bien acogido por el pueblo judío. Además, no tiene ningún vínculo con el linaje real asmoneo, hijo de un idumeo y una nabatea. Pese a todo, su reinado es próspero, aunque personalmente tuvo fama de cruel e imprevisible, reforzado esto por el hecho de que mandara asesinar a varios de sus hijos, a su mujer y a la familia de ésta, sospechando conspiraciones, que alguna vez sí fueron ciertas. Herodes muere poco antes de los Idus de Marzo del año 4 A.C. y su reino, pese a que él hubiera nombrado sucesor a su hijo Arquelao, es repartido por el emperador Octavio Augusto entre tres de sus hijos, Antipas, Filipo y el propio Arquelao. Aunque no hay una fecha exacta para el evento, en este tiempo nacerá Jesús.
Hay que hacer hincapié en el sentimiento de orgullo herido de aquel pueblo judío, que venía de la expansiva etapa asmonea y que chocó de frente con la potencia por excelencia, Roma, que lo devolvió a la dura realidad opresiva. Aquella libertad de la que gozaban hasta hacía bien poco, tanto política como religiosa, fue tremendamente recortada por el Imperio. Ni siquiera podían ya nombrar a su Sumo Sacerdote, algo que se preservaba el gobernador de la región. Tras Herodes ni siquiera tenían ya a nadie con el título de rey.
Tampoco tenían potestad para condenar a muerte, algo que se preservaba también para sí el poder romano. Además, no se olvidaba tan fácilmente el ultraje cometido por los invasores romanos al mancillar con su presencia el “Sancta Santorum”, lugar al que sólo podía acceder el Sumo Sacerdote una vez al año. El mismo Pilatos introdujo estandartes con la imagen del Emperador en Jerusalén, en una nueva ofensa al orgullo judío. Sin duda, el ánimo de los judíos en aquellos tiempos andaba algo revuelto. No es pues de extrañar que anduvieran esperando la llegada de un Mesías, un nuevo rey, que les liberara del yugo romano y que devolviera a Israel al lugar que le correspondía, según sus propias creencias. Y en estas creencias precisamente se basaban para esperar la llegada de ese Libertador, interpretando las profecías vertidas en su texto sagrado por sus antiguos profetas. La llegada del “polémico” Pilatos al gobierno de Judea hizo subir esta tensión aún más si cabe. Con estos mimbres, no era pues de extrañar que a cada cierto tiempo apareciera un Mesías pretendiendo ser el anunciado por los profetas. Desde la llegada al poder de Herodes, hasta la toma de Jerusalén por Tito, se pueden contabilizar más de una veintena de supuestos Mesías.
GEOGRAFÍA DE “TIERRA SANTA” EN EL SIGLO I
Antes de seguir, explicaré de manera breve el escenario geográfico sobre el que se desarrollaron estos acontecimientos. A fin de facilitar la localización de cada lugar, incluyo este sencillo pero explícito mapa.
Judea: Era la provincia por excelencia (política, económica y religiosamente), principalmente porque en ella se encontraba la sagrada ciudad de Jerusalén. Plinio el joven y Flavio Josefo dijeron de Jerusalén que era una ciudad impresionante y la más importante de Asia Menor. Tanto que, pese a estar mal situada para las rutas del comercio, era una ciudad siempre bulliciosa. Su principal activo era que en Jerusalén estaba el Templo y por lo tanto el centro del poder judío. También en Judea se encontraba la milenaria ciudad de Jericó. En relación a las ciudades de los evangelios, nos encontramos con Betania y Belén, a 3 y 8 kilómetros de Jerusalén. Judea era la provincia más al sur, ya que bajo ella estaban las tierras de Edom (Idumea), territorio ligado habitualmente a Israel, de donde fuera nativo Herodes el Grande.
Samaria: Era la provincia más polémica, ya que estaba enfrentada al resto de forma irreconciliable. Para empezar, tenía su propio templo, el de Garizim, negando la autoridad del Templo de Jerusalén, algo impensable para cualquier otro judío. Además, los samaritanos se creían los auténticos herederos de Israel. Sin embargo, para el resto no eran más que judíos impuros (les acusaban de haberse mezclado con sangre extranjera desde la invasión asiria) e impíos (no aceptar la autoridad del Templo de Jerusalén). Hubo refriegas y desencuentros durante todo este tiempo, siendo el más importante el de la destrucción del Templo de Garizim por el asmoneo Juan Hicarno, reconstruido en tiempos de Herodes el Grande. Samaria estaba situada en el centro, al norte de Judea y al sur de Galilea.
Galilea: Era la provincia más al norte, sin frontera con judíos propiamente dichos, ya que lo más parecido a ello serían los samaritanos del sur. Lejos de la influyente Jerusalén (más de un centenar de kilómetros) los galileos eran considerados inferiores por los habitantes de Judea. No odiados y despreciados como los samaritanos, pero sí “ninguneados” y menospreciados, considerándolos iletrados y toscos. Dice Juan en su evangelio (7; 52), que los fariseos, al saber que venía de Galilea, desautorizaron a Jesús diciendo: “Estudia y verás que de Galilea no surge ningún profeta”. Los galileos eran esencialmente pescadores o campesinos. Es de reseñar la presencia en Galilea del Lago de Genesaret (Tiberiades) que surtía de buena pesca a los galileos. También allí se encontraba el Monte Tabor y Nazareth.
Perea: Tampoco los judíos de la provincia de Perea estaban muy buen vistos por los de la hegemónica y orgullosa Judea. Incluso aún peor que los galileos, ya que a estos se les tenía por nobles y leales, pese a su rudeza, sin embargo no se veía igual a los de Perea, considerados medio paganos y medio judíos, además de guardar aviesas intenciones. La cizaña del campo, denominaban habitualmente a Perea. Estaba situada a la otra orilla del Jordán (“el país de más allá”), de terreno abrupto y rápidos torrentes. Compartía frontera al noroeste con Samaria, al oeste con Judea y al sur con el Mar Muerto.
LA SOCIEDAD JUDÍA EN EL SIGLO I Y SU ECONOMIA
Antes de profundizar en los aspectos sociales de la vida judía de aquellos tiempos, es necesario señalar que todos ellos están relacionados con los hombres. La sociedad judía era obsesivamente patriarcal. La mujer era considerada inferior al hombre. Como una pertenencia de éste. Primero de su padre y luego de su marido. Incluso si se quedaba viuda y no había tenido hijos varones, pasaba a ser una propiedad de su cuñado.
En el núcleo familiar, el padre era como un pequeño monarca, dueño del destino de hijos, mujer y esclavos (no judíos). Baste señalar que para lavar al señor de la casa servían tanto los esclavos paganos como la mujer, pero no un esclavo judío, porque, pese a ser esclavo, sí era considerado hombre y por tanto merecía más respeto que la mujer. Ésta, era sólo respetada como madre y mucho más si su descendencia era de varones. Ni siquiera recibía instrucción religiosa porque se creía que era incapaz de comprenderla. Por todo ello, el mundo social judío era de uso exclusivo del hombre.
El principal poder económico era ejercido por una veintena de poderosas familias de Jerusalén, a quien el propio evangelista Lucas califica como “los notables del pueblo” (Lucas, 19;47). O bien eran dueños de grandes latifundios (especialmente en Galilea) o bien controlaban el cobro de los opresivos tributos romanos. Y muchas veces ambas cosas. La mayoría de ellos eran saduceos (luego hablaré de los distintos grupos religiosos) y formaban parte del Sanedrín. Obviamente, eran pro-romanos, ya que el Imperio les concedía tal favor a cambio de incidir con su presencia en algunas decisiones de este mismo Sanedrín.
No cobraban directamente los impuestos al pueblo, sino que delegaban en unos cobradores conocidos como publicanos, mucho más pobres y bastante mal vistos. Sin embargo, no eran la parte principal del Sanedrín, papel reservado para los sacerdotes del Templo, y en especial para el Sumo Sacerdote, presidente de este Sanedrín. Los sacerdotes heredaban el cargo de sus padres, ya que para poder ejercer como tal era condición sine qua non el demostrar ser descendiente de Aarón, razón por la que formaban un círculo cerrado y compacto. De los cuidados del templo se encargaban hasta 300 sacerdotes, a los que ayudaban en sus tareas unos 400 levitas, una especie de ayudantes que se ubicaban un escalafón más abajo (El Templo de Jerusalén, corazón del pueblo judío, requería de múltiples atenciones). Tampoco los sacerdotes, especialmente la élite, se oponían nunca frontalmente a Roma. No hay que olvidar que era el Gobernador romano quien elegía al Sumo Sacerdote.
Además de estos poderosos grupos, existía otro pequeño grupo que formaban los artesanos, comerciantes y los dueños de residencias de hospedaje. El resto de judíos, era pobre o muy pobre. Desde los mendigos, que a las faldas del Templo pedían limosna para sobrevivir (había muchos mendigos en Jerusalén), los jornaleros, que en lugar de mendigar limosna mendigaban trabajo, los escribas (excepto la cúpula farisaica del Sanedrin), que medio mendigaban también a cambio de sus enseñanzas religiosas, los esclavos, la mayoría al servicio de Herodes y su círculo en Palacio, hasta los antes nombrados publicanos, quienes a los impuestos que cobraban gravaban una cantidad que se quedaban ellos para vivir.
GRUPOS RELIGIOSOS JUDÍOS Y SUS IDEOLOGÍAS
En tiempos de Jesús existían cuatro grupos judíos de ideología marcadamente diferente, refrendado por el status social de cada uno de ellos, así como con la manera de relacionarse con los demás. Estos grupos, o partidos político-religiosos, serían los saduceos, los fariseos, los zelotas y los esenios.
Saduceos: Eran la alta aristocracia judía, conformando la nobleza sacerdotal (sacerdotes del Templo) y la laica (“los notables del pueblo”). Generalmente, por norma apoyaban al régimen vigente, para poder permanecer en tan privilegiada situación. Por ello eran duramente criticados por sus principales rivales, los fariseos, con quienes ya habían tenido fuertes disputas desde tiempos de Alejandro Janeo, a quien los saduceos pidieron que “acabara” con los fariseos. En lo estrictamente religioso, eran firmes defensores de la autoridad del Pentateuco (ley escrita), anteponiéndola a la ley oral. No creían en la resurrección de los muertos (porque nada decía de esto la Torah), así como tampoco creían ni en la providencia, ni en la intervención de ángeles ni espíritus en el mundo terrenal. Precisamente en este mundo terrenal es donde afirmaban que Dios recompensaba a los fieles, justificando con este planteamiento el derecho a sus riquezas y su alto status. Obviamente eran de ideología conservadora, poco o nada proclive a los cambios.
Fariseos: De bastante menor relevancia que los saduceos, en cuanto a poder se refiere, había sin embargo una cúpula que conformaba la aristocracia intelectual de Israel, con voz y voto en el Sanedrín. Eran auténticos estudiosos de la ley y se vanagloriaban de ser los más preparados para interpretar las escrituras. Interpretaciones que chocaban con la rigidez saducea muchas veces. Por ejemplo la de que a Dios se le podía adorar desde cualquier lugar, restando al Templo de Jerusalén la importancia que los saduceos pretendían que tuviera. También afirmaban que Dios les prefería a ellos, ya que para Él lo más importante era el estudio de la Ley. Encontramos artesanos o comerciantes entre los fariseos, así como algún que otro sacerdote. Aunque por lo general no tenían ningún vínculo familiar con la nobleza (procedían del pueblo) pretendían ostentar un nivel superior al del pueblo llano, al que menospreciaban por ignorancia para comprender la ley de Dios. Los fariseos estaban convencidos de la próxima llegada de un Mesías que les liberara del yugo romano
Zelotas: Podría decirse que eran un grupo de ideología farisaica, pero de carácter integrista y radical. El pensamiento farisaico llevado hasta el último extremo, utilizando la violencia, el secuestro o el asesinato. Para ellos era inconcebible que Israel estuviera dominado por una potencia extranjera. Sólo Dios tenía potestad para gobernar al pueblo judío y sólo a Él se debía adorar. Por ello emprendían acciones violentas sobre los invasores romanos, pero también contra los judíos que les apoyaban. En la primera mitad de siglo (cuando vivió Jesús), los zelotas eran grupos poco numerosos y dispersos, pero en la segunda mitad aumentaron su influencia, llegando a liderar la rebelión contra Roma del año 66.
Esenios: Este grupo judío era verdaderamente peculiar, ya que vivía apartado de todas las intrigas políticas de unos y otros, practicando una vida ascética y casta. Creían en la inmortalidad del alma y en que sólo una vida pura y recta podía hacer que esa alma se salvase. Veían a las mujeres como un foco de impureza, ya que las consideraban malas por naturaleza. Con estas palabras los describe el mismo Plinio el Viejo (N.H. 5; 17,4): “Son una gente única en su género y admirable para todos los demás del mundo entero, sin mujeres y renunciando a la sexualidad enteramente, sin dinero ni otra compañía que las palmeras”. Desde su apartado ascetismo, se decía que estudiaban el poder de sanación de algunas plantas, atribuyéndoles también otro tipo de sanaciones milagrosas por imposición de manos. También creían en el Juicio final y en la llegada de un Mesías, en un futuro no muy lejano, así como en la resurrección.
OTROS DATOS INTERESANTES A TENER EN CUENTA
Sanedrín: Era el órgano de máxima autoridad, con delegaciones de 23 jueces en cada ciudad judía. El más importante, por supuesto, era el Gran Sanedrín, ubicado en la sagrada Jerusalén. Dictaba justicia religiosa y civil, aunque estaba privado de condenar a muerte sin la autorización del gobernador romano. En tiempos de Jesús, el territorio judío era una auténtica teocracia.
Escribas: Son los que interpretan la ley. La aristocracia intelectual judía (fariseos). Existen dos grupos: uno “oficial” y más poderoso, con participación en el Gran Sanedrín y derecho exclusivo en la ley oral. Y un segundo grupo de escribas, más numeroso pero menos relevante, cuyos servicios ofrece al pueblo a cambio de óbolos y limosnas. Como dice el evangelista Marcos (12,40) “que se comen los bienes de las ciudad con pretexto de largos rezos”
Gobernantes judíos: Herodes el grande será rey vasallo de Roma hasta el 4 A.C., le sucederán, ya sin el título real, sus hijos Filipo (Iturea), Antipas (Galilea y Perea) y Arquelao (Judea, Samaria e Idumea). Este último será depuesto en el año 6 por Roma y sus tierras pasaran a ser parte de la provincia romana de Siria, gobernadas por un procurador romano desde Cesarea. Pilatos ejercerá este cargo desde el 26 hasta el 35.
Libros sagrados judíos: Por excelencia, el texto grado judío es la Torah (Pentateuco), formado por Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio. El convencimiento de que estos libros fueran escritos por el propio Moisés hace que también fueran conocidos como “ley mosaica”. Pero también había otros textos considerados sagrados. Eran los libros de los profetas y los libros de los escritos. Formaban un total de 24 textos más, conocidos como la Tanaj.
Mesías: Era un término que “se puso de moda” (si se me permite esta licencia literaria) en el cautiverio de Babilonia. Incluso algunos vieron en el libertador Ciro a ese Mesías. Hay muchas profecías mesiánicas en la Torah y, a razón de la dominación romana, volvieron a emerger con fuerza, esperando a ese ungido de Dios, a ese liberador imbuido de el espíritu de Dios, que les liberase del yugo romano y devolviese la paz y hegemonía a Israel.
La tradición oral: Es la interpretación de la ley escrita, hecha por rabinos. Una especie de exégesis judía de la Torah. Básicamente son preguntas y respuestas, producto de las discusiones rabínicas sobre las leyes judías, recogidas en un libro llamado Talmud. Bueno, más que de uno deberíamos hablar de dos. El Talmud babilónico, redactado en Babilonia, y el de Jerusalén, redactado en la ciudad sagrada judía.
Sinagoga: Se cree que iniciaron su andadura durante el cautiverio en Babilonia, siendo lugares habilitados para la reunión de judíos a fin del estudio de las escrituras y la religión. No necesitaban de grandes alardes, pudiendo ser casas comunes, aunque también había sinagogas enormes y ornamentadas. En tiempos de Jesús habría varios cientos de ellas en Jerusalén. Cada una estaba administrada por un notable (o de tres, en caso de mucha afluencia) y se reservaba la voz cantante a un rabino o a un fiel cultivado.
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Artículo muy necesario a la hora de interesarse por el ámbito en que se desarrollar la vida de Jesús.
El enlace no lleva a ningun subforo donde comentar. Lo hago pues, aqui.
Al principio, romanos y judíos se entendieron bien. Tenían bastante en común. Los judíos disfrutaban de cierta autonomía, sobre todo en las ciudades donde eran numerosos, y se les respetaban sus leyes y prácticas religiosas. Las cosas cambiarían, no obstante, con el imperialismo romano, sobre todo en Palestina, al ser sometida por Roma y pasar a formar parte de la provincia de Siria. El carácter divino de Augusto era intolerable para los judío y su tributo imperial. Judas el Galileo se constituyó en abanderado de la rebelión, los celotas, con el lema: «No más soberano que Dios.», lo que contribuyó a intensificar el fervor mesiánico. Las relaciones se fuerondeteriorando rápidamente. El antagonismo de los judíos creció todavía más cuando Calígula, apegado a sus honores divinos, intentó que le erigieran una estatua de oro en el Templo de Jerusalén. El Anticristo se revelaba así también, en adelante, como alguien que pretendía ser Dios y se sentaba en su Templo (2 Te 2,4).
A mediados del siglo I de nuestra era, los cristianos no se distinguían fácilmente de los celotas judíos. En realidad, muchos de ellos eran celotas (Hch 21, 20). El emperador Claudio, que sucedió a Calígula, juzgó necesario escribir a los judíos de Alejandría para advertirles que no debían recibir a los judíos itinerantes de Siria ni fraternizar con ellos si no querían ser tratados como cómplices de la propagación de «una peste que amenazaba al mundo entero». Esta claro que los judios nazoreanos o cristianos y sus afiliados gentiles ya eran famosos y que habian montado cierto revuelo. Más drásticamente, ordenó que fueran expulsados de Roma los judíos (extranjeros), «quienes de continuo provocan disturbios a instigación de Cresto» (es decir, fomentaban la agitación mesiánica y prognosticaban la destrucciond e Roma -Apocalipsis- y el advenimiento de un nuevo orden mundial). Dión Casio refiere que Claudio cerró las sinagogas de Roma debido a la propaganda mesiánica, en la que se incluía la predicación del Evangelio.
Muchos habitantes judíos de las provincias romanas se alarmaron ante la llegada de aquellos celotas que ponían en peligro su propia seguridad, si era cierto lo que se decía de sus actividades subversivas. Los judíos de Tesalónica tomaron a Pablo y a su compañero Silas por dos de estos agitadores. Como medida de autoprotección, los denunciaron, informando a los jefes locales de que «esos subversores del mundo civilizado (el Imperio Romano) han llegado ya aquí... y actúan todos ellos en contra de los decretos imperiales, diciendo que hay otro rey, Jesús». Más tarde Pablo, en Cesárea, fue llevado a juicio ante el procurador Félix y acusado de ser un «hombre pestífero, promotor de desórdenes entre todos los judíos del Imperio y cabecilla de la secta de los nazarenos».
Es de notar que una de las causas por las que, en el Imperio, cada vez menos judios ingresaba en las comunidades cristianas era la composición de estas últimas. Muchos de sus miembros eran esclavos sin derechos, que encontraban en ellas refugio, mientras otros, que pertenecían a la hez de la sociedad, se sentian atraidos por la promesa del perdón divino.
Los cristianos llegaron así a diferenciarse tanto de los judíos como de los gentiles. Se les atribuían prácticas horribles durante sus ágapes, y se les calificaba de «enemigos del género humano». A pesar de todo siguieron multiplicándose, proclamando la salvacion del pecado y la esperanza de una vida eterna mediante la identificación con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección, misterio comprensible e hallaban familiarizados con los «misterios» o cultos secretos de Mitra. A diferencia de otras asociaciones o cultos, iniciación eran costosos, la Comunidad de Cristo no era en modo alguno selectiva y hasta los esclavos gozaban en ella de iguales derechos. Los parias sociales del momento acudian a esta fe; el esclavo y el marginado social, el pervertido y el paria se sentian atraidos por el cristianismo provocando no pocos trastornos internos y contribuyendo a la mala fama de los cristianos en el exterior. ¿Acaso no tenían asegurada sin dinero ni precio», así como un puesto de favor y bienestar cuando Jesús regresara a la tierra?
Los romanos asumieron directamente el gobierno de la patria judía en el año 6 dJC. La totalidad del territorio se hallaba sometida al legado de Siria, cuya sede estaba en Antioquía, y así el poder romano se extendia de hecho a todas partes, aunque de modo más inmediato a Judea, administrada por el procurador romano desde el puerto marítimo de Cesárea.
Tras un relativa calma, el pueblo judío sintió aún con mayor viveza los efectos m romana al ser nombrado procurador de Judea Pilato en el año 26, de manera muy dura y represiva, autoritaria. Los sumos sacerdotes empezaron a ser nombrados por los romanos y, en gran medida, colaboraban con el régimen del que dependía su puesto. Algunos de ellos habían recurrido al soborno para obtenerlo y eran considerados como traidores a Israel. A este grupo pertenecían los funcionarios que actuaron contra Jesús, mientras las multitudes judías estaban de su parte.
En semejantes condiciones, muchos patriotas judíos habían quedado fuera de la ley y se veían obligados a vivir del atraco y otras formas de violencia. Los pescadores del lago de Genesaret hacían buenas migas con estos rebeldes, y a menudo servían de enlace entre ellos y sus simpatizantes secretos. Sin duda algun apostol era celota, y no pocos llevaban dagas, como Pedro, que uso en el Huerto de los Olivos, para cumplir la profecia de “le contaron entre los malhechores”
El siervo incapaz de pagar a su señor las exorbitantes sumas que se le exigen puede ser vendido, al igual que su mujer y sus hijos, para liquidar la deuda (Mt 18, 25). Una pobre viuda, privada de sus escasos medios de vida por un desaprensivo, ha de hacer valer sus derechos ante un juez corrompido, «que no teme a Dios ni a los hombres», y sólo sale adelante gracias a su importunidad (Le 18,1-5). El robo y el asalto están al orden del día (Mt 6,19; 24, 23; Le 10, 30). Un rico, odiado por su dureza, va a divertirse al extranjero, dejando atrás a sus siervos con el encargo de acumular dinero para él durante su ausencia so pena de castigarlos a su regreso (Le 12, 16-21). El plutócrata banquetea opíparamente en su quinta de recreo, sin preocuparse en absoluto del mendigo cubierto de llagas que yace a su puerta (Le 16,19-31). El capitalista, satisfecho de sus ganancias, decide retirarse con ellas para disfrutarlas egoístamente (Le 12, 16-21). Con el espíritu embotado por las privaciones, las gentes sencillas van como perros en pos de cualquier bienhechor (Mt 9, 23-25; 15, 30-31). Los fasos profetas se aprovechan sin escrúpulos de la miseria del pueblo (Mt 7, 15-16). Al menor signo externo de descontento, las fuerzas ocupantes diezman a sangre fría a las masas, aun reunidas con fines religiosos (Le 12,1-2). Reformistas y predicadores patrióticos son arrestados, cuando no sumariamente ejecutados (Mt 10, 16-39). Las almas nobles corren graves riesgos al dar cobijo a tales personas (Mt 10, 16-39). Abundan los espías e informadores, que se mezclan con la muchedumbre para cazar al vuelo cualquier comentario hostil a las autoridades (Mt 13, 9-13) o para formular preguntas capciosas con trasfondo político (Mt 15, 15-21). Los poderes públicos viven en constante temor de insurrecciones populares (Mt 26,5).
Todas estas cosas y otras muchas fueron observadas y experimentadas por Jesús. Galilea hervía en agitación. La mendicidad llegaba a extremos inconcebibles en un país acostumbrado, no obstante, a la figura del pordiosero. El robo con violencia era tan común que los tribunales de justicia no daban abasto. Cundían las enfermedades de todo tipo, especialmente las de origen nervioso. Un médico que visitara los pueblos y pequeñas ciudades quedaba desbordado por el sinfín de casos que se le presentaban: neurópatas, ciegos, sordos, mudos, leprosos, epilépticos, paralíticos... Muchas de estas afecciones se debían a las condiciones políticas y económicas del país. La histeria era frecuente entre las mujeres, y los hombres vivían atenazados por el miedo. Reinaba sobre todo un gran temor al Maligno y sus demonios, enemigos, según se suponía, de la redención de Israel. Florecían en este ambiente la superstición y el celo religioso. Algunos se entregaban angustiados a la oración y rigurosos ayunos, mientras un número indefinido de pobres diablos vagaban desnudos, como salvajes, por los lugares desiertos, refugiándose en tumbas y entre las peñas.
El sistema de espionaje ideado por Heredes el Grande para enterarse de lo que se comentaba en las reuniones de ciudadanos seguía funcionando. Cuando Jesús hablaba de la inminente llegada del Reino de Dios, refiriéndose no a un reino celestial en el más allá, sino a una nueva era en la tierra, tocaba un tema peligroso. Tenía que expresarse con parábolas, para que su mensaje se captara con cierta ambigüedad. Él mismo lo indicó al decir: «Quien pueda entenderme que me entienda.» De igual modo, hasta el momento en que había de revelarse defi-itivamente en Jerusalén como Mesías, adoptó para sí el sinónimo de los místi-as, Hijo del hombre, lo que a oídos de las masas y de los espías gubernamentales connotaba que aspirara a ser rey de los judíos (Jn 12, 34). Si Jesús no hubiera mi tomado estas precauciones, su ministerio habría tenido un fin abrupto cuando penas comenzaba, ya que toda pretensión de realeza en cualquier parte del Imperio Romano, sin contar con la autoridad del César, constituía un acto de alta traición. Precisamente el cargo que motivaría la crucifixión de Jesús fue el de proclamarse rey de los judíos, como lo especificaba el letrero que pusieron en la cruz.
Los celotas entendían que para los judíos fieles no había más soberanía que la de Dios. Israel vivía tiempos de crisis; para las multitudes, la úItima gran crisis, en la que Dios tendría seguramente que intervenir. Y. acababa de surgir del desierto la figura de un hombre cuyo atuendo y porte lo asimilaban a los antiguos profetas: Juan el Bautista.
En las lapidarias sentencias del Sermón de la Montaña Jesus como eran de críticos aquellos tiempos.
Tacito dijo: “Entre las calamidades de aquella aciaga época, la más lamentable fue el degenerado espíritu con el que los primeros personajes del Senado aceptaron el pesado yugo de convertirse en vulgares informadores; los unos a plena luz, los otros valiéndose de clandestinos artificios. El contagio fue epidémico. Parientes próximos, gentes de sangre distinta, amigos y extraños, conocidos y desconocidos, todos, sin excepción, corrían el mismo peligro. Tan destructivo se revelaba el acto reciente como el rememorado. Las solas palabras bastaban, ya se hubieran pronunciado en el foro o entre los placeres de la mesa... Los informadores competían, como si de una carrera se tratara, sobre quién sería el primero en acabar con su hombre; algunos para protegerse a sí mismos, la mayoría infectados por la general corrupción de los tiempos.»
Cuando aún vivía Jesús, Sabino, eminente romano del orden ecuestre, fue apresado en Roma y arrastrado por las calles hasta el patíbulo, donde se le ejecutó sumariamente en un día de fiesta. Esta monstruosa innovación es un acto deliberado de Tiberio, que perseguia una política de crueldad sistemática. Si esto ocurría en la propia Roma qué le podia preocupar más entonces a un romano en aquel tiempo: el que se hacia llamar rey de los judíos, blasfemando contra el contra el divino César? La suerte de tal sujeto que estuviera tan loco de afirmar tal cosa estaba clarisima.
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