La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
Durante todo el reinado de Fernando VII, donde ya se había roto aquella unidad de los hispanos que había hecho posible la derrota de Napoleón, Nuestro país estaba dividido en dos bandos enfrentados de forma cerril e irreconciliable, llevados de un odio feroz a sus oponentes y capaces de llegar a los más extremos de crueldad inimaginables: por un lado “los apostólicos” , añorando los tiempos de los temidos inquisidores Torquemada y Valdés, y los masones “doceañistas”, los cuales eran seguidores de la Revolución Francesa, deseando y disculpando sus excesos.
(Las guerras carlistas, pintura de Carlos Saénz de Tejada)
El rey Fernando reprimió con dureza ambas facciones y logró en la última etapa de su reinado una paz muy precaria, que propició el resurgimiento de la economía y la cultura patrias, el cual comentaba que él era como un tapón de cerveza que impedía que saliera el espumoso liquido a presión; parodiando una frase de su bisabuelo, Luis XV,” Después de mí , el Diluvio”.
Pero había una minoría, más culta y humana, que sin renegar de su tradiciones, estaban dispuestos a integrarse en la nuevas corrientes que soplaban por Europa, y por ello integrar a nuestra Patria en ellas y deseando una convivencia entre nosotros, pero que siempre chocaba con los más exaltados. Fernando VII después de tres matrimonios fallidos, en cuanto a descendencia, fue con su cuarta esposa que tuvo dos niñas Isabel y Luisa Fernanda, pero seis meses antes del nacimiento de Isabel, provoca en marzo de 1830 la Pragmática Sanción de Carlos IV, que dejaba sin efecto el Reglamento de 1713, el cual excluía a las mujeres del trono. En este panorama no muy alentador, el día 24 de octubre de 1833, en la plaza del Palacio fue proclamada , con el fausto y solemnidad a los que nos tenía acostumbrados ,como reina , una niña de tres años Isabel II.
(La reina gobernanta doña María Cristina en la época de su regencia, Retrato de Vicente López, Museo del Pardo, Madrid)
El rey Fernando VII, en su testamento (Aranjuez, 12 de junio de 1830) designó como regente a su esposa Doña María Cristina de Borbón-Dos Sicílias, para que gobernase el reino con absoluta autoridad, debido a la minoría de la descendencia que él esperaba. Para asistirla y asesorarla y constituirse en “Consejo de Regencia” en el caso del fallecimiento o incapacidad de la reina gobernadora, el rey ya fallecido había designado un “Consejo de Gobierno”, formado por los elementos más moderados de los partidos. Como cabeza visible ,el cardenal Francisco Marcó y Catalán, acompañado por dos grandes de España, el duque de Medinaceli y el marqués de Santa Cruz, los generales don Francisco Javier Castaños y el marqués de las Amarillas, más los magistrados don José María Puig y don Francisco Javier Caro, siendo el secretario del Consejo, el conde de Ofalia.
Creo sinceramente que ningún gobierno de España se hizo con el poder en unas circunstancias tan difíciles, como el actual. Deseoso de captar un amplio abanico de personajes de valía para el partido de la reina niña, dictó en el 23 de octubre de 1833 un completísimo decreto de amnistía que complementó el ya promulgado en tiempos de Fernando VII, permitiendo el retorno, con restitución de bienes, decretos y honores, a don Agustín Argüelles ,así como de otros treinta diputados de las antiguas Cortes. Pero estos liberales españoles volvieron del destierro, como los aristócratas emigrados en la Revolución Francesa, “sin haber olvidado nada, ni aprendido nada tampoco”, o sea sin haber sacado experiencias del terrible bienio sufrido. Por otro lado, el infante don Carlos, desde el palacio de Ramalho, en Portugal, donde sufría destierro, hizo llegar su más enérgica protesta por la jura de Isabel II como princesa de Asturias. Su destierro en el vecino país, en contra de las órdenes del rey, amenazaba con hacer estallar con toda su tenacidad, violencia y bravura al partido apostólico. Es de por si muy interesante y aclaradora la lectura de la correspondencia entre los dos hermanos, publicadas en la “Historia de España”, apéndice al tomo XIX escrita por don Modesto Lafuente.
(Grabado francés de la época, titulado “Armas en venta” que representa a la reina de España, en su trono protegida por la reina regente, mientras los representantes de Francia e Inglaterra sostienen el cetro de la niña, mientras a la izquierda, los representantes del pueblo, con abundantes frailes intentan echarlo abajo alegando la vigencia de la Ley Sálica y detrás de los Pirineos un general extranjero, sentado sobre un barril de pólvora, espera vender sus viejas armas al mejor postor.)
En este año de 1833, la situación en Europa era claramente favorable a Isabel II, con la subida al poder en Francia (unos años antes), de Luis Felipe de Orleans, al cual era más favorable el gobierno de María Cristina, su sobrina, que al legitimismo de don Carlos. El rey de Francia era partidario de la doctrina de la “cuasi-legitimidad”, esto es la transición entre el principio monárquico puro y la voluntad de la nación, apoyaba a nuestra reina, simplemente por no ser la heredera legítima. Lo mismo ocurría en Inglaterra, con la misma doctrina, ya que los reyes eran Estuardo, no Hannover. Los que si se habían posicionado a favor de Carlos, eran Nápoles, Cerdeña y Portugal, pero el reino de las Dos Sicilias contaba poco en el panorama político europeo y en Portugal, don Miguel, que era un carlista convencido, estaba sitiado en Coimbra, por su hermano don Pedro, apoyado por los aliados(ingleses y franceses)
Una tragedia esperaba a nuestra España que sería violenta y duradera, en cuyo interior las fuerzas opuestas e irreconciliables estaban prácticamente igualadas. Pero unos estaban diseminados por los núcleos urbanos y rurales, siendo partidarios del gobierno absoluto del rey ,y esperanzados en la vuelta de don Carlos.
Los Apostólicos
En una lado, se encontraban los apostólicos, verdaderos paladines de la causa de don Carlos. Eran en su gran mayoría, los religiosos de todas las Ordenes, con una notable influencia en los pueblos de España, eran los párrocos pueblerinos, los hidalgos rurales, valientes y arriesgados y en general los que habían padecido los gobiernos masónicos del 1812 y 1820, en cuyos oídos aún resonaban los acordes del “trágala”.
Y en el otro bando, estaban los grandes de España, cortesanos del gobierno de fallecido Fernando VII, todo el conglomerado de funcionarios y una gran parte de los habitantes de las ciudades más importantes. Pero ante todo los más firmes defensores del trono de Isabel II, eran los que a la postre le dieron la victoria; los intelectuales y la oficialidad del ejército.
El siglo que nos ocupa, el XIX tan funesto en otros menesteres, fue muy pródigo en la literatura y las artes, y así se afiliaron al partido de Isabel II, excelentes pensadores y los más brillantes literatos, a quienes la reina gobernanta, gran amante de la cultura y las artes, tuvo el buen tino de mimarlos y protegerlos . Muy diferente en el caso de sus adversarios en la primera guerra carlista-que no en la segunda-, fueron muy pocos los intelectuales de prestigio que se alinearon con el pretendiente don Carlos, ya que los partidarios de este no se fiaban de un gremio más o menos contaminado de liberalismo.
Se cuenta una anécdota de uno de los generales de don Carlos, que le comentó; “Señor, nosotros los brutos llevaremos a vuestra Majestad a Madrid” y claro está no lo llevaron porque los brutos no llevan a nadie a ninguna parte.
(Cazadores de la Guardia Real de Fernando VII e Isabel II, Biblioteca Nacional de Paris)
El otro elemento de muchísimo valor, que estaban decantados por la gobernadora, eran los oficiales del ejército español. En los últimos años del reinado de Fernando VII, este con la colaboración del marqués de Zambrano y del conde de España, habían conseguido formar un ejército “propio”, con una oficialidad, en la que tuvo el buen tino de rechazar a los apostólicos y doceañistas. El marqués de Zambrano, con el ojo puesto en el ejército francés, se dedicó a organizar los regimientos de la Guardia Real, con los jóvenes de las mejores familias y de la más brillante tradición militar, los cuales ingresaron en la oficialidad y con una disciplina férrea, formaron unos cuadros de mando de gran eficacia.
Pero fueron los liberales exaltados e intolerantes los que alimentaron la llama del carlismo por más tiempo, a causa del formidable poder que llegaron a tener en algún tiempo. Son muchísimos los adictos, que en los primeros tiempos del reinado de Isabel II, creyeron ver en don Carlos la única salvación para la España de las tradiciones.
El 4 de octubre de 1833, la reina gobernadora publicó un manifiesto al país , intentando ser conciliadora, ofreciendo la defensa de la religión católica y el mantener las leyes fundamentales de la monarquía y también una reforma radical del sistema administrativo del Estado. Pero los liberales, aún los más moderados, aspiraban a más y el ministerio Zea Bermúdez encontró una oposición, alentada por los infantes don Francisco de Paula y doña Carlota Joaquina, unos advenedizos amantes de las intrigas palaciegas, y el embajador inglés, Villiers, el cual protagonizó una serie de repetidas injerencias en la política española. También intervino el ejército, con los capitanes generales Quesada de Castilla la Vieja y Llauder, de Cataluña, cuya voz fue decisiva y provocaron la destitución de Zea Bermúdez por la reina y el encargo de tomar la cartera del Estado (el equivalente a la presidencia del Consejo de Ministros) a don Francisco Martínez de la Rosa. En esta prematura crisis, (15 de enero de 1834), se vislumbran ya los dos peligros, cuyos males azotaron nuestra Patria; la injerencia de Inglaterra y Francia y la coacción de los militares en temas políticos.
El propósito de la reina al darle el mando a Martínez de la Rosa, era buscar el apoyo de los liberales, los cuales tenían pánico al periodo doceañista e intentaban una transacción entre el liberalismo y la monarquía, bebiendo de las fuentes de Francia e Inglaterra. Las circunstancias dejaron patente que las buenas intenciones, la inteligencia y la rectitud de este insigne poeta más que político, Martínez de la Rosa y sus colaboradores no eran suficientes para contener el enfrentamiento de las dos partes, que preferían todas las desdichas a una transacción. Este ministerio había recibido una carga pesada, ya que durante el gobierno absolutista de Zea había estallado la guerra civil el de 3 de octubre de 1833, con el alzamiento de Manuel González, en Talavera de la Reina y además se levantaron en armas los campesinos del País Vasco y de gran parte de Navarra, del norte de Castilla, Aragón, Cataluña, Valencia y hasta en Castilla la Nueva se alzaron los partidarios de don Carlos.
Pero en Madrid, el gobierno de María Cristina, disponía de la casi totalidad del ejército, y con ellos pudo desarmar a los voluntarios realistas (27 de octubre de 1833) enviar al norte, un ejército, bajo el mando del general Pedro Sarsfield el cual tomó Bilbao y la mayor parte de Vizcaya, ya que los carlistas en esos momentos no disponían de un ejército capaz de enfrentarse al de la reina. Pero este gobierno dio al conflicto un carácter de crueldad extrema y el 14 de octubre fue fusilado, en Pamplona, por la espalda, como traidor, el general Dos Santos Ladrón, partidario de don Carlos. Sarsfield hizo una guerra sin cuartel y fusilaba a todo aquel que fuera encontrado con un arma en sus manos.
A lo que los carlistas respondieron con la misma moneda, y en los dos bandos, cualquier grupo numeroso de gente que se encontraran sitiados, sus rivales originaban una espantosa carnicería, de la que no se libraban, ni los muchachos forzados a enrolarse. Sin piedad, por ninguno de los dos bandos contendientes, ni por los fervientes defensores del humanitarismo de los filósofos del siglo XVIII, ni por los que se creían defensores exclusivos de Cristo. Esta guerra que en los primeros tiempos se convirtió en una escuela de heroísmo e ideas noblemente sentidas, pasó a degenerar en una de las páginas más vergonzantes de nuestra historia reciente.
Martínez de la Rosa obraba como lo que era, un intelectual, ausente de la realidad española y en estas trágicas circunstancias cuando los carlistas surgían por los campos y serranías de España, era incapaz de contener el radicalismo de los exaltados y los desmanes de la prensa, que cada día extremaba su violencia verbal. Mientras tanto las sociedades secretas habían recuperado el protagonismo que tuvieron en el trienio liberal. Pensó entonces que María Cristina concediera un “Estatuto Real”, a la manera de la “Carta otorgada” por Luis XVIII, pero esto era cumplir la promesa de Fernando VII, que hubiera arreglado las cosas en 1812 o 1814, pero no en 1834. El 10 de abril de 1834, era promulgada por la reina un nuevo código, con dos Cámaras: el estamento de próceres y el de procuradores. Los primeros serían por derecho propio los grandes de España y los demás elegidos por el rey, con carácter vitalicio y los procuradores, elegidos en cada provincia, debían justificar rentas anuales de 12.000 reales.
Desde la promulgación del Estatuto a la primera reunión de las Cortes, habían sucedido en España, hechos graves que ponían en grave aprieto al gobierno y amenazaban al trono de la reina niña. Don Miguel de Braganza, el representante en Portugal de la monarquía tradicional, se había rendido en Évora a las fuerzas aliadas, entre cuyas tropas luchaban 15.000 españoles al mando de Rodil. Este general pidió que don Carlos que seguía la suerte del rey-infante portugués, fuese entregado al gobierno español, pero los generales franceses e ingleses le dieron permiso para su traslado a Inglaterra (1 de junio de 1884). Pero don Carlos, cuyo valor estaba fuera de duda, actuando con la dignidad de un rey , creyendo firmemente lo que él creía su deber, rechazó las tentadoras propuestas y huyó de Inglaterra y atravesando disfrazado la Francia de Luis Felipe, llegó a Navarra el 12 de julio. El gobierno deseoso de tranquilizar a la opinión pública, declaró que se trataba de un faccioso más, craso error, del que se burló Larra. Era en realidad, un rey que disponía de huestes entusiastas y del único caudillo genial de esta guerra: Tomás Zumalacárregui.
Pero antes de la adhesión del insigne caudillo, sucedieron unos hechos que dieron más fuerza moral a los partidarios de don Carlos. Algunas de las sociedades secretas, que hábilmente habían divulgado entre los madrileños, el absurdo disparate que los frailes habían envenenado las fuentes de Madrid y que éstos eran los causantes de la epidemia del cólera morbo en la capital.
Un grupo de forajidos, bien dirigido y ante la pasividad de las autoridades, a las 3 de la tarde del 17 de julio de 1834, asaltó el Colegio Jesuita de San Isidro dando muerte a quince religiosos-entre ellos algún eminente hombre de ciencia- e hiriendo a otros cinco. Los restantes, unos sesenta, fueron perdonados, ya que entre ellos se hallaba el padre Muñoz, hermano de don Fernando Muñoz, esposo clandestino de María Cristina. A las 5 de esa misma tarde, fue el degüello de los dominicos de Santo Tomás, y siguió la matanza de la Merced y ya al anochecer, culminó esta negra jornada, con el asesinato de cincuenta franciscanos, en San Francisco el Grande.
(Tomás Zumalacárregui y de Imaz, militar de extraordinarias cualidades)
Tomás Zumalacárregui y de Imáz
Este insigne militar nació en Ormáiztegui(Guipúzcoa) el 29 de diciembre de 1738, en el seno de una familia acomodada. Su hermano, Miguel Antonio partidario de Isabel II, fue de diputado en las listas liberales, y fue represaliado por sus ideas absolutistas. Nuestra Guerra de la Independencia le sorprendió estudiando Humanidades, que no tardó en dejar para empuñar las armas en defensa de su patria, cayendo prisionero en el sitio de Zaragoza. No tardó en escapar y se unió a las bandas guerrilleras de Gaspar Jáuregui, apodado “El Pastor”, a quien nuestro héroe enseñó a leer y escribir. Tomó parte también en la batalla de S. Marcial en 1813, por la cual fue condecorado. Finalizó la guerra con el grado de capitán de infantería y continuó su carrera militar. En el 1820 al reponerse la Constitución de 1812, fue denunciado al gobierno por oficiales liberales, pero la denuncia no prosperó. Era un verdadero estudioso de la organización y eficacia del ejército napoleónico. Se trataba de un oficial serio y estudioso, bueno y sencillo con sus subordinados y tieso y rígido con sus superiores, lo que le acarreó que en 1822, aún continuaba siendo capitán.
Terminando el periodo constitucional, empezó a mandar algunos regimientos y llegó a ser gobernador militar de El Ferrol, bien conceptuado en las altas esferas militares, ya que los regimientos que estuvieron bajo su mando eran modelo de disciplina y organización y el rígido concepto del deber. A unos compañeros suyos, afines a la causa de don Carlos, que pensaban sublevarse, les espetó , diciendo :- Si en vida de Fernando VII ustedes se sublevan a favor de don Carlos, yo les atacaré. Ahora bien, cuando muera el rey, no reconoceré más rey que don Carlos, y si alguien pretende arrebatarle la corona, le consideraré como un usurpador y lucharé contra él-. La abolición de la Ley Sálica y la proclamación de Isabel II , como reina, le produjo serios altercados con las autoridades militares del Ferrol, las cuales abrazaron la causa constitucional. Fue acusado de desafecto y trasladado a Pamplona y supo resistirse a los intentos de su hermano y de su antiguo jefe, el general Vicente Genaro Quesada, de incorporarlo a sus filas.
Ya habiendo fallecido el monarca, consideró un deber luchar en las filas carlistas, contra los cristinos o isabelinos, los partidarios de Isabel II (llamados así por la regencia de María Cristina), pero la primera consecuencia que tuvo en su presentación en el bando carlista fue un conflicto por el mando, Zumalacárregui quería hacer valer su graduación-coronel- ante la de Iturralde-teniente coronel-, pero éste declaraba que él había proclamado antes a don Carlos y por tanto le pertenecía el mando. Pero los demás jefes carlistas proclamaron en Estella, a Zumalacárregui el 14 de noviembre de 1833, Comandante general interino de Navarra y el mismo eligió a Iturralde como su segundo. Ahora bien este titulo poca cosa quería decir, ya que se reducía a mandar unas desorganizadas y mal armadas partidas carlistas, que sumaban unos 800 hombres, indisciplinados, 14 caballos y ningún cañón.
A pesar de que el 29 de septiembre de 1833, el alzamiento a favor de don Carlos, había sido espectacular, sobre todo en el norte. El cura Merino (famoso guerrillero de nuestra guerra de la Independencia) y el brigadier Cuevillas decían disponer de 23.000 hombres en la ribera del Ebro, las juntas carlistas eran dueñas y señoras de Bilbao y Vitoria y en Guipúzcoa, a excepción de San Sebastian, en toda la provincia tenían un gran número de voluntarios. Y en Navarra contaban, a pesar que el alzamiento no era el esperado, con un general de prestigio: don Santos Ladrón de Guevara. Pero como ya he comentado anteriormente, el general Sarsfield de los cristinos, después de fusilar a Ladrón de Guevara, se puso en marcha con su ejército desde Burgos y Logroño y ello bastó para que los miles de voluntarios de Cuevillas y Merino se deshicieran como el azúcar en el café y los batallones vascongados les imitaran en la desbandada de Oñate. Sarsfield hizo un verdadero paseo militar ocupando Vitoria y Bilbao y fue nombrado virrey de Navarra. Nadie hubiera apostado en ese momento un real por la causa de don Carlos.
Pero a pesar de ello Zumalacárregui pensó que podía dar nueva vitalidad a la causa carlista y como circunstancia favorable para él, era que habían desaparecido todos los jefes carlistas y que únicamente quedaba él como representante de aquella causa en el País Vasco-navarro, como única esperanza del carlismo. Las Juntas de Vizcaya y Guipúzcoa le dieron 500 fusiles y pocas municiones. Y el jefe alavés Bruno Villarreal le cedió su batallón, unido y disciplinado, con los supervivientes de Oñate. Zumalacárregui agradeció a las Juntas su ofrecimiento pero carente de medios como se hallaba, instó a las mismas que fueran ellas las encargadas de mantener el espíritu combativo en sus provincias, pero muy gustoso agradeció el ofrecimiento de Villarreal que actuaba en territorios cercanos a los suyos y fue tal la compenetración con este, que este acudía con presteza a cualquier orden de Zumalacárregui. Él era consciente de que era una imprudencia temeraria plantar cara a las tropas cristinas, debido a lo precario de su situación y concentró a sus soldados en Las Amézcoas entre Álava y Navarra, una región áspera y pobre, constituyendo su base de operaciones.
Comenzar, pues de cero, pero los voluntarios fluían a sus filas, pero él estaba falto de armas, municiones, caballería, artillería y dinero. Tal era su escasez de dinero, que Iturralde pagaba a sus 800 voluntarios dos reales diarios, pero Zumalacárregui, que pensaba ampliar más la capacidad de sus fuerzas, les reunió y con harto dolor, les dijo que solo les podía pagar un real al día. Siendo tal vez el primer general en la Historia que al hacerse cargo del mando de la tropa, les rebaja la paga a la mitad, Esto incluía a los oficiales que cobrarían la mitad de su paga, mientras que los demás jefes y generales la tercera parte. Todos acataron sin rechistar estas medidas drásticas. Siendo tan escasas sus fuerzas, pero contando con la complicidad de los lugareños de aquellas tierras, envió unas circulares a los alcaldes, ( que estos debían devolver firmadas y selladas)en las que se comprometían a no desvelar los movimientos carlistas a las tropas gubernamentales, amenazando con severísimas penas a los que no cumplieran dicho compromiso y excepcionalmente fueron suscritas hasta por los alcaldes de localidades con abiertamente liberales. Las amenazas anunciadas por Zumalacárregui no cayeron en saco roto, ya que el alcalde y el secretario de Miranda de Arga fueron fusilados por pasar informes de los movimientos carlistas en la Ribera. También organizó un completo Servicio de Información, modesto en su estructura, pero no en su eficacia, el cual llegó a contar con unos 20 confidentes, escasamente remunerados pero adictos a la causa. Se cuenta una anécdota que refiere el talante de Zumalacárregui, uno de estos informadores tuvo un fallo que pudo acarrearle funestas consecuencias y como castigo mandó darle 50 palos y le expulsó del servicio. Por la noche, en la reunión que mantenía con sus informadores, vio entre ellos al expulsado y no le dijo nada, terminada la reunión y encomendadas las tareas a sus subordinados, se dirigió al expulsado, diciéndole: “Tú vete a dormir y descansa que para mañana te voy a encomendar un misión que solo tú eres capaz de cumplir”. Ni que decir tiene que el interpelado se fue a la cama lleno de orgullo por la confianza mostrada por Zumalacárregui .
El cañón llamado “El Abuelo”
Sabida era la escasez de armamento que padecían las tropas carlistas. Les llovían voluntarios por todos lados, pero no había con que armarlos. En los primeros encuentros con las tropas cristinas, la falta de munición era tan acuciante que solo se repartían diez cartuchos por soldado, y esto se fue resolviendo en la medida que iban requisando material al enemigo, con sorpresivos golpes de mano, aprendidos en su época con “El Pastor” . También dispuso una serie de herrerías en los pueblos para reparar los pocos fusiles que tenía. La principal de estas herrerías estaba situada en un bosque, cerca de Labayen. Los 14 caballos que tenía en un principio, le fueron en aumento, pero al no disponer de pistolas ni sables, su caballería estaba armada de lanzas, lo cual hizo que sus jinetes semejaran caballeros medievales armados con sus terroríficas lanzas.
La artillería continuaba siendo inexistente, pero llegó a oídos de Zumalacárregui, que en una playa de Vizcaya, había un viejo cañón abandonado y poco tardó en enviar seis parejas de bueyes y transportarlos por montañas y valles hasta Navarra. Este cañón que presto grandes servicios, fue apodado por los soldados como ”El Abuelo”, hasta que reventó. Esta escasez de cañones y obuses la palió encargando al oficial de artillería Vicente Reina, la fabricación de estas piezas en las herrerías y recogiendo por los pueblos toda la chatarra y cobre disponibles, desde braseros, ollas, chocolateras .etc. En un principio estos proyectiles caseros se desviaban en demasía, pero poco a poco se fueron perfeccionando logrando excelentes resultados.
Después de haber tomado el mando, y eludiendo el acoso del enemigo, continuaba entrenando a sus hombres, llevándolos con marchas y contramarchas por los valles, pero se dio cuenta que la moral de sus hombres disminuía, ellos habían abandonado sus caseríos para combatir, no para marchar por los valles, entonces Zumalacárregui se puso de acuerdo con Villarreal y el 29 de diciembre de 1833, justo un mes y medio de tomar el mando, y conjuntamente tuvo unas escaramuzas con las tropas cristinas, en Santa Cruz de Campezu, entre Nazar y Asarta, cierto es, que los cristinos acabaron imponiéndose, pero él quedó contento de sus tropas, ya que sus bisoños voluntarios habían resistido muy bien ante tropas más curtidas y expertas.
En este momento pensó que sus tropas estaban preparadas para otros eventos, y concibió un audaz golpe de mano. La columna del general Lorenzo y de Marcelino Oráa,”El lobo cano” que eran sus más fieros perseguidores, tenían su campamento en Los Arcos, y Zumalacárregui envió tres batallones a tres puntos distintos para atraer su atención, mientras él fue desde Las Amézcoas a la frontera, atacó la fábrica de armas de Orbaiceta, la cual capituló el 27 de enero de 1834, y se proveyó de un buen botín(que buena falta le hacía), un cañón, 200 fusiles y 50.000 cartuchos. Cada vez más confiado en sus voluntarios, preparó la sorpresa de Zubiri, el 17 de febrero, ya que Oráa les iba a la zaga , para intentar confundirlo, Zumalacárregui mandó a sus tropas que siguieran la marcha en su misma dirección y él se quedo, con cinco batallones en el bosque cerca de Zubiri y Urdániz, donde acostumbraba a acampar Oráa, como la noche era muy oscura, recordando las “encamisadas” de los Tercios del Duque de Alba, ordenó a sus soldados que se pusieran una camisa por encima, y en plena noche atacó a los cristinos y se retiró con los prisioneros, armas y caballos que había cogido. De vuelta a las Amézcoas, como un rayo cae sobre Lorenzo y lo empuja hasta las puertas de Estella. Este encuentro de muy poca importancia militar, pero de gran efecto psicológico, tanto para sus soldados como para la población civil, afecta en su mayor parte a los carlistas, que vieron a las tropas isabelinas buscar refugio en los muros de Estella.
Su movilidad continuada era una seria preocupación para sus enemigos, actúa como un fiero guerrillero y luego como un general magistral. Monta un golpe de efecto, en Vitoria, entra en ella y si hubiera tenido la suerte por aliada se hubiera apoderado de la ciudad. Toma el camino de vuelta a Navarra, atravesando el Ebro y conquista la ciudad de Calahorra. Esto ya colma a los generales cristinos y van a su caza y llegan a ponerle en situación difícil, en los montes de Alda, en Álava, rodeado por tres columnas cristinas. Pero consigue liberarse gracias a una cansada marcha nocturna e incluso quiere pasar a los montes Urbasa, para caer cobre Oráa, que se halla en Contrasta, pero sus hombres no pueden más; llevan tres días sin dormir, pero ellos sin rechistar, acatan sus órdenes, sabiendo que su jefe es duro y exigente , pero generoso y detallista cuando se trata de recompensar algún soldado, y sabiendo que la caja esta vacía, saca una onza de su bolsillo para premiarle. Severo pero sencillo, así como sus soldados llamaban a Napoleón, “Le Petit Caporal”, los carlistas llaman a Zumalacárregui, “El tío Tomás”
De capitán a Teniente General y luego Jefe de Estado Mayor
Como las noticias que llegaban desde el Norte a la capital de España, no eran muy halagüeñas , el gobierno central viendo el auge que estaba tomando Zumalacárregui, como paladín del carlismo, enviaron en su caza al general Vicente Genaro Quesada, uno de los oficiales brillantes de la Guardia Real, nombrándole jefe del Ejército del Norte y llegó profiriendo graves amenazas. Pero Zumalacárregui, sabiendo que se dirigía de Salvatierra a Pamplona, le salió al paso en Alsasua, y libró combate en el monte y entre los árboles, teniendo Quesada que retirarse con desorden a Segura. El coronel Leopoldo O´Donnell y cuatro oficiales más, que cayeron prisioneros, fueron fusilados. Estos hechos y otros que les siguieron dieron a Zumalacárregui una fama de sanguinario, que los cronistas carlistas trataron de minimizar, pero en honor a la verdad los generales cristinos fueron los primeros en empezar a fusilar, sin compasión ninguna. Ya que el argumento esgrimido por los cristinos que los carlistas no eran tropas regulares, pero en el devenir de la lucha este inhumano proceder no tenía ninguna justificación posible, ya que se trataba de dos grandes ejércitos enfrentados por ideas distintas, se entraba en un circulo vicioso, los liberales fusilaban por rebeldes a los carlistas y estos se vengaban haciendo exactamente lo mismo.
El general Quesada fue derrotado en Alsasua y a punto estuvo de caer prisionero en Muez y Zumalacárregui cada vez más envalentonado se atrevió a sostener el sangriento encuentro de Gulina, en el cual durante seis horas estuvo atacando las columnas cristinas y solo se retiró al agotársele las municiones. El 9 de julio de 1834, Quesada fue sustituido por José Ramón Rodil, el héroe de la defensa de El Callao. Solo tres días después llegaba don Carlos a España y se entrevistó con Zumalacárregui en Elizondo, y le concedió el titulo de Teniente General y Jefe de Estado Mayor. Rodil había intentado hacer prisionero al Infante en Portugal y tenía una verdadera obsesión por la captura de este en las montañas de Navarra.
Esta tozudez de Rodil fue convenientemente aprovechada por Zumalacárregui. Mientras don Carlos, con su pequeña corte, bien protegido por Eraso, iniciaba su errático periplo por los montes de Navarra…valles de Araquil, de Borunda y las Amézcoas, recibiendo muestras de entusiasmo por doquier, su general que no era cortesano, pronto volvió a la acción, descargando sus golpes contra los liberales, venció a Figueras en Eraul, hizo añicos a Carandolet y su columna, el 19 de agosto en la sangrante emboscada de las Peñas de San Fausto y lo volvía a derrotar en Viana y dejó el paso expedito a don Carlos el camino a Guipúzcoa . Pero en Echarri-Aranaz tuvo uno de sus fracasos, dos oficiales de la guarnición se habían comprometido en una hora señalada a abrirles una puerta de la ciudad, pero las tropas enviadas al asalto por la desprotegida puerta, vacilaron y pasaron de largo, fracasando el golpe. Para lavar este acto de cobardía, Zumalacárregui hizo formar a sus batallones y mando fusilar, por sorteo, a dos de los soldados que iban en cabeza en la acción. Con la escasez de hombres y medios que tenían los carlistas no se podían permitir actos de cobardía y esas dos compañías para lavar su honor, pidieron ir en vanguardia en la primera acción peligrosa.
Las partidas carlistas se convierten en ejército.
Estamos en octubre de 1834 pero ahora está lo suficientemente fuerte para atacar a sus adversarios, y en Alegría, a medio camino entre Vitoria y Salvatierra, se halla en general O`Doyle con 3.500 soldados que es su objetivo prioritario, pero antes debe desembarazarse de Lorenzo y Oráa, que se hallan en Los Arcos, pendientes de sus movimientos. Para ello baja el 26 de octubre a pernoctar a Santa Cruz de Campezu, cercana a Los Arcos, pero al amanecer del día siguiente, parte en dirección contraria, de forma que cuando el enemigo se de cuenta ya sea le sea imposible reaccionar. Toma cuatro batallones y confía el resto a su inseparable Iturralde, subiendo los puertos de Echavarri y Erenchun, desde donde se domina Alegría, Salvatierra y gran parte de Vitoria. Zumalacárregui baja a la carretera de Salvatierra para atacar un destacamento que avanza por ella, O´Doyle al oír los disparos sale de Alegría, a toda prisa y se encuentra con los carlistas esperándole en formación para la batalla. La lucha es dura por ambas partes pero por la retaguardia, Iturralde que había bajado de Erenchun, ataca las tropas cristinas y consigue la victoria; solo unos 400 hombres, que se refugian en la iglesia de Arrieta, resisten con denuedo. Presto viene en su ayuda al día siguiente el general Osma, que parte de Vitoria, con 3.500 hombres, los cuales se presentan al mediodía en Arrieta, donde les espera Zumalacárregui que les derrota por completo, perdiendo los liberales más de 600 hombres. O´Doyle y algunos oficiales fueron fusilados y siendo esta una de las más graves acusaciones contra Zumalacárregui, también lo fueron muchos prisioneros.
(La partida de “Palillos” fue una de las más célebres partidas de guerrilleros, a caballo que operaban en Castilla la Nueva en la 1ª guerra carlista)
Rodil que había sustituido a Quesada, poco éxito tuvo y fue sustituido por el legendario guerrillero Francisco Espoz y Mina, este dejó empequeñecidos a los generales liberales, con su crueldad, ya que estaba acostumbrado a practicar el exterminio, teniendo bajo su mando generales más capaces que él mismo, Oraa, Fernández de Cordoba, Espartero, por citar unos cuantos. El 12 de diciembre de 1834, sufría un revés, Zumalacárregui, en Mendaza, por no seguir Iturralde sus instrucciones, pero se reponía tres días después del revés, derrotando al general Fernández de Córdoba, en la primera batalla de Arquijas, y le obligaba a retirarse con grandes pérdidas. Salta de Navarra a Guipúzcoa, el 31 de diciembre, entre Ormáiztegui y Segura, se enfrenta a fuerzas tres veces superiores, las columnas de Espartero, Jáuregui y Carratalá, obligándoles a retirarse hasta Zumárraga. De vuelta a Navarra derrota a Lorenzo, en la segunda batalla de las Arquijas, dirigiéndose hasta Baztán y ataca a Mina, que se refugia en Santesteban y cinco días después estaba sitiando a Echarri-Aranaz, que capituló a los cuatro días.
Entre Marzo y Abril de 1835, derrota a Francisco Espoz y Mina en la acción de Larreiniar y en la de Artaza contra Valdés, retirándose ambos hasta la orilla sur del Ebro.
Tras todos estos fracasos consecutivos, el general Jerónimo Valdés, ministro de la Guerra, tomó él personalmente el mando de las fuerzas del Norte y decidió a acabar con Zumalacárregui, se dirigió a su guarida de Las Amézcoas. Parte de Vitoria con 32 batallones y llega a Contrasta, pero en lugar de descender por el valle, se instala en la sierra de Urbasa, para dominar las alturas. Pero Zumalacárregui, sabe que tendrá que bajar de allí y no lo ataca, ya que allí lo único que pueden hacer los cristinos es consumir sus raciones y congelarse de frío. Valdés baja en dirección a Estella, por el puerto de Artaza, y Zumalacárregui reúne a sus dispersas fuerzas y se dedica a hostigar a los cristinos, que deben abrirse paso entre el abrupto terreno y los disparos carlistas. Mientras Valdés entraba en Estella, su retaguardia rechazaba los ataques carlistas (19 al 23 de abril de 1835). En esta ocasión las pérdidas de vidas humanas entre los cristinos no fueron importantes, pero si que dejaron una gran bagaje en pertrechos en poder de los carlistas; 3.500 fusiles y 300 mulos y caballos. Consecuentemente Valdés evacuó Estella, y poco después Irurzum y Baztán, quedando Zumalacárregui como dueño absoluto de Navarra. El 22 de abril de 1835 Zumalacárregui conseguía una gran victoria en Artaza , seguida del desastre del general cristino Iriarte en Guernica.
Don Carlos le ofrece un titulo nobiliario (1), pero éste lo rechaza con las siguientes palabras: “-Después de entrar victorioso en Cádiz, pensaremos en mi titulo nobiliario. Por ahora no estamos seguros ni en los Pirineos-.” Pronto Zumalacárregui pone sus ojos en Guipúzcoa y pone sitio a Vilafranca de Oria, una plaza bien guarnecida. A sabiendas que los liberales vendrán a socorrerla, distribuye sus fuerzas estratégicamente para dar allí una batalla que pueda ser decisiva. Destaca a Miguel Gómez para controlar a Jáuregui, que se halla en Tolosa Espartero acude desde Vergara con una fuerte columna, pero el ordena a Eraso que se sitúa entre Zumárraga y Villarreal de Urrechua, pero con las órdenes de dejarlo pasar para librar la batalla en Vilafranca. Pero esta batalla presumiblemente decisiva no tendrá lugar, pues sus voluntarios creyéndose invencibles, van a cometer una terrible imprudencia que les reportara un éxito rotundo.
Espartero había llegado en la tarde-noche al alto de Descarga y queriendo Eraso, tener un conocimiento al detalle de la posición de su enemigo, envió al anochecer, un batallón alavés y una escasa fuerza de caballería, manteniendo en posición el resto de sus tropas. Al ver las fogatas de los isabelinos y olvidando toda precaución, con la moral a tope después de tantas victorias, se lanzaron osadamente a la carga contra los cristinos, estos que no esperaban el ataque huyeron en desbandada, perseguidos con saña por los carlistas. El mismo Espartero se salvó de milagro de caer prisionero. Al día siguiente, en Zumárraga, habían más de dos mil prisioneros y una gran cantidad de armas. Al ver los defensores de Vilafranca los restos del ejército de Espartero que venían en su socorro, se rindieron inmediatamente. Miguel Gómez ocupó Tolosa, evacuada por Jáuregui, dejando una gran cantidad de pertrechos y 25.000 cartuchos. Le siguieron Vergara y Eibar. Mientras en Vizcaya, Francisco Benito de Eraso ocupaba Durango, cuya guarnición huyó a Bilbao, pero no tuvieron igual suerte los de Ochandiano , que tras un dura lucha, dejaron en poder de Zumalacárregui ,500 fusiles y 100.000 cartuchos.
Como a todos los grandes generales de cualquier época, las intrigas en la corte del pretendiente don Carlos intentaron socavarle, ya que el infante-rey no tuvo nunca un gobierno sino una camarilla de incapaces y fanáticos y Zumalacárregui, enfermo y cansado y porque no asqueado también , presentó la dimisión en Vergara, don Carlos no la aceptó, pero le coartó sus movimientos.
Los planes que ambicionaba Zumalacárregui eran ocupar Vitoria, cruzar el Ebro, introducirse en Castilla y llegar sobre la capital del Reino. Villarreal y los demás jefes carlistas le apoyaron, mientras los batallones carlistas apostaban que en dos meses caía Madrid y esto hubiera representado el fin de las hostilidades. Las matanzas de frailes, la política anticlerical del Gobierno, hacían que la opinión pública deseara de corazón la llegada de los carlistas para salvarse. Las mejores tropas liberales estaban vencidas y nadie podría oponerse a su avance. Pero el Consejo de don Carlos no vio esta operación con buenos ojos, prefiriendo tomar la plaza de Bilbao, ya que tomando esta plaza hubieran conseguido un préstamo de la Banca extranjera y el reconocimiento de algunas potencias. Zumalacárregui se opuso tan tenaz como inútilmente a este cambio de planes, pero don Carlos se mostró inflexible y al final de muy mala gana tuvo que dar su brazo a torcer.
(El general Zumalacárregui herido en el primer sitio de Bilbao, y trasladado por sus soldados fuera del campo de batalla, Grabado de una colección particular, Madrid)
Dejó a su inseparable Villarreal con algunos batallones vigilando la línea del Ebro, partió con un humor de perros, camino del objetivo no deseado, Bilbao, delante del cual se presentó con 14 batallones, el 10 de junio de 1835,. Esta plaza fuerte al mando del conde de Mirasol, contaba con 4.000 soldados y 50 piezas de artillería, de ellas 30 de gran calibre, apoyada en este caso por una población entregada a la causa liberal y protegidos por dos buques de guerra, uno francés y el otro inglés, que protegían la entrada de la ría. Zumalacárregui que carecía de lo más esencial en estos casos , un tren de batir, contaba con solo dos o tres morteros y escasos proyectiles. Ante tal desproporción artillera decidió abrir brecha y tomar la plaza por asalto. La operación sería sangrienta, pero menos que si se hubieran intentado tomar los fuertes bilbaínos, ya que esto dada la escasez de la artillería carlista, era poco menos que imposible. Se consiguieron abrir dos brechas en las murallas, y también preparadas las compañías que iban a encabezar el ataque e incluso la paga de cien onzas que se entregarían a los primeros cien soldados en entrar en Bilbao. Esa misma mañana del día 15 de junio, Zumalacárregui, estaba en un balcón del palacio de Quintana, en Begoña, vigilando con su anteojo los trabajos de sus hombres, cuando una bala que rebotó en los hierros del balcón, le hirió en su pierna derecha a cinco centímetros de su rodilla. A pesar que la herida no revestía gravedad, pero no tuvo una buena cura y él insistió en que lo trasladaran a Cegama, donde falleció inesperadamente el 24 de junio de 1835. Su muerte fue un tanto misteriosa , ya que a pesar de estar atendido por dos médicos, un cirujano y un curandero la atención no fue la más idónea. Pero nada se ha podido probar que la muerte. fuera provocada.
Continuó el sitio Francisco Benito de Eraso, mientras el general González Moreno fue incapaz de impedir la entrada en la plaza de Latre y Espartero con un ejército de socorro. Y así acaba la historia de este general que habiendo creado un ejército de veinticinco mil hombres y haberse enseñoreado en el País vasco-navarro (lo que le daba increíbles facilidades para el saqueo-y que en su muerte dejó por herencia a su mujer y tres hijas dieciséis onzas de oro.
Es de destacar la aportación sobre Zumalacárregui que hizo el insigne escritor Benito Pérez Galdós, el cual olvidando su sectarismo, le dedicó uno de los libros de sus “Episodios Nacionales”, destacando que el principal mérito de éste fue el no haber concebido la guerra como un sistema de guerrillas, con fáciles triunfos y sin victorias definitivas, sino que logró formar un ejército compacto, con jerarquía y bien disciplinado.
LA PRIMERA GUERRA CARLISTA- RAMÓN CABRERA GRIÑÓ
La guerra civil adquirió al menos en el norte, su cara más humana, ya que Zumalacárregui recibió en Asaita, los comisionados del gobierno inglés, Lord Elliot y el caballero Gurwood, para acabar con las atrocidades que uno y otro bando tenían escandalizadas a media Europa, Los tres se entendieron a la perfección e igualmente ocurrió en el otro bando, también bien acogidos por el general Fernández de Córdoba, en Logroño. El 27 de abril de 1835, se firmaba por el Lord y los generalísimos Valdés y Zumalacárregui, el convenio “Elliot” en el cual se exigía el respeto a la vida y el canje de prisioneros, tanto civiles como militares y libertad de enfermos y heridos.
Este tratado se respeto solo en el norte, lo cual dejaba mucho que desear en el concepto de país civilizado, ahí el gran caudillo carlista impuso su férrea disciplina. En el Levante las cosas no fueron por estos derroteros. Y en las serranías de Aragón y Cataluña surgían por todas partes, partidas de guerrilleros que uniéndose a los carlistas, rememoraban las luchas contra los ejércitos napoleónicos. Los carlistas establecieron su foco de resistencia en Morella, convertida en capital militar del Maestrazgo. Igual que el norte surgió un jefe de cualidades excepcionales en las filas carlistas, Ramón Cabrera el cual se presentó al barón de Herves en Morella, en noviembre de 1833.
(General carlista Ramón Cabrera, duque del Maestrazgo, marqués del Ter y conde de Morella, nacido en Tortosa en 1806 y muerto en Inglaterra en 1877. Grabado de una colección particular)
Ramón Cabrera Griñó
Este , nacido en Tortosa, el 27 de diciembre de 1806 , era hijo del patrón de un barco del puerto de Tortosa y de una mujer de origen humilde, María Griñó sus pasos estaban encaminados a tomar los hábitos, pero el obispo de Tortosa, se negó a ordenar a aquel estudiante muy inquieto. Este nuevo jefe había de proporcionar unidad y eficacia a los contingentes dispersos por las tierras de Aragón y Cataluña, uniose a las partidas de Corvasí y Marcoval, que disponían de unos 250 hombres. Su gran valor y temeridad le hicieron ascender rápidamente en el escalafón militar. Marcoval le dio el grado de teniente y le confió el mando de una partida, que fue la única que se impuso a las tropas isabelinas, más numerosas y disciplinadas.
Los hechos jugaron a su favor, Montferrer fue fusilado en Teruel, y Sala y Corvasí en Lucena, en 1834. Los soldados sin un caudillo al que seguir fueron engrosando la partida de Cabrera, y este no tardó en reunirse con el cuartel general de Zumalacárregui y don Carlos le nombró segundo comandante de Aragón a las órdenes de Carnicer. Pero este no tardó en caer preso y ser fusilado, lo cual le proporcionó el mando a Cabrera de las partidas de Levante y siguió golpeando, con saña, a las tropas cristinas en una serie de golpes de mano, afortunados unos, otros desventurados, en que se procuraban fusiles, munición y caballos.
El brigadier Agustín Nogueras, del bando isabelino, hizo de él, el mejor elogio: “Jamás he podido ver más decisión y valor; no es posible ni para las tropas de Napoleón, hacer un repliegue en un llano, en cuatro horas, con tanto orden. Si a Cabrera no se le corta el vuelo dará mucho que hablar en esta guerra”. Igual que Zumalacárregui , pero sin su preparación militar, Cabrera hizo de las partidas dispersas y anárquicas un ejército regular. Una serie de victorias, sobre todo las de Allona y Yesa, fomentan la fama de este caudillo y le conceden inmenso prestigio. Varios de los jefes de guerrilla, como Forcadell, Miralles, Torner y Quilez, se ponen a sus órdenes y los mozos del pueblo se alistan inmediatamente a sus órdenes. Siendo varias las poblaciones que acatan a don Carlos : Rubielos, Mora de Rubielos, Alcalá de la Selva, Puebla de Valverde, Torrijos, Utiel, etc.. Desde su cuartel general de Beceite, Cabrera organizaba batallones uniformados, organizados y bien armados, dotados de una oficialidad competente, con una administración e intendencia regulares.
(Grabado de propaganda liberal que representa a Cabrera y sus oficiales, celebrando la entrada en Burjasot (Valencia) con una orgía de vino)
Pero los liberales habían arrojado sobre el nombre de Cabrera todo un cúmulo de despropósitos, catalogándolo como sanguinario, ya que eran muy hábiles en mover los resortes de la propaganda, no tardaron en ponerle el sobrenombre del “Tigre del Maestrazgo”. Cierto es que el caudillo carlista era implacable con sus enemigos, pero este se vio siempre superado por las logias masónicas y por los generales cristinos, los verdaderos iniciadores de esta guerra sin cuartel. A dos de ellos se debe la salvajada más estúpida y cruel de la guerra.
(Bandera de guerra de Ramón Cabrera)
El brigadier Agustín Nogueras tenía en su poder a María Griñó, la madre de Cabrera, una pobre anciana inofensiva y este se dirigió a Francisco Espoz y Mina, a la sazón capitán general de Cataluña, que “ por el bien de resultar al servicio de la reina, mandase fusilar a la madre de Cabrera”. A lo que accedió gustoso Espoz y la madre de Cabrera fue fusilada el 16 de febrero de 1836. Este hecho acrecentó la crueldad innata de Cabrera, hasta el límite del paroxismo y la guerra en el Levante dio lugar a unas páginas de la historia de España, que gustosamente se abrían de arrancar y pasar al olvido. Los ejércitos isabelinos se enfrentaban sin conseguir ventajas apreciables, por el Norte y el Levante, con los bien ordenados partidarios de don Carlos, pero en contrapartida por todo el territorio nacional , las partidas de guerrilleros impedían una vida normal. Sobresaliendo el cura de Villoviado , Jerónimo Merino, el mismo que tuvo en jaque a los ejércitos napoleónicos y a partir de 1833, logró reunir catorce batallones con los cuales dominó, durante algún tiempo el norte de Castilla y la Rioja, otro de ellos fue Blas Romo, en los montes de Toledo, el canónigo Salazar en Cuenca, Francisco Hernández en León, y en la Mancha estaba en poder de “el Lobo”, Barba y otros más. Becerra en la serranía de Ronda, Javier de Lastra y Andrés Monzón en la Baja Andalucía, Francisco Lafuente en Extremadura, “El cura de Molins” en Murcia.
El Infante Don Carlos
(El infante Carlos María Isidro, muerto en 1855, tío paterno de Isabel II, luciendo el Toisón de Oro y la banda y la placa de Carlos III. Óleo de Vicente López y Portaña, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid)
Don Carlos de Borbón, que reinaba en todas las provincias del norte, era el segundo hijo de los hijos varones de Carlos IV y María Luisa de Parma, y había nacido en Aranjuez el 29 de marzo de 1788. Siendo sus preceptores el famoso padre Scio y Cristóbal Bencomo. Tuvo por ayos el marqués de Santa Cruz y el duque de la Roca y por instructor militar, el general Vicente Maturana.
(Grabado de la época que representa la casa de Durango donde el pretendiente don Carlos estableció su cuartel general. Colección particular, Madrid).
Siempre fue un ferviente católico y durante el periodo de 1808 al 1814, acompañó a su hermano, Fernando VII en su prisión en Valençay y se originó entre ellos una estrecha relación que los avatares de la Historia habrían de romper. En los periodos absolutistas de su hermano, el infante era un hombre de una gran influencia en la corte. Presidiendo en varias ocasiones el Consejo del Estado y de Guerra; era coronel del regimiento de Carabineros Reales y protector de la Real Academia de San Fernando. Ellos estaban casados con princesas portuguesas Doña Isabel y Doña María Francisca de Braganza, hijas de Juan VI y de la española Carlota Joaquina. Es muy curioso el parecido entre don Carlos y Felipe II y de cuyo espíritu bebía don Carlos, pero de cuyo lejano pariente no heredó ni su talante ni su cultura. Era muy diferente de su hermano, Fernando VII, cobarde y egoísta, él era en cambio valiente, abnegado y duro en la fatiga y en el desánimo, pero no estuvo a la altura del nombre con que habría de pasar a la historia-Carlos V-, su vida fue un modelo de dignidad y sentido del deber hasta los últimos días.
(Juan A. Mendizábal, político y financiero, ministro de Hacienda y jefe del Gobierno, responsable de la disolución de la mayor parte de las órdenes religiosas)
Juan Alvarez Mendizábal
Los gobiernos isabelinos eran de hecho esclavos de los masones, ya que estos dominaban como nadie el arte de provocar revueltas callejeras y a pesar de su aparente moderación, atizaban como nadie su política anticlerical, con lo cual no le dejaban otra opción a la gran masa de la tradición española que la causa de don Carlos .Mendizábal financiero nacido en Cádiz, en 1790 , el cual venía de Londres con una aureola de hacendista , el “milagro” que se esperaba de él consistía en la supresión de las comunidades religiosas y la entrega para la venta de sus bienes, por el decreto del 11 de octubre de 1835 . La resolución de Mendizábal era como mínimo una ingratitud ya que en manos de las órdenes religiosas estaban la enseñanza y la beneficencia y para el arte y la cultura española el golpe fue gravísimo, mientras las grandes abadías medievales se abandonaban y arruinaban, ello propició que valiosísimos tesoros artísticos, bibliográficos y documentales salieran de nuestro país.
Mendizábal había prometido acabar con la guerra civil con una quinta de 100.000 hombres. Nada era más antidemocrático que esta famosa leva , ya que el que pagase 4.000 reales estaba exento de ella, y como ya pasó en otras décadas de nuestra historia, esta se escribía con la sangre de unos(los pobres) y los dineros de los otros(los ricos).
Mendizábal se encontró entre el odio de los exaltados y los moderados y la desconfianza de la corte, por lo que disolvió las Cortes el 27 de enero de 1836, pero perdió las elecciones y el gobierno pasó a manos de un viejo masón, que estaba de vuelta de todo, don Francisco Javier Isturiz, pero en mayo este ya había caído, provocando su caida el mismo Mendizábal y los viejos doceañistas que alentaban por toda España motines y revueltas, reclamando el retorno a la Constitución de 1812. Mendizábal y Joaquín María López, conspiraron el 12 de agosto de 1836, aprovechando la partida de la corte a la Granja de San Ildefonso, a base de sobornar con su dinero algunos sargentos y aprovechando la llegada a Madrid de muchos jefes y oficiales, para escuchar a una famosa “primma donna” que cantaba en el Teatro de la Cruz. Formaron el regimiento ante las estancias reales y entraron amenazando a María Cristina, con dar muerte a su esposo, sino se volvía al código del 1812, esta cedió y nombró presidente del gobierno a don José María Calatrava, el cual había seguido todas las alternativas-poder ilimitado, prisión y destierro-de los doceañistas exaltados y siendo este el vergonzoso origen de la exaltación al poder del liberalismo masónico.
Quedando ya constancia de que España era ingobernable, ya que además de la sublevación de Aravaca (17 de agosto de 1837) hubo toda serie de motines y revueltas, siendo los principales causantes la rivalidad de los dos principales jefes del partido isabelino: Ramón María de Narváez, apoyado por los moderados y Baldomero Espartero, que contaba con el apoyo de los doceañistas.
(Toma de Hernani por las tropas cristinas, grabado de una colección particular, Madrid)
LA GUERRA CONTINUA
Mientras en el norte la guerra civil seguía indecisa, los ejércitos carlistas desde la muerte de Zumalacárregui notaron la ausencia del jefe indiscutible y los cambios eran frecuentes debido a los caprichos de la camarilla de don Carlos: González Moreno, Nazario Eguía, Bruno Villarreal y el infante don Sebastian, hijo del infante don Pedro(nieto de Carlos III) y de la princesa de Beíra, segunda esposa de don Carlos. Mientras en el campo adversario surgían magníficos generales: Fernández de Córdoba, Espartero, Narváez…. González Moreno fue derrotado por Córdoba en la batalla de Mendigaría, el 16 de julio de 1835, en cuya batalla estuvo a punto de caer preso el mismo infante. El infante don Sebastian demostró unas buenas cualidades militares y notables dotes de mando, obtuvo una gran victoria en Oriamendi contra los ingleses de sir Lacy Evans. Mientras del 20 de octubre al 23 de diciembre, la espina clavada en don Carlos, Bilbao volvió a ser sitiada, con mejores medios de los que dispuso Zumalacárregui. La heroica resistencia de la población dio tiempo a la llegada de los refuerzos de Espartero y éste derrotó a los sitiadores en Luchana, la noche de Navidad de 1836.
Los mandos militares carlistas de don Carlos, de acuerdo con los del norte y con Cabrera disponen una expedición abandonando los refugios seguros de los montes vasco-navarros y se adentran en el interior de la península. Dos parece que son los motivos probables que mueven a esta decisión, según varios historiadores, los cuales especulan con que en ese momento habían contactos secretos entre los dos bandos contendientes. La reina gobernadora, educada en la corte de Nápoles, una de las más tradicionales de Europa y ferviente católica no veía con buenos ojos las matanzas que las logias masónicas estaban realizando en las órdenes religiosas y quizás influenciado por su cuñado don Sebastian, intentó ganarse la ayuda del fuerte ejército del norte, monárquico y católico, mediante el compromiso de la reina niña con el heredero de don Carlos.
Sin duda al abandonar su corte en Estella, don Carlos esperaba encontrar poca resistencia y muchas adhesiones en su camino ante las débiles murallas de Madrid, ya que a su corte llegaban cada vez más noticias de las personas que advertían con espanto los excesos de las sectas masónicas y que solo veían en don Carlos la salvación. Y es por ello que los consejeros del infante pensaron que toda España se levantaría en armas al paso de sus tropas.
(El general carlista Miguel Gómez Damas, el gran aventurero que comandó la expedición de las Vascongadas a Córdoba. Su regreso fue una campaña de triunfos, con participación, a veces de los ejércitos de Cabrera.)
La expedición de Miguel Gómez
Este mariscal de campo al frente de cuatro batallones castellanos, dos escuadrones de caballería y cuatro piezas de montaña, salió de Amurrio el 26 de junio de 1836, venciendo al general Tello el 5 de julio y ocupando Oviedo. La llegada inmediata de Espartero con fuertes refuerzos a Asturias, convirtió la expedición de Gómez en una persecución de Espartero. Después de la desdichada acción del puente de Tarna, se concentró Gómez en Cangas de Onís y cayó sobre Palencia y la rindió. Pasó el Duero y entró en la provincia de Segovia, pasando a la de Guadalajara y allí en Jadraque, obtuvo una brillante victoria ante el ejército cristino de Narciso López. En Utiel recibió a Cabrera y juntos acordaron marchar contra la capital de España. El 10 de septiembre, los carlistas ocuparon Albacete, pero fueron alcanzados por el ejército cristino, que les infligió una dura derrota en Villarrobledo, el 20 de septiembre, que les dispersó.
Pero los carlistas no dieron su brazo a torcer y se reagruparon en Osa de Montiel, a pesar de que las huestes de Gómez estaban diezmadas, tan solo le quedaban 5.000 hombres, por lo cual Gómez desistió del ataque a Madrid y continuó sus correrías por Andalucía; Baeza, Andújar, Bailén , El Carpio, Écija y Ronda, vieron pasar las boinas blancas por sus calles. Córdoba cae con poca resistencia y permanece leal a don Carlos desde 30 de septiembre al 14 de octubre de 1836, mientras Cabrera se lanza sobre Extremadura. Gómez llega hasta Algeciras y allí Narváez les derrota en Majaceite, pero los generales isabelinos disintieron aquí y dieron tiempo a Gómez a replegarse al norte, donde entró en Orduña el 20 de diciembre de 1836.
Mientras otro general carlista Basilio Antonio García, entraba en la Rioja, impusiendo a Soria una contribución de guerra y pasando por Riaza y Sepúlveda puso en peligro la misma corte de la gobernadora, en la Granja. Activados los mecanismos de alarma ante la correría del carlista se formó un ejército considerable, lo que no impidió que el general retornara atravesando el Ebro, con un botín considerable.
El 15 de mayo de 1837, don Carlos al mando de otra expedición “real”, acompañado de don Sebastián y los mejores generales carlistas, con dieciséis batallones de infantes y ocho escuadrones de caballería,(esos escuadrones iban repartidos en cuatro brigadas, al mando de Villarreal, Sopelana, Cuevillas y Arrayo), sin contar con Miguel Gómez,que esta vez no pudo participar en la acción ya que se hallaba en prisión, victima de una intriga palaciega . El 24 de mayo, rechazaron el ataque del general Iribarren, en Huesca y vencieron a las tropas de Oráa en Barbastro. Pero fueron vencidos en Gra el 12 de junio. El 29 de junio, pasaban el Ebro los carlistas y se unieron a Cabrera, mientras en Buñol, Oráa los detenía y debían retroceder hasta Cantavieja para proveerse de municiones y alguna pieza de artillería.
Mientras el general Uranga, al mando de los ejércitos de Navarra, enviaba una expedición para facilitar la acción de don Carlos comandada por Juan Antonio Zaratiegui, con ocho batallones de infantería y 300 jinetes, los cuales cruzaban el Ebro el 22 de julio por Covarrubias, Roa y Peñafiel penetrando en la provincia de Segovia. Conquistando Segovia que permaneció en manos carlistas hasta el 10 de agosto. Pasaron el puerto de Guadarrama y acosaron Madrid, por lo cual Espartero tuvo que acudir en su auxilio. La expedición de Zaratiegui consiguió el efecto anhelado ya que don Carlos pudo descender de las alturas de Cantavieja y derrotar a las débiles fuerzas isabelinas., luego acampó en Arganda y el 12 de septiembre, mientras algunos batallones carlistas se situaban en el barrio de Vallecas , cerca de Madrid.
Don Carlos había llegado a los decrépitos muros de la capital, alimentando una doble esperanza, que María Cristina escandalizada por las matanzas de frailes y ante los motines de la Granja y de Madrid, por los decretos de Mendizábal, le hubiese hecho recapacitar y avenirse con su cuñado, en base del matrimonio de sus herederos. Las cortes de Luis Felipe. Nápoles y de Austria patrocinaban este entendimiento, entre las dos ramas Borbones.
Pero un suceso vino a dar al traste con estas esperanzas, la oficialidad de la brigada de Van Halen, se había sublevado contra el gobierno de don José María Calatrava, el sucesor de Mendizábal, esta brigada estaba acantonada en Aravaca y Pozuelo. Una militarada como la de la Granja, pero esta vez de carácter moderado. Esto hizo que María Cristina se sintiera apoyada por los militares y perdió el miedo a los liberales y por ello, la reconciliación prevista no se llevó a cabo. Don Carlos tenía la esperanza que a la sola vista de su ejército la muchedumbre se alzara a su favor, pero esto no sucedió, amén de la leyenda, siempre deformada por los liberales, de los excesos de las tropas carlistas, y como siempre exagerando sus crueldades, especialmente las de Cabrera, (pero siempre escondiendo las propias) provocó que la simpatía anteriormente profesada a los carlistas, se convirtiera en temor.
(Isabel II y la reina regente, montadas en una carretela descubierta, recorren la línea de defensa de Madrid, durante la amenaza de 1837. Cuadro de Mariano Fortuny, Museo del Arte Moderno de Madrid)
Don Carlos ya desmoralizado emprendió el regreso hacía el norte y llegó a sus cuarteles con el ejército también desmoralizado por la fatiga y el fracaso. Pero en las Vascongadas la situación le era favorable, ya que su incursión a Castilla, había provocado la retención ahí de las mejores tropas cristinas y un general experto como don José de Uranga, había reverdecido los laureles de Zumalacárregui, con la toma de Ponferrada y la victoria sobre O’Donnell en Andoain.
Mientras en el otro bando, al ejército del norte no le llegaban las pagas y se encontraban con grave problema de indisciplina. Las tropas acuarteladas en Miranda de Ebro dieron muerte al general Rafael Ceballos. En Vitoria fue asesinado el gobernador civil Liborio González y en Pamplona, el general Sarsfield y el coronel Mendibil. A duras penas, Espartero pudo contener los motines y ante los motines progresistas de Valencia, Alicante, Murcia y Zaragoza, la reina gobernadora se apoyó en Narváez, vencedor en la Mancha, ya que este por tradición familiar era monárquico convencido, Esto no gusto para nada a Espartero, el cual reaccionó violentamente, ya que él era progresista solo para contrariar a Narváez que era moderado. Lo cual obligó a la reina a formar un gabinete de conciliación, el 9 de diciembre de 1838, presidido por Evaristo Pérez de Castro, antiguo doceañista.
EL FIN DE LA GUERRA CIVIL
La descomposición del partido de don Carlos, el cansancio natural de su ejército después de la “escapada real” y a pesar de contar entre sus filas con dos de los mejores generales de su tiempo : Zumalacárregui y Cabrera y un brillante equipo de generales y oficialidad ,le fue imposible conseguir políticos de prestigio en sus filas y ello fue debido en gran parte a su consejera principal, la princesa de Beira, la cual no permitía a su lado personajes que le pudieran hacer sombra y que no le profesaran una fe ciega .
En los primeros meses de campaña, don Carlos siempre perseguido por Rodil, por las montañas del norte no pudo establecer una corte fija, ni un ministerio. Después, debido a las victorias de Zumalacárregui, pudo establecerse regularmente en Oñate, en el palacio de Aztarcoz, donde ahí si pudo albergar una pequeña corte, tenía una iglesia con honores de catedral y un gran edificio, pero sin renunciar a verse rodeado de la camarilla de siempre. Su primer ministro fue un francés, el conde de Pen-Villemur, después Cruz Mayor y más tarde Juan Bautista Erro. Todos ellos muy influenciados por el gallego, José Arias Tejeiro, unas veces como ministro de Exteriores y otras de Guerra. También estuvo Auguet, barón de los Valles y el gentilhombre Villavicencio. Y el resto era aún siendo superior a la corte de su hermano, Fernando VII , carecían de categoría intelectual, personajes como Joaquín Abarca, obispo de León; el cura Echeverria; el barbero Gelos “El Montero” ; el padre Larraga; confesor del rey y algunos otros eclesiásticos y frailes, con pretensiones políticas. Toda esta camarilla era partidaria de Guergué, el valiente soldado que había prometido a Carlos V, “que los brutos le llevarían a Madrid, el cual desconfiaba de los militares de carrera; Villarreal, Uranga, Elio y Zaratiegui, a quienes llamaba, despectivamente “generales de carta y compás”.
(Rafael Maroto, general de los ejércitos de don Carlos en el final de la guerra)
Las circunstancias obligaron a don Carlos a pedir consejo a estos generales. Don Carlos desconfiaba de Rafael Maroto, general que había sido compañero de Espartero, en el Perú y que gozaba de un gran prestigio militar. En desgracia de su rey, Maroto vivía desterrado en Burdeos y para atajar la indisciplina y el desaliento del ejército, Villavicencio, el barón de los Valles y el padre Gil, convencieron a don Carlos que llamase al general. Desairado por el rey y cansado de su camarilla, estuvo a punto de regresar a Francia, pero el desastre de Peñacerrada, el 22 de junio de 1838, que le dio a Espartero la llave del País Vasco, le llevó a vencer su repugnancia y entregar el mando supremo a Rafael Maroto y con él a los generales de “carta y compás”, volvieron a sus puestos. Recuperado el optimismo por parte de sus soldados vencieron al general cristino Aleix en el Perdón. Y Maroto devolvió a los carlistas la disciplina de Zumalacárregui.
El fin de la guerra civil fue un sin fin de hábiles maniobras con que convirtieron la corte de don Carlos en un cúmulo de intrigas, siendo el héroe de esta guerra en las sombras, Eugenio Aviraneta e Ibaryoyen, madrileño, de sangre vasca. Este personaje singular, conspirador de profesión, se propuso compensar, con recelos en la inepta y fanática camarilla de don Carlos, los éxitos de Maroto. Dotado de recursos suficientes y establecido en Bayona, en abril de 1838, fingiendo conspiraciones, falsificando cartas, publicando proclamas pacifistas, llenó de recelos e inquietudes a los generales navarros, a los ministros y al mismo don Carlos. Estos hicieron presión sobre el débil e indeciso don Carlos para que retirase el mando a Maroto, pero este se les adelantó y se presentó en Estella, el 18 de febrero de 1838 e hizo fusilar a Guergué, García y Sanz, el brigadier Carmona, el intendente Uriz y al secretario Ibáñez.
Don Carlos exonero a Maroto, pero este ya se había ganado el afecto y la adhesión incondicional de todo el ejército. Los cronistas carlistas señalan a Maroto como el prototipo del traidor, pero cuan lejos de la realidad, este era un hombre inteligente, buen militar que quiso evitar el ver como su patria se desangraba en una guerra civil ,y a sabiendas que era imposible que don Carlos y su camarilla pudieran gobernar el país.
La prisa excesiva de Maroto para acabar el conflicto, si puede ser motivo de críticas, ya que activó la correspondencia con Espartero con ese fin (eso sí, buscando las mayores concesiones para don Carlos y su familia) , mientras Espartero se aprovechaba de la indecisión en el bando carlista para conquistar los fuertes de Ramales y Guardamino, el 17 de abril de 1839.
El general Latorre organizó una entrevista ente Maroto y Espartero, siendo el mismo Latorre el que concreto las bases del “acuerdo de Vergara”, que se firmo en esa villa el 31 de agosto de 1839. En este tratado Espartero se comprometía a recomendar al gobierno una solución favorable al régimen floral de las Provincias, reconociendo también todos los honores y grados a los militares del ejército de don Carlos que lo solicitaran y los que no quedarían completamente en libertad. Este mismo día los dos generales se fundieron en un abrazo que fue el signo de fusión de ambos ejércitos que se habían combatido, con saña, durante siete años.
Don Carlos, que no reconoció el acuerdo, fue abandonado por todos sus cortesanos y ministros, excepto Marco del Pont y ante la imposibilidad de unirse a Cabrera, emprendió la retirada hasta los Pirineos, acosado por las tropas isabelinas de Espartero y el 13 de septiembre de 1839, la familia real, con algunos batallones, entraba en Francia, por el paso de Urdax, en los Alduides.
(El abrazo de Vergara, entre los generales Espartero, cristino y Maroto, carlista).
El convenio de Vergara que puso fin a una contienda de siete años, que sangro a la juventud española y que nos llevó a la ruina económica y al derrumbamiento industrial con medio siglo de atraso de nuestro país respecto a Europa, fue un bien inmenso y sus artífices merecen todo el respeto y la gratitud de sus conciudadanos.
Pero creo que es de ley rendir aquí, un tributo de admiración al carlismo y hacía su príncipe que vino a encarnar la tradición española .No se ha hallado en España un movimiento más hermoso, más heroico y con más espíritu de sacrificio y abnegación total que el de la juventud que se levantó en España en 1833, contra la masonería triunfante. Dejando aparte sus errores políticos, el hijo segundo de Carlos IV, que hoy debe figurar en la Historia como Carlos V es, desde el punto de vista de los valores humanos, la figura más grande de la casa Borbón en el siglo XIX.
Pero la guerra civil no acabó con el abrazo de Vergara; Cabrera continuaba luchando en Cataluña y el Maestrazgo, pero en el ejército de Levante habían surgido como en el del norte, recelos, discordias y rivalidades, que suelen ser compañeros inseparables de la desventura. El conde de España, jefe del ejército de Cataluña, fue preso por orden de la Junta del Principado, el 25 de octubre de 1839 y asesinado por unos sicarios. Cabrera tuvo algunos golpes de mano afortunados, pero no pudo evitar la caída de Morella y el 6 de abril de 1840, abandonó Berga y se internó en Francia con sus 10.000 hombres, que aún le seguían.
(D. Joaquín-Baldomero Fernández Álvarez Espartero, duque de la Victoria y de Morella y conde de Luchana, general cristino que edificó su brillante porvenir en la primera guerra carlista. Fue el jefe del ejército liberal en Vizcaya y gobernador general de las Vascongadas y para evitar las crueldades de la guerra en 1839 firmo el tratado de Vergara. Acuarela de José Casado de Alisal, Colección particular de Madrid)
Mientras en el otro bando, Espartero rodeó su figura de un prestigio insólito, acentuando la tendencia desde los tiempos de Fernando VII, de los militares influir en la política. Desgraciadamente para nuestro país, el poder recaía en unas manos bien dotadas para la estrategia militar, pero no tanto para la política, implacable en su ambición y rodeado de unos aduladores que ejercieron sobre el, funesta influencia.
(1) Zumalacárregui fue Duque de la Victoria en 1836 y en el año 1954 el general Franco le reconoció el titulo de Reino, como Grande de España, dándole una nueva denominación el de “Duque de la Victoria de las Amézcoas”, para distinguirlo del que Isabel II le dio a Espartero, en 1839, con la misma denominación.
(Vista general de Bourges, ciudad francesa donde se retiró don Carlos, tras el abrazo de Vergara. Vivió en ella hasta 1854, en que abdicó sus derechos a favor de su hijo Carlos Luis, conde de Montemolín).
Autor: Josep Subirats
FUENTES
Banderas militares por Sergio Camero.
Zumalacárregui y Primera guerra Carlista, por la Wickipedía.
La primera guerra carlista, por Arte e Historia.
Guerras Carlistas 1834-1839. Candamo España.
Zumalacárregui, héroe romántico del carlismo, por José Moreno Echevarria, Historia y Vida.
Zumalacárregui y Cabrera . Episodios Nacionales, por Benito Pérez Gáldos.
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Se dice que Don carlos era un defensor de la tradición; pero la ley salica era una tradición francesa no española y solo estaba en vigor desde 1700. La matanza de religiosos estaba mal pero la represion absolutista de Fernando VII apoyada por la Iglesia sirvieron a lo mejor de referencia en cuyo gobierno en esos periodos participo Don Carlos
Se dice que Don carlos era un defensor de la tradición; pero la ley salica era una tradición francesa no española y solo estaba en vigor desde 1700.
Para un estudiante de historia 150 años apenas es un suspiro, pero ya es suficiente para que un país dé por bastante aceptada una tradición que antes no existía. Máxime en un país donde el conocimiento histórico de la plebe no era muy boyante. Además no olvidemos que Carlos María Isidro era Borbón, descendiente precisamente de la dinsatía que trajo a España la ley sálica.
Don Carlos fue siempre un fiel seguidor de lo que más le convenía en cada momento. Si su sobrina se hubiera declarado absolutista él se hubiera decantado por el liberalismo.
Pero lo que nunca hay que olvidar que cada facción aglutinaba a su vez a otras facciones que actuaban por intereses propios, como podían ser los foralistas vascos por el lado carlista-absolutista o los progresistas más republicanos por el lado monarquico-liberal. Incluso se pordría hablar de cierto deseo revanchista de los viejos reinos de la corona de aragón contra el predominio castellano en la nueva monarquía. No se trataba de una mera guerra por la legitimidad o no de la ley sálica.
Correcto el articulo y bien informado. Como aportacion, que creo interesante, me gustaria aportar unas fotos de la publicacion
Euskal Herria cien años en imagenes, de las que he respetado los pies de foto. Creo que enriquecen el articulo
Bibere, debes reducirlas de tamaño (es sencillo) o en su defecto colocar el enlace para que las veamos en otra ventana. El foro no soporta imágenes tan grandes y las recorta si se salen demasiado del encuadre.
Si, ya he visto la chapuza, pero el caso es que no he conseguido borrarlas para poder ponerlas en condiciones. <<<<<<<<<<<<
Hecho de menos en tu detallado artículo, los que para mí fueron los antecedentes de las Guerras Carlistas.
En 1826 se produjo una crisis dinástica en Portugal: los liberales querían que gobernara María Gloria (Maía II) y los absolutistas don Miguel. Gran Bretaña apoyaba a María Gloria. España, paradójicamente - y por las presiones de Gran Bretaña -, reconoce a la reina liberal -Inglaterra apoyaría económicamente a España si ésta reconocía a María Gloria-.
La crisis portuguesa sirvió para aumentar el distanciamiento entre el rey y los ultras, estos empezaron a pensar en don Carlos como el sucesor de Fernando VII en esos mismos momentos, sin esperar a que falleciera. Debido a las conspiraciones del infante CArlos, no se llevaron a cabo las medidas lkiberazoras que tenía previsto Fernando VII; lo ñúnico que hizo el monarca fue mantener en algunos ministerios a elementos criptoliberales, con lo que acentúa la oposición de los realistas puros al sentirse marginados por un régimen que ellos habían contribuido a formar. En estos momentos dan comienzo las revuletas de los absolutistas ultras.
En Noviembre de 1826 el grupo ultra manifestó más plenamente su inquietud publicando el Manifiesto de la Federación de Realistas Puros, en donde se hace una dura crítica de Fernando VII y su gobierno. Éste malestar genera, en 1827, una rebelión armada.
Esta revolución se conoce como la Revuelta de los Agraviados o Guerra de los Malcontents. En esta revuelta hay dos fases:
- Se inicia en Tortosa, extendiéndose por las comrcas rurales. Gerona, Manresa, Vich. El ejército intentó sofocarla sin éxito. Los móviles eran los que ya aparecieron en el Manifiesto: Disolución del ejército liberal, Exilio de todos los funcionarios liberales, Abolicion de la instrucci´pon pública, restablecimiento de la Inquisición, restauración de Carlos como rey, etc.
- A los pocos meses resucita la revuelta. Ahora se produce la adhesión más importante de los elementos rurales catalanes, consiguen, asimismo, más apoyo popular. Este apoyo se debe al malestar social existente en el campo por la constante bajada de los precios agrícolas. También hay malestar porque los voluntarios reliastas no habian sido admitidos en el ejército, por lo que apoyan a los malcontents. En esta segunda revuelta consiguen ocupar Manresa, ese mismo día, Saperes, hace una proclama contra la monarquñía, A los tres días se crea una Junta Superior del Gobierno del Principado. TAmbién se apoderan de Vich. Conforma van conquistando lugares se van creando Juntas Locales, integradas en su mayoría por eclesiásticos - lo que hace que algunos historiadores (Seco Serrano, Torrás) piensen que fueron los eclesiásticos los que financiaron la revuelta.
Sin duda este es el primer indicio de lo que posteriormente serían las guerras carlistas.
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Tito Completamente de acuerdo .
Gracias por tu aportación.
Leones2233