El último "borboneo" del Rey
El general Primo de Rivera, dándose cuenta de que imponían poner fin a aquella interinidad ya tan prolongada, en el Consejo de Ministros del 31 de diciembre de 1929 expuso ante el Rey un proyecto para convocar, en el curso del primer trimestre del año 1930, unas elecciones municipales y provinciales, (...)para el retorno a la normalidad constitucional y establecer el estatuto correspondiente.
El Rey, que ya conocía este proyecto antes de que le fuera presentado en el Consejo, invitó a los ministros reunidos a exponer su opinión sobre él. Estos se limitaron a apoyar a su Presidente, sin argumentar ni en favor ni en contra; mas su misma reserva ponía en evidencia lo forzado de su conformidad. El rey se sumó a aquella indiferencia y la interpretó según sus deseos.
Esta reserva del Rey, por primera vez quizá puesta de manifiesto en sus relaciones con el Dictador, alarmó a éste profundamente, agudizando su desconfianza siempre despierta en las posibles influencias que pudieran haberla determinado, y al día siguiente de la celebración del Consejo, el l.° de enero, publicaba en la prensa un largo articulo en el que, haciendo consideraciones sobre el presente y el porvenir de España y rechazando algunos cargos que, a su juicio, se hacían contra su gestión gubernamental, aludía al ambiente que se había creado a la Dictadura.
Así las cosas en el interior del Gobierno, y bien manifiesta la reserva del Rey a aceptar los proyectos del Presidente, en la mañana del domingo 26 de enero publicó éste en la Prensa una nota oficiosa, enviada aquella madrugada a las redacciones de los periódicos. La nota contenta, entre otros, estos párrafos: Como la Dictadura advino por la proclamación de los militares, a mi parecer interpretando sanos anhelos del pueblo, que no tardó en mostrar su entusiasta adhesión, con la que, más crecida aún, cree seguir contando hoy, ya que esto último no es fácil de comprobar numéricamente, y lo otro sí, a la primera se somete, y autoriza o incita a los diez Capitanes generales. Jefe superior de tas fuerzas de Marruecos, tres Capitanes generales de Departamentos Marítimos y Directores de la Guardia Civil, Carabineros e Inválidos, a que, tras breve, discreta y reservada exploración, que no debe descender de los primeros jefes de unidades y servicios, le comuniquen por escrito, y si lo prefieren se reúnan en Madrid bajo la presidencia del mas caracterizado, para tomar acuerdo, y se le manifieste si sigue mereciendo la confianza del Ejército y de la Marina.
Si le falta, a los cinco minutos de saberlo, los poderes de jefe de la Dictadura y del Gobierno serán devueltos a Su Majestad el Rey, ya que de éste !os recibió haciéndose intérprete de la voluntad de aquellos. Ahora pido a mis compañeros de armas y jerarquías que tengan esta nota por directamente dirigida a ellos, y que, sin pérdida de minuto, pues ya comprenderán lo delicado de la situación, que este paso, cuya gravedad no desconozco, crea al régimen que presido, decidan y me comuniquen su actitud. El Ejército y la Marina, en primer término, me erigieron Dictador, unos con su adhesión, otros con su consentimiento tácito; el Ejército y la Marina son los primeros llamados a manifestar, en conciencia, si debo de seguir siéndolo o debo de resignar mis Poderes.” (Dámaso Berenguer en “De la Dictadura a la República”) Esta consulta que el general hace a los Capitanes Generales esperando seguir contando con su apoyo recibe la desagradable respuesta de éstos donde sólo reiteran su lealtad al rey y eluden cualquier otro comentario. Aunque Primo hacía alarde en muchas ocasiones, de la frase “a mi no me borbonea nadie”.
El rey ha creído llegado el momento de cambiar de cabalgadura y salir impoluto de tan larga carrera a lomos de “su general”. El 28 de enero de 1930 Primo de Rivera presenta a Alfonso XIII su dimisión. “Iniciado como una esperanza profunda y dilatadamente sentida por la opinión pública—dice José Pla—el Régimen del general Primo de Rivera terminó su existencia en medio de la hostilidad de algunos, del alejamiento de los más, de la indiferencia casi universal del país.” Esta vez el “borboneo” de Alfonso XIII, no le iba a salir gratis.
La noticia del fallecimiento del Dictador en su exilio de París, produjo un desagradable efecto entre sus antiguos seguidores y sobre todo en la mayoría de los militares que le secundaron y sacaron provecho de su lealtad con el Dictador. Como recambio al general caído, puso al frente del Consejo a otro general, este de la “casa”. Dámaso Berenguer, Comandante general de Alabarderos y jefe de su Casa Militar, hombre más afín a la monarquía no se podía encontrar, pero los resultados de esa decisión no cumplieron sus expectativas. El tiempo demostraría las impensables reacciones de hombres de los que se esperaban otras bien distintas.
El rey pugnó por reanimar un gobierno constitucional lo más pronto posible, esperaba que quizás al año siguiente a la caída de Primo se pudiera reconducir la situación y situarla según sus deseo, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Muchos partidarios de Alfonso XIII, tanto en el Ejército como en los partidos dinásticos, agraviados por la conducta hacia ellos por los gobiernos de Primo, ahora se mostraban reticentes a los proyectos del rey y con el fin de resarcirse de supuestos o reales ultrajes, pusieron condiciones a su posible apoyo, mientras, quizás no muy seguros del éxito de lo que el rey les demandaba, emprendían un peligroso coqueteo con movimientos antimonárquicos que estaban proliferando.
La violación por Alfonso XIII de la Constitución y aquella pirueta de intento de regresar a ella como ahora pretendía, repugnó a muchos de sus partidarios, y es posible que hasta el propio monarca se diera cuenta, de lo poco legitimo de su proyecto. Los gobiernos reales que siguieron a la caída de Primo fueron indecisos, escépticos del papel que les tocaba jugar y desde luego apáticos y carentes de nervio. Después del régimen dictatorial, ahora se había sustituido por blandura de las medidas de orden público. El pueblo, siempre sagaz y oportuno en sus juicios, lo bautizó como la “Dictablanda” La falta de enérgicas disposiciones que cuando menos limitaran la libertad de movimientos de sus contrarios, enemigos y agitadores, permitieron que con mejor o peor suerte se organizaran.
La izquierda tuvo la ventaja entre enero de 1930 y abril de 1931 de tener enfrente a aquellos gobiernos medrosos y vacilantes, demostración palpable de un régimen en bancarrota. La identificación de la Monarquía con la Dictadura de Primo de Rivera había dado a las izquierdas una popularidad y legitimidad muy superiores a las que habrían conseguido sobre la base estricta de los cambios acaecidos en la estructura social y económica de España durante las décadas precedentes. Aunque el alcance de las transformaciones en la opinión pública no saldría a la superficie hasta las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 (convocadas en el marco de los planes de Alfonso para volver a la legalidad), ya a principios de 1930 un ex ministro conservador, Ángel Osorio y Gallardo había sabido captar el nuevo estado de ánimo general con estas palabras: "En mi casa, hasta el gato se ha hecho republicano".
Autor: Cosmos12
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