No se puede escatimar elogios a un rey como Filipo II, rey de Macedonia, cuyo reino muchos en la “Hélade”, opinaban con aplomo, que era un país semi-bárbaro, carente de las virtudes que adornaban en cuanto a cultura y saber, a los más rancios países de la antigua Grecia, a los cuales, Atenas era quien abanderaba el liderazgo.
Pero Filipo II no fue un rey corriente cuando tomó posesión de su reinado allá por el año 359 a. de C., un año en que el nuevo monarca tomaba posesión de lo que hoy en día se podría llamar una, “manzana envenenada”.